“Violencia en la formación de un Estado. Arte de la supervivencia en los pantanos de Den Bosch” (1572-1629) En esta obra (erudita) de investigación académica, fruto de una tesis doctoral en la Universidad (católica) de Nimega, se denuncian las practicas de genocidio en la política de tierra quemada a cargo de Guillermo de Orange y de su hijo Mauricio de Nassau, y a costa de la población campesina de confesión católica –y partidarios de la causa de España allí- de la zona (pantanosa) de Den Bosch, Sur de los Países Bajos, en la fase final de la Guerra de los Ochenta Años. Su autor, holandés, Leo Adriaenssen, fallecido poco después –a la edad de sesenta y siete años- y con el que llegué a entrar en contacto antes de su muerte, venia de la izquierda extrema, fuera pues de toda sospecha. Era uno de los dirigentes “provos”, los émulos holandeses de los “enrabiados” franceses de Mayo del 68. Y en una entrevista al diario “De Telegraaf”, el mayor periódico holandés (de Amsterdam), a raíz de la disertación que hizo en la presentación de su obra, acusó a Guillermo de Orange de crímenes de guerra contra sus propio pueblo, comparándolo con el mismo Stalin
Dos fregados de estos últimos días en las redes sociales y en la Red están inmediatamente detrás de este articulo que escribo en caliente y casi sin pensarlo. Uno lo habrá sido a raíz de la mención –hostil y deshonrosa- de la Inquisición, de un buen amigo belga/flamenco por cierto, en unos comentarios a la noticia –que para algunos no lo es tal- del rechazo de la demanda de extradición de la Justicia española de uno de los catalanes refugiados con Puigdemont aquí en Bélgica. Y el otro de muy distinto cariz pero para el caso lo mismo -para el gato escaldado que escribe estas líneas, quiero decir- y lo son los comentarios ante la confesión –inocente y amistosa y apolítica- de uno de mis amigos belgas –flamenco y a la vez de expresión francófona- de la ascendencia bilbaína por una de las ramas –materna- de su genealogía familiar.
Los vascos de los Tercios de Flandes no sólo estuvieron en la Intendencia destinados. Se les encomendaban también las misiones más difíciles, cruciales y delicadas de la Monarquía española: el “vizcaíno” Juan de Jáuregui (en la foto) intentó matar -hiriéndole gravemente- a Guillermo de Orange por orden de Felipe II, lo que pagó con su vida (rematado por los alabarderos que acompañaban al líder protestante)
Que habrá llevado algunos de los intervinientes a especular (gratis) por cuenta de las raíces vascas de mi amigo, a base de grupos sanguíneos “O” (o RH y demás) ¡Lagarto, lagarto!, como diría García Lorca (….) Y si se le añade además la movida o la nube –tan cargada de funestos presagios- que se está incubando (in crescendo en las últimas horas) en los medios aquí por cuenta de las vicisitudes del rey emérito, Juan Carlos I, y en su desdoro y oprobio, de él y de la institución que bien que mal aún representan, un sexto sentido viniendo desde lo mas hondo y profundo de la memoria me habrá movido –¡ahora o nunca!- a darle a la tecla sobre un tema tabú, del que nunca habré osado (confíteor) decir ni pío en los treinta y dos años que aquí llevo residiendo. Y lo es sobre la monarquía holandesa, y sobre el fundador de la dinastía, Guillermo de Orange padre de la Patria y “pari passu”, autor e instigador (supremo) de la Leyenda Negra antiespañola. Y no sólo eso. De palabra y obra y no sólo por escrito, las cuentas que entendemos deber ajustarle a Guillermo de Orange, padre de la dinastía (protestante) holandesa. Y no lo digo solo yo, sino alguien fuera de toda sospecha, del linaje (holandés) de sus súbditos. Autor de una obra de investigación erudita donde se denuncian los crímenes de guerra (sic) en las prácticas de genocidio y en la estrategia de tierra quemada de lo que Guillermo de Orange se hizo culpable en las líneas de frente de la zona (pantanosa) de