viernes, julio 17, 2020

RAMÓN, NERUDA Y EL ANIMISMO INDÍGENA

Macedonio Fernández, ilustre escritor e hispanista, anfitrión y gran amigo -junto con Oliverio Girondo- de Ramón Gómez de la Serna durante el exilio en Argentina de este último (de la que le echó el peronismo) Amigo del padre de Borges, Macedonio Fernández. Y con gran influencia en otros autores más recientes también, como Julio Cortázar y Ricardo Piglia. Significadamente nacionalista (católico) y opuesto –como Ramón- al peronismo. Y en el fondo incatalogables uno como otro, el español y el argentino
Hay una faceta en Francisco Umbral, en su obra literaria, (injustamente) semidesconocida, y minusvalorada de teórico de la Literatura de lo que el referido escritor da brillante muestra en sus principales monografías dedicadas a tres de los grandes nombres de la Literatura española contemporánea, Larra, García Lorca y la que dedica -un poco menos divulgada- a Ramón Gómez de la Serna (la de Valle Inclán aparte por cierto, que, por lo genial, es para mí tal vez un caso especial), que me habrá venido ocupando y absorbiendo in crescendo en los últimos días, con cierto hastío y aburrimiento al principio y con fiebre y pasión al final a medida que la lectura me iba abriendo perspectivas –inéditas- de lo que Umbral quería decir, y a medida que se me desvelaban como por ensalmo tantas cosas ocultas o incomprensibles al principio, envueltas en un estilo críptico y hermético que dejo de parecerme tal como por ensalmo ya digo (¿milagro de encantamiento?) De Ramón Gómez de la Serna sabia yo muy poco, por culpa tal vez de una imagen un tanto confusa -y deslavazada- que arrastraba yo de él desde la infancia, de mis domingos –largos y monótonos y a la vez perennes en mis recuerdos- en casa de mis abuelos, y de aquellas ediciones dominicales del diario ABC, allí sin falta, en la que las greguerías del escritor se veían publicas, y copiosamente ilustradas.
De las que obvio es decir que como tantos y tantos de sus lectores mayores que yo no comprendía (casi) absolutamente nada, a comenzar por el titulo (o género) de las mismas que según el autor de la obra que aquí comento, Gonzalo Torrente Ballester (fuera de toda sospecha), no quería decir absolutamente nada. Y sin embargo, Umbral en la monografía –“Ramón y las vanguardias”-, que aquí estoy abordando, lo mismo que en otra de sus obras fundamentales –“Las palabras de la tribu”- acertó a interesarme en él, tanto en su obra –de la que he leído verdaderamente muy poco- como en su dimensión humana. A base sobre todo de citas suyas, y de anécdotas. “Aquello de que cuando oigo en el altavoz que se ha perdido un niño, siempre pienso que ese niño soy yo", que recoge y trasluce a la vez algo de íntimo y entrañable en el escritor. Y lo que más me llamó la atención sin duda de él (como sin duda cabía esperar de mi, dirá aquí alguno de los más espontáneos de mis lectores), fue una de las lineas maestras de su vacilante y no poco errática trayectoria, y fue el que acertase a  salir indemne –y sano y salvo- de España, durante la guerra civil española

No hay nada como una Revolución de más parecido a la Muerte", leí una vez entre sus comentarios, rememorando su experiencia –de meses, al principio de la guerra civil-del Madrid en zona roja. Eso y el que acertase a andar por el trapecio –sin darse el batacazo- en su travesía por tierras del exilio, del otro lado del Atlántico. En Argentina sobre todo, de la que acabo echándole –un dato a la vez irrefragable y sumamente revelador- el peronismo. Eso y tambié el que acabase volviendo a España y regresando a la Argentina otra vez, la prueba que no llegó a encontrar en América su sitio, por culpa sin duda de la guerra civil española. Y lo confirman (a contrario) las amistades que hizo allí, dos nombres emblemáticos en extremo de la intelectualidad porteña, hispanistas –y adscritos sobre todo uno de ellos, al nacionalismo (católico) argentino- como lo fueron Oliverio Girondo y Macedonio Fernández. De Gómez de la Serna- Ramón como a el le gustaba que le llamaran y como se nota que a Umbral le gustaba llamarle también (un y otra vez)- resalta Umbral sobre todo su aspecto de vanguardista y mensajero y difusor –junto (horresco referens!) con Ernesto Giménez Caballero, en España de las vanguardias (literarias) Y es curioso –y sin duda significativo y aleccionador-el ahondar en las causas y motivos de que entre los estudiosos de dicho fenómeno por cima de los Pirineos se le ignore olímpicamente, como le fue dado constatar al autor de estas líneas, en unos cursos de traducción literaria –español, francés- que seguí en Bruselas, y concretamente de uno de aquellos reservado al fenómeno vanguardista, en el que se me encargó –sin duda por mi condición de español- un trabajo sobre Antonio Machado en quien el profesor (belga) acertaba a ver una nota distintiva del vanguardismo –el desdoblamiento, por sus personajes (ficticios) de Abel Martín y sobre todo Juan de Mairena, comparable en ello al portugués Fernando Pessoa, con sus (varios) heterónimos)-, pero del que a nadie se le ocurrió ni se le ocurre hoy catalogar de autor vanguardista.

