La primavera estalló al fin
entre dolores de astenia,
el alma aún aturdida
de una hibernación tan lenta
¡qué invierno tan largo amor¡
¡cuanta sombra y cuanta pena!
¡cuanta niebla y cuanta nube!
¡cuanto odio y cuantas host...!
Que me cruzaron la cara
por sorpresa, por las buenas
y me tragué a palo seco
como ración cuartelera,
manos blancas (sic) no ofenden,
me enseñaron en la escuela
de niño ¡puro inocente!
Y me lo creí amor ¡de veras!
¿Que manos blancas no ofenden?
¡A fe mía que no eran negras!
De un blanco nácar (y púrpura)
¡Y todavía me escuecen reina!
Que el cuerpo aguanta lo suyo
y ya sufrí otras moliendas
a cuerpo limpio e impávido
¡vieja religión de nobleza!
de lealtad hacia sí mismo
de firmeza y consecuencia,
vieja religión del honor
de vieja estirpe europea
por eso aguanté sin gemir
el mal trago, la fea afrenta,
pero por dentro (en lo hondo)
sangró el alma del poeta
en busca de un bálsamo amor,
de una pócima o pomada tierna
la única capaz de curar
el alma azul de un profeta.
Lo que no mata endereza,
dijeron siempre en mi lengua,
y a los rayos de un sol de abril
renace mi alma maltrecha
sentado en medio del parque
mientras la tarde se acuesta,
con la cabeza en las nubes
y escanciando este poema
poema de amor, y exorcismo
en deposición y defensa
de un alma amor malherida
que renace siempre enhiesta
sola en el centro del mundo
y en el centro de la fiesta
campestre, niños y grandes
y mujeres en la hierba
¡Juventud lindo tesoro
Natura joven y eterna
¡Epifania de un alma
primavera de belleza!
A ti te ofrezco este canto,
Mujer ¡A tu luz eterna!
Por qué nos mienten las musas,
se pregunta el poeta en sueños
mientras vacía la copa
del néctar en estos versos
¿porque la Verdad no es lo suyo,
o precisamente por eso?
Porque la conocen muy bien
y la prefieren con velo
y que así no la veamos
atónitos y perplejos
como asoma al amanecer
de esas trazas ¡y esos pelos!
Verdad de las musas mi amor
¿quieres saber su secreto
el de ese nombre (de mujer)
de tantos rostros (y espejos)?
La verdad es que ni hoy ni ayer
nadie descubrió el misterio
ni filósofos ni sibilas
y los poetas mucho menos
de la Verdad pura y nuda,
sin ese halo poético
que la arropó y la revistió
en la noche de los tiempos
un halo, un vaho mágico
que transfigura de un beso
en la mente del poeta
su visión del universo,
de las cosas, de las gentes
de los rostros, de los gestos,
de las almas, de las mentes
y le hace verlo todo por dentro
como un vidente o un profeta
que lo ve todo a su tiempo
y ve lo que los otros no ven
en la soledad del desierto
A lo lejos...y del revés
como a ti te sueño ¡cielo!
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