Jorge el Belga. Así llamábamos entonces –a finales de los sesenta- a Jorge Verstrynge y así le llamamos todavía entre los que entonces le conocimos y le tratamos como amigos. Como amigos y camaradas. Y el que pusiéramos por delante (hasta hoy) – a pesar de esa amistad y de esa camaradería (sinceras, doy fe de ello y sin la menor reserva)- sus orígenes extranjeros, se puede interpretar de muchas maneras. Como un reflejo de todo el prestigio más o menos vergonzante que todo lo europeo –léase, de por cima de los Pirineos- irradia de antiguo -yo diría que de siempre- entre españoles, o por el contrario, como un síntoma inconfundible de extranjería que en alguien como el susodicho recién llegado entonces a España como quien dice, de madre española –andaluza, malagueña para más detalle-, y a pesar de su firme propósito y de sus logros innegables en materia de integración, traducía a no dudar un conflicto irresuelto de memorias. Y aunque yo me inclino por la primera de las hipótesis -al menos en lo que a mí respecta (a mí y a los más cercanos a mí, allegados o amigos, y camaradas)- no puedo por menos de rendirme a la evidencia que esa extranjería de Verstrynge, ese sello/belga ( de “belgitude”) que en él se traslucía -en su acento al hablar como en su fisonomía- se pone (clamorosamente) de manifiesto ahora. En una tierra y por culpa (si así se puede decir) de unas raíces que encarnan o protagonizan como ninguna otra (u otras) ese conflicto de memorias. ¿ Jorge Verstrynge, Español o Belga?
El mismo dilema, la misma disyuntiva que se me planearía omnipresente durante mis ya largos años (treinta) aquí de residencia, en los que me habré esforzado lo mío por integrarme y donde me nació mi hijo, de madre belga (flamenca) Se es no obstante lo que se es (to be or not to be), y esa es la virtud –de reveladora de lo interior y de lo oculto, de escrutadora (en lenguaje bíblico/evangélico) de los secretos de las conciencias- de la que habrán sido revestidas las andanzas de Carles Puigdemont ( o Puig, para abreviar) por estas tierras de los llamados Países Bajos católicos, o del Sur –o para abreviar “Pays Bas Espagnols” como así los llamaron siempre aquí- y con ello, los movimientos de opinión y la crisis política –para expresarlo sin eufemismos- que habrá desencadenado aquí entre las dos países, la aventura secesionista en Cataluña. Y eso es desde luego lo primero que cabe glosar o concluir del incidente anecdótico más que otra cosa, en el que me vi anoche envuelto en un línea de autobuses aquí en el centro de Bruselas.
Era ya de noche, llovía para variar y hacía, fuera del vehiculo, más negro y más invernizo si cabe en este invierno, el mas largo y el mas oscuro que registran tanto los viejos del lugar como los anales de historia local tal y como no dejan de recordarlo los medios. Y para arreglarlo, para colmo de la negritud y de lo sombrío de la situación –pareja a la de los estados de ánimo- me puse de pronto a oír hablar en catalán (o lo parecía) y repetidas referencias a la actualidad de ese signo entre un grupo de jóvenes estudiantes universitarios, de pie al lado mío, en el centro de los cuales gravitaba uno de ellos, que en seguida identifiqué como catalán, y lo que no dejó de reconocer, con gran arrogancia y aires de desafío (en francés) él mismo. Pude observar no obstante que justo antes de terciar yo mismo en la conversación, se había producido entre dos de los integrantes del grupo, el catalán referido y una joven belga, una especie de malentendido (“qui pro quo” aquí le dicen), que había llevado a aquella joven a apartarse (un poco) del grupo, de un aire frustrado o insatisfecho en extremo perceptible. Y era tal vez –no, seguro, de lo que pude observar y de lo que deduje-, que se había visto sometida sin sospecharlo, sobre la marcha y al hilo de la conversación, a un examen lingüístico (horresco referens¡) en catalán -sin éxito a todas luces- por parte del otro joven en el momento que se decidió delante mía y ante mis ojos y oídos a hacer sus pinitos delante de un catalán (pobre ingenua!) en ese habla (o esa lengua)