Y hoy leo y aprendo que precisamente ese trazo vanguardista está presente –en grado sumo- en la obra de Ramón, del que lo heredaría Umbral como lo señal acertadamente Ana Caballé en la biografía (no autorizada) que dedicó a este ultimo (“Francisco Umbral. El frío de una vida”). “Al igual que uno de sus mas maestros mas reconocidos, Ramón Gómez de la Serna, en ‘Páginas póstumas de mi vida’, o ‘Cartas escritas a mi mismo’, Umbral hace mucho tiempo que ha empezado a considerar sus escritos como póstumos, es decir como fruto de sucesivas resurrecciones, que de algún modo le permiten justificar el carácter prolífico y superabundante de su obra” (óp. cit. p.34) Explicable (a mi juicio) ese ostracismo -rayano en el boicot- por sus lazos innegables con Giménez Caballero gran difusor en España del fenómeno vanguardista, y sobre todo por su carácter un tanto atípico indefinido o incatalogable en suma, en relación con la guerra civil española.

Hay no obstante un aspecto interesante y sugestivo en extremo que Umbral acierta a subrayar de él –en las Palabras de la tribu”- , y es el de animista, de primitivo (óp.cit. p.97), que ignoraba por una especie de mutilación (sic) de su ser pensante o cognoscitivo –“de una mitad del pensamiento” (“Ramón y las vanguardias”, p. 228)-, esa capacidad de abstracción que hereda la cultura occidental desde los tiempos de Platón –que remonta a los presocráticos-, lo que le hacía razonar a base de imágenes y no de ideas, y lo que entronca estrechamente a Ramón con ese otro aspecto de la prosa umbraliana que ya habremos comentado en este blog, de la sinestesia literaria en su obra (¿sinestésico el también, Umbral,  como persona?)

Lo que lleva a otros estudiosos de la obra ramoniana –y de su persona, como el citado Torrente Ballester (óp. cit,. p.16)- a calificar a Gómez de la Serna –autor (encomiástico) del “Rastro” no se olvide-, con menos miramientos y mas ajustados a la realidad del personaje (mucho nos tememos), de basurero (o de trapero) de la Literatura. Y ese trazo le emparenta también con uno de los monstruos sagrados de la literatura universal que Umbral no duda en endiosar en sus libros como en sus artículos periodísticos.
La obra más celebrada y difundida de Neruda –sobre todo en Umbral- refleja a lo sumo, como su mayor valor poético (diga Umbral lo que diga), la nostalgia del mundo indígena (animista) Como un Paraíso Perdido, el de antes de la Conquista Española de América. Desafío supremo poético (y no sólo) –se me reconocerá- para españoles de sensibilidad lírica, fieles a la Memoria y amantes de la Poesía (y de sus promesas)
Así, en su (resonante) artículo “Neruda, el 27 americano”, del suplemento semanal del Mundo “El Cultural” recogido en su obra “Los Alucinados”, escribe Umbral lo siguiente: “Neruda como su primer maestro, Whitman, descubre la mirada de las cosas, el mirar las cosas que nos miran, y eso es la fenomenología (…/…)” Una formula de estilo, y un (pobre) atajo conceptual que haría sonrojarse de vergüenza (ajena), tratándose de otros, a lo más pedantes (y arrogantes) de entre estudioso e investigadores (por cima de los Pirineos), pero que tratándose de algunos monstruos sagrados o iconos intocables –como el autor de “Residencia en la tierra”-, se ve que todo es licito y permitido.

¿Poesía en las herramientas (per se), en las esponjas, en los cirios(sucios), en las llaves de tuercas, algo más en los relojes (parados), y en los trenes (dormidos), y también -si se me apura- en los ríos que llevan muertos –conforme a la enumeración de “cosas” que ve Umbral en la obra de Pablo Neruda? Poesía con olor a muerto, no me digan, a lo sumo que llega la poética nerudiana, tal y como nos la venden y nos la ensalzan –tras las huellas de Umbral- muchos de nuestros días.

“Las cosas que nos miran”, ¿qué quieren decir con eso Umbral y Gómez de la Serna, y Pablo Neruda, si no el querer embarcarnos -de pies y manos atados- en un universo extraño de anomalía psicológica –el autismo-, o en un mundo definitivamente muerto o enterrado, del “paraíso perdido” (Neruda díxit) de antes de la Conquista? El del animismo (indígena) Con perdón de la bien/pensancia (poética o ideológica)

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