Den Bosch –Sur (católico, e hispano) de los Países Bajos- al final de la Guerra de los Ochenta Años. Guerra de religión, y a su vez –lo que ni el propio Marx supo ver (y sí en cambio sus epígonos o discípulos siglos después)-, una guerra de religión con fondo o trasfondo de guerra de clases –en ciertas áreas o regiones al menos-, de campesinos católicos contra burgueses comerciantes (protestantes) y en la que Guillermo de Orange no desmereció en crueldad -en las tácticas que emplearon los de su bando- de los reproches y acusaciones que se vienen transmitiendo siglo tras siglo contra los españoles aquí a cuenta de la Leyenda Negra. Campos inundados, cosechas destruidas o echadas a perder, pueblos incendiados, en una estrategia de tierra/quemada que llevó a un vertiginoso descenso de la población, hasta en un 70 por ciento. El pasado en ascuas, la guerra de hace (ya) varios siglos que son para algunos –doy fe de ello- apenas minutos o segundos tan siquiera. Y que de nada sirve con taparse los ojos debajo del ala (como el avestruz) o querer dejar pasar un pasado que no pasa, al menos para los españoles que residimos por estas tierras (….) Y no es un testimonio aislado la obra (de investigación) que traigo a colación ahora. En un congreso de hispanistas en la ciudad de Utrecht hace ya mas de veinte años, al que acudí sin que nadie me invitara, me sorprendió –hablando con unos y otro de los asistentes- en los pasillos, durante la celebración del certamen, del consenso (y no exagero) que entre aquellos hispanistas holandeses, de lo más correctos (políticamente hablando) –y de las mas altas credenciales y patronazgos (incluso de la Embajada española), suscitaba la persona de Guillermo de Orange, y su dinastía. Me explico, en contra suya. Algo que salía allí a la luz, espontáneamente a relucir, en aquel ambiente de hispanistas, pero de lo que se me antojaba pensar -como impensable- el que pudiera llegar hasta la vía publica. No importa. Porque no dejaron de darme con ello una pista (…) Memoria procelosa, rezan los clásicos, no sé exactamente de quien la cita, que me apropio con todo el derecho siguiendo el consejo (divertido) de Fernando Savater al que se lo oí en una intervención aquí en Bélgica, a él por vez primera. Y más si cabe la memoria española en estas tierras de los Países Bajos. Memoria procelosa y laberíntica. Como me lo puso igualmente de manifiesto el encuentro de hace ya bastantes años –del que aquí ya alguna vez trate- con un protestante holandés antiguo misionero católico (en el Brasil) que hizo campaña en los Piases Bajos –y por ese motivo entré en contacto con él- con ocasión de la visita a Holanda de Juan Pablo II al que echo en cara –él también- el fantasma (sin cabeza) de la Inquisición española. ¡Fanatismo sin igual, ¡meu deus! Al que me hubiera gustado ofrecerle el libro sobre Guillermo de Orange del que estoy tratando aquí. Rodeada de fantasmas silenciosos, la memoria histórica de signo protestante y antiespañol en aquel protestante holandés y en sus émulos y discípulos españoles (¡ay dolor!) Como los de los numerosos holandeses de las Waffen SS, caídos en una de las últimas batallas –y la Última de las derrotas aliadas- de la II Guerra Mundial, en la batalla de Arnhem defendiendo heroicamente –frente a Patton y Montgomery, el puente sobre el Rin en plan de uno contra diez. Allí precisamente, junto a Velp, donde aquel pastor protestante (dómine) holandés vivía con su familia y donde me alojo –navidades del 85- cuando salí de Portugal. Algo por cierto de lo que ni por asomo oí hablar a él. ¿España no es la Monarquía? Es posible, pero lo que es mas que cierto, es que Holanda, el pueblo holandés –católicos y protestantes- no se debe confundir con la casa de Orange. Y lo digo aquí en Bélgica. De urgencia, y a riesgo de lo que me pueda caer
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