El caso es que tras aquello, el joven (belgo) catalán parecía más arrogante y desafiante, más seguro de si y más el centro de todas las miradas que nunca, y la otra pobre, belga, en cambio más arrinconada y olvidada y ninguneada por todos los otros miembros del grupo que cuando les eché el vistazo por vez primera. Y lo que debía fatalmente ocurrir ocurrió, y era que el joven (belgo) catalán y yo acabamos enzarzándonos en discusión. “No os creáis que estáis aquí en terreno conquistado –le espeté- por mucho que os adulen los flamencos” (algunos de ellos, es lo que yo en el fondo quería decir). “Normal”, respondió. “Después de haber estado colonizados”, respondió el otro, más arrogante y desafiante que nunca. Y mientras la discusión se encrespaba in crescendo y a ojos vista, se ennegreció el escenario como digo, viéndome el centro de miradas de extrañeza sino hostiles por parte de los demás viajeros, Y para completar el cuadro, un niño que viajaba con su madre –en cochecito- junto a mi, y a causa sin duda de lo alterado de la conversación -o (¿todo junto y bien revuelto?) de lo ronco de mi voz- se puso a llorar (¡ay por Dios¡), con lo que los duendes se pusieron en danza como por aquí dicen, léase los fantasma de toda laya surgidos de improviso o como por ensalmo de clisés de tipo histórico hondo anidados aquí en la memoria colectiva, de escenas –de leyenda negra- a lo Brueghel (o del Bosco) de niños maltratados por la soldadesca española (de los Tercios), algo que alimenta la mentes e imaginaciones aquí de antiguo –o de tiempo inmemorial- , de lo que fe mía puedo testificar, de un programa de los de mas audiencia aquí –“”El juego del diccionario (“Le jeu du dictionnaire”- en el que el presentador (Jacques Mercier), belga francófono, humorista y sumo pontífice de la lengua y literatura aquí a la vez, entre bromas y veras y sin dar yo crédito del todo a mis oídos, se permitió evocar una pesadilla que le perseguía -decía él- sin parar (…) desde niño, de españoles (Espagnols) tirando por las ventanas (sic) a los niños pequeños en una escena de guerra de aquellos tiempos. Entiéndaseme bien, de guerra de propaganda (que a lo visto todavía dura)
La indecisión mía –en el autobús- fue no obstante fugaz, y salí rápido del paso y de aquel trance –absurdo y melindroso a la vez- con un grito de ¡Viva España man/que pierda! – a imitación de la castiza fórmula (andaluza, de cuando niño) que le oi de nuevo (de ¡Viva Rusia!) hace años a un rojillo (y chulo madrileño castizo) en el Barrio de Malasaña emblemático de la “movida” madrileña (años sesenta) ,rojísimo, pero que con aquello (estábamos a justo después de la caída del Muro) (…), me desarmó y me hizo gracia (a fuer de castizo sin duda alguna) Lo que se oyó a fe mía en todo el autobús ante el estupor y silencio sepulcral (y aterido) de todos los demás viajeros, y ante lo que se interrumpió de golpe (como mano de santo) aquel llanto infantil, y aprovechando la parada en aquellos momentos descendí sin más del vehiculo: más ufano y también sintiéndome más español y más en casa –chez moi- que nunca.
Era una bella noche invernal (de aquí), hacía un frío glacial junto al borde de uno de (dos) estanques –de Ixelles-, donde fui a dar, y mientras nuestras miradas se cruzaban, de los viajeros y yo –y riéndome sin parar de lo grotesco e imprevisto de la escena- me sentí mas libre y desinhibido que nunca, por estas tierras. Y se me fueron los (últimos) complejos. Gracias –¡O félix culpa!- a Cataluña y a los catalanes, que me diga, a los catalanistas. ¿El efecto catártico que habrán tenido en mí Puigdemont y sus andanzas belgas?
¿Lo mismo decir de Jorge el Belga, y de su rol (pretendido) de mediador entre catalanes y entre belgas? Cabe más bien afirmar lo contrario a tenor de su reciente entrevista de gran repercusión en toda España y sobre todo en Cataluña. Más belga, léase más extranjero –o extraño-, que nunca. Que sobre el Puig, sobre el problema catalán, sobre el articulo 155 –y (no se olvide)-sobre Franco- y sobre Rajoy, Verstrynge dice lo mismo que vienen soltando unánimes los medios aquí y lo que piensa –en su mayoría (aparente al menos)- la opinión publica en Bélgica sobre el tema
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