“Sangre en la maleza” Una lectura que me marcó durante mi estancia preso en Portugal, sobre los orígenes –en Angola- de la guerra colonial. Y que guardé –tras “recuperarla”- en el recuerdo (título inclusive aún) Y es que lo más duro tal vez de mi experiencia aquella, no lo fue el régimen carcelario ni mi cohabitación forzosa, impuesta por la dirección, con la masa de reclusos de derecho común (considerablemente politizados -a la (extrema) izquierda of course- e indispuestos a la vez, por los medios y no sólo en contra de mí), sino el clima de desmoralización colectiva y de derrota en todos los órdenes, que se vivía entonces en Portugal, secuela una más del desenlace de la Segunda Guerra Mundial.
Antonio Sebastiao Ribeiro de Spïnola. Comandante en jefe de las tropas portuguesas destacadas en Guinea Bissau durante la guerra colonial. Apadrinó y supervisó de cerca la operación Mar Verde contra Conacry, (noviembre 1970), dirigida por su subordinado, el mayor (comandante) Alpoim Galvao. Y es razonable y verosímil el pensar (como siempre lo pensé yo) que ante el fracaso de aquello –político y estratégico que no puramente táctico o estrictamente militar, léase del objetivo ultimo no alcanzado de la operación, a saber, el derrumbe del régimen pro-soviético de Seku Turé por la eliminación física de aquél, instigador principal de la agresión contra Portugal- el general del monóculo (veterano nota bene de Stalingrado, del lado alemán), es cuando se puso a buscar otro “futuro” a Portugal
Vocación transatlántica, la de Portugal. Así, con ese eufemismo, es como los españoles percibimos y aprendimos esa faceta histórica y cultural del país hermano -dicho sea sin el menor asomo de esa ironía que alli se acostumbra a la hora de evocar esa fraternidad, peninsular- que no venía más que a recubrir la encantación que el continente africano -como lo hizo America con España-, ejerció sobre Portugal. Y ahora con la tragedia en ascuas de los blancos de África del Sur que evocamos el otro día en este blog, resucita o sale a la luz, en libertad, ese pasado portugués de Ultramar que vi como quien dice morir durante mis años preso en Portugal. Estertores -de interminable agonía- de la presencia del hombre blanco en el continente negro, así me parece hoy por decirlo (sin eufemismos) todo lo que viví o presencié entonces en primera fila de butacas o algo así, y sin lo que no se explica mi vida y mi trayectoria a partir de allí.
Magia de las fechas. Mientras se vivían momentos críticos en la guerra colonial -con la operación Mar Verde a todo arder de la que ni por asomo estuve al corriente-, no lo eran menos en la historia reciente española –tardo-franquismo en su fase terminal- y en mi trayectoria personal -principio de mi enroque (hasta hoy) en la Universidad y en los medios y grupos que frecuenté hasta entonces-, y fue precisamente entonces cuando me decidí a viajar (la primera vez) a Fátima en Portugal. Destino –el mío- bajo el signo portugués (“luisiada”), que no pura casualidad.
