Soledad, la de Pigmalión,
¿Por qué la quise sin igual?
¿Por qué me avergoncé de ella,
De ese amor tan puro y total?
La Soledad es libre y bella,
Y desnuda (en noche de San Juan)
Es profunda como un cielo
Y no como un pozo fatal
Y la pedí humilde perdón
De avergonzarme (¡oh carcamal!)
De haberla tanto ignorado
De no haberla sabido amar
Por esos raros complejos,
y esa obsesión (del más/allá)
Que me extraviaban lejos,
al cruce fatídico (en francés, “impassse”)
Que me hacían dudar de mí,
errar y tartamudear
Como aquel héroe antiguo
(leyenda del Santo Graal)
Que embelesado de aquella
De su belleza sin igual
Balbuceaba su nombre
Sin acertar a decirlo (a preguntar
lo único que importaba´
que da sentido a mi vida
y a la Historia en mayúsculas
de mi vida y mi raza) (astral)
Y a la Historia de tu vida´
De tu ir aquí y hasta allá
Cual corza bella (alpina)
Que no sabe más que trotar
Y esa pregunta, reina, amor,
que me hacia tanto daño (y mal)
que me quemaba los labios
Y que me impedía soñar
-porque te has ido princesa
sin dejar huella o rastro ¿verdad?-,
es pregunta que me quema
y es solo ésta, amor ¿Volverás?
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