¡Vista –tierna- atrás!
a mi juventud llena de fe
e indefensa, aquí justo a mi lado
y estaba y -no sé como- ¡se fue!
Y el otoño sazona la fruta
Y modula la luz también
De mi visión autocrítica
Y de mi empatía (¡sí eso es!)
Y en el otoño de mi vida
Me vi como no me podía ver
Joven ingenuo y desarmado
Como el Sigfrido aquél
Que quería saber que era el miedo
por él y los suyos (¡pobre de él!),
que se curaron –de un purgativo-
con la Tragedia (el Ser o no Ser)
que les curó -¡ay dolor!-
de lo bárbaro y lo rahez
y les enseñó a reconstruir
a reencontrarse (a renacer)
Y yo que era un joven ignaro
Que quería aprender y aprender
aprendí no lo que era el miedo
sino el cómo se puede querer
hasta flotar y sobrevivir
entre tanta hambre y tanta sed
e incertidumbre y penuria
¡como te quiero yo a ti, mujer!
Y salí a flote -semper ídem¡!-
¡Que nadie se lo podía creer!
Sano y salvo (intacto e indemne)
De aquel caos horrible (¡j…!)
Cuando las luces se fueron
que iluminaron mi niñez
una y otra y otra y otra
y me planté en medio (¿y ahora qué?)
y me puse solo a buscar
medio a ciegas, como a gatas,
un hoyo amigo (¿de “hobbits?)
donde dormirme ¡de una vez!
donde concilie el sueño por fin
y me concilie conmigo (¿ves?)
que ya estoy harto de insomnios
¡que estoy harto de acíbar, de hiel!
Y si aguanto –¿aún? no lo sé amor-
Es que espero volverte a ver (..)
Contra toda esperanza, sí
A ti y a tu nariz bella ¡mujer!
Que se va haciendo tarde,
Que estoy viendo ya el atardecer
En mi vida y en mis sueños
Pero por ti ¡Renaceré!
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