Los grandes héroes son como luminarias en el cielo de la Memoria que presiden nuestra vida y gravitan hasta en los más nimio instantes de nuestra existencia desde el principio hasta el final. Y cuando se apagan porque desaparecen al mismo tiempo de la memoria o de su existencia terrena, es cuando se puede hablar de desierto atroz, de esos “mares sin luna” que cantaba Francisco Umbral. Y una de las secuelas más duras y crueles e ingratas de la derrota lo es el entierro en la memoria de los héroes que escogieron/mal, que se equivocaron de bando, o “de noche” como dicen en Bélgica, otro país –¿puro azar ese dicho típicamente belga, o casualidad?- que comparte, con el Portugal con los blancos (afrikáner) de África del Sur una experiencia africana (y colonial) Y para recuperarlo en el recuerdo en la memoria se diría que es por lo que el destino me envió allí, y en las circunstancias aquellas (tres años y medio preso en Portugal) Y de todos ellos emerge a través de todos los diluvios de la derrota y de la revolución que se sucedió (esta de aquella y no al revés, como se nos quiso vender después) las figuras insólitas, excepcionales de los héroes de la guerra colonial que no se dieron por vencidos, que no dieron por perdida la guerra en África (como lo hizo el movimiento de las fuerzas armadas, MFA)
Mayor (comandante) Alpoim Calvao. Nacido en Chaves (puesto fronterizo con España, en Tras-os-Montes, Norte de Portugal), y crecido en Mozambique. Uno de los mas grandes héroes portugueses de la guerra colonial, que salvó el honor de su ejercito al no sumarse al MFA (el 25 de abril) y contribuyó como ninguno a frenar el proceso de radicalización marxista (“verano caliente” de 1975) tras la caída del Estado Nuovo. Dirigió y encabezó con su propia iniciativa y responsabilidad la operación Mar Verde en Guinea-Conakry que fue -se diga lo que se diga- un gran éxito desde la pura óptica militar
Y entre ellos, aunque no el único emerge en mis recuerdos –su nombre tan resonante (tan portugués) tan musical siempre intacto en mi memoria- el de Alpoim Calvao, artífice de la Operación Mar Verde de la que se trata aquí, que estuvo en un tris de cambiar el curso de la guerra, y de sellar de una forma radicalmente distinta el destino de España y de Portugal ( y que sé más) Un raid aéreo quinientos kilómetros selva (enemiga) adentro, de señal (audaz) de arranque de la operación más audaz en todo aquel conflicto, que no fue un fiasco ni un fracaso como no dejan de vendernos y de pregonar desde el 25 de abril toda la recua de casandras y de urracas de la izquierda en aquel país. Y la prueba es que quedó bien anclado en la memoria de muchos portugueses como me fue dado el comprobarlo allí (preso) Sólo eso bastaría y sobraría para justificarla pero además rescató prisionero de guerra, el objetivo supremo, ideal sagrado en la más pura mística militar.
Antonio Lobato, piloto de la aviación portuguesa durante la guerra colonial. Siete años preso en las mazmorras de Guinea-Conacry(desde el inicio de la guerra colonial), bajo el régimen de Seku Ture hasta que la operación Mar Verde -una autentica invasión-, dirigida por Alpoim Galvao, que fue su amigo, le puso (milagrosamente) en libertad. Reapareció con el rostro que se ve en la foto, y con un peso de treinta o cuarenta kilos en menos (…) La liberación o rescate –por las armas- de los presos de guerra, ideal sagrado en la mística guerrera y objetivo principal en las guerras antiguas, insignificante en cambio en la guerras democráticas. Y así lo entendió Marcelo Caetano –de la vieja mentalidad- que resistiendo presiones y venciendo reticencias, dio por ese motivo su visto bueno a la operación (aunque en los instantes decisivos se achantó) (...)
No torció el curso de la guerra, es cierto, pero dejó un ejemplo inmarcesible a las generaciones venideras –de portugueses y también españoles- de lo que parecía imposible, o de lo que pudo haber sido (como decía Heidegger) que estuvo en un tris de ser. Y provocando una solución política como la que buscó a partir de entonces el general Spínola, gran padrino de aquella operación, se desembocó en el 25 de Abril y en la perdida del Imperio, es cierto. Y la esperanza nació o renació de aquellas cenizas, como el Ave Fénix, no obstante, a la vez, de que el futuro depare nuevas ocasiones de repetir la misma gesta, con la lección bien aprendida de los errores cometidos. Actuando igual, solo que al revés. ¡Salve y Gloria –en español- a la gesta africana de Portugal!
Waldemar Paradela de Abreu (en la foto, ya en sus últimos tiempos de vida), editor de mi libro “Acuso o Papa”, publicado durante la celebración de mi juicio –estando yo preso-. en Portugal, Vila Nova de Ourém. Sólo después supe que había sido él también el editor de Spinola, de “Portugal y el futuro” Valiente, del típico y proverbial arrojo portugués, y sediento de aventura acorde también con la idiosincrasia que les caracteriza a sus compatriotas, siempre hice oídos sordos a todo lo (malo) que leí u oí de él, y le pongo por testigo (“post mortem”) de la veracidad y autenticidad de esta deposición (“depoimento en portugués) sobre el pasado reciente de Portugal. Me consta además todo lo que le debe el Portugal de hoy de su actuación tan discreta como resuelta y eficaz (e idealista y desinteresada) en aquellos años decisivos. Y le evoco aquí en memoria sobre todo de mi difunto padre que le llegó a conocer y a tratar -a traves de mi-, y del aprecio mutuo y sincero que me consta que les ligaba
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