Este es el documento grafico más divulgado que se conserva de Elizabeth Bibesco –Asquith de su nombre de soltera-, la Princesa Roja, y llama la atención que no haya salido a relucir ahora –en los medios- junto con la recordación de su figura con ocasión del estreno del musical que lleva su nombre mayormente consagrado a la figura y a la vida de José Antonio que en el musical mencionado se presenta como su amante. Sobre gustos no hay nada escrito -y sobre mujeres, no digamos- pero está claro que no fue una mujer de excepcional belleza. “Tú estabas entre la Muerte y Yo –reza un poema de amor de Paul Valéry de los más divulgados de los suyos- y yo (¡ay dolor!) parece que estaba entra la Vida y Tú”, sobre un amor que el poeta tuvo con una mujer mucho más joven que él, ya en una fase tardía de su vida. ¿La Vida, la Princesa Roja y la Muerte, José Antonio (léase su conciencia), como se ven presentados en el musical mencionado? Mujer araña más bien, que rondó –hasta el final- como lo haría la Muerte, en la vida de su “amado”La Princesa Roja, musical estreno estos días sobre la figura y la vida de José Antonio. “No nos dejes caer en la tentación”, reza la jaculatoria que rezábamos de niños. Y ahora me imagino que la habré rezado de nuevo de forma subliminal como tantas cosas que arrastramos –y recordamos- de nuestra infancia (sagrada) pero la tentación habrá sido más fuere que yo, me habrá podido –léase de pronunciarme sin haberla visto-, y es que llevo ya un rato oyendo consejos de unos y otros de ir a ver ese musical –que prometo ir a ver no obstante cuando vuelva a España (si puedo)- sin prejuicios o ideas preconcebidas y al mismo tiempos nos vemos invadidos por toda una propaganda (fide) un tanto fluvial de juicios encomiásticos a cual más –al lado de otros críticos y negativos un poco mas lejanos de mi propio entorno- que nos incitan lo queramos o no a formarnos nuestro propio juicio como en un instinto reflejo.
Y lo que me habrá decidido en última instancia a darle a la tecla en el tema lo es la entrevista digital que acabo de visionarme por entero (de casi media hora) del director o realizador del musical Álvaro Sáenz de Heredia de apellidos nada triviales, por tratarse aunque solo sea de un sobrino (segundo) por la rama materna de José Antonio.
Aquí ya todos los que me leen y los que hayan leído mis dos libros publicados hasta ahora –el segundo de ellos sobre todo (sobre la Guerra de los Ochenta y Tantos Años)- saben ya de mi posicionamiento en el tema del personaje de José Antonio y del mito creado en torno a su memoria y a su figura. Con lo que quiero decir que me es difícil por no decir prácticamente imposible el no darme por aludido de ese musical que viene fatalmente a abundar en el mito joseantoniano, al precio sin duda de desmitificar un poco algunos de sus aspectos que es algo que no hace más que fortalecer el mito en definitiva o prorrogarle la vida (un poco) a base de botella de oxígenos para ser exactos.
José Antonio fue un personaje trágico. Y lo más trágico tal vez lo fue la aureola que le seguiría a sol y a sombra en vida y después de muerto, de derrota y de fracaso. Decían de Joaquín de Flore, el reformador medieval, que fue grande hasta en el fracaso, y tal vez quepa decir lo mismo de José Antonio. En la biografía “no autorizada” que le dedicó César Vidal –y que me leí de un tirón hace ya algunos años- le presenta un tanto tendenciosamente –y sin duda injustamente- es cierto pero sin errar el tiro en el fondo, como un fracasado del que el único éxito que se le atribuye en esa biografía -el hacerse con la jefatura del fascismo español (olo que fuera aquello)- seria la causa ultima y motriz a la vez de su derrota y su fracaso, fusilado (léase asesinado) por sus enemigos, después de verse condenado a muerte por un simulacro de tribunal que –como lo prueba César Vidal-, no le condenó menos con la ley (léase la legalidad republicana, que José Antonio nunca rechazó de forma explícita) en la mano.
El fracaso de José Antonio no obstante, no fue sólo político sino que lo fue también -quizás todavía más- en el plano humano, y en la faceta más intima y honda de la persona, como lo es todo lo relacionado con lo amoroso y sentimental y con lo erótico, o en otros términos, con lo espiritual, en el sentido más amplio y extensivo del término. No se le conocieron mujeres en vida, a José Antonio, en el sentido pleno (y maduro) de la palabra (conocer) me refiero. Salvo aquel noviazgo frustrado –y no poco convencional- en la mente de todos.
Esa es la evidencia (gritona) que trata a todas luces de escamotear o enmascarar el musical que ahora se estrena, a base de relatos o de testimonios más o menos apócrifos, y por cuenta de un personaje -la princesa roja-, que arrastra a su vez no poco de legendario (de extravagante o estrafalario) De los datos esenciales de su persona no obstante, hay motivo y pretexto más que suficiente para echar abajo ese nuevo mito que algunos están tratando de erigir o de lanzar o de echar a volar por cuenta de su ídolo.
Era bastante mayor que José Antonio, -que no llegaba a los treinta años cuando se conocieron- estaba casada, lo siguió estando después de conocer a José Antonio (y hasta su muerte), no brillaba tampoco por su belleza –cualesquiera que fuesen sus encantos secretos- y el tiempo que vivió en España se dio a conocer por su gusto de la intriga y por saber moverse como pez en el agua en ambientes adictos al régimen republicano y en las más altas esferas (nota bene) del mismo, hacicndo así honor sin duda al sobrenombre -de Princesa Roja- que arrastraría en vida y después de muerta. Y de lo que se conoce de la relación o más bien de los contactos fugaces –más o menos mundanos- entre ambos, no se puede decir tampoco que le trajera mucha suerte a su amado, antes al contrario.
Y se me ocurre un ejemplo o botón de muestra en extremo elocuente, y fue la entrevista que tuvieron en la cárcel de Alicante principios de octubre del 36 un mes y medio apenas pues de la muerte de José Antonio, el líder de la Falange encarcelado y el periodista norteamericano Jay Allen de lo que resultó una entrevista fantasma para españoles me refiero, en la medida que nunca fue divulgada ni conocida en su texto íntegro en España ni entre españoles como lo reconoce (fuera de toda sospecha) Ian Gibson en su biografía, pero de la que hay motivos más que suficientes para concluir que en ella José Antonio se distanciaba mucho más drástica y tajantemente del Alzamiento que de lo que da entender en la traducción edulcorada de aquella que –sin duda como una tentativa de parar el golpe de efecto tan desmoralizador en el bando de los adeptos a sus banderas- fue difundida entre españoles (y que figura en las obras Completas) a partir de la versión del diario inglés (“News Chronicle”) -de una difusión incomparablemente menor de lo que la tuvo el diario norteamericano- tres semanas más tarde de la versión integral aparecida en la gran prensa de Chicago (Chicago Daily Tribune, 3 de octubre del 36) y difundida a partir de ahí urbi et orbe, se sobreentiende.
Y ese mismo Jay Allen venía a ser la última tela de araña que la princesa roja le echaba encima a su “amado” como lo ilustra el dialogo entre entrevistador y entrevistado en el preámbulo de la entrevista propiamente dicha cuando José Antonio evoca delante del otro las relaciones mundanas que les habían ligado a los dos con la princesa roja en los años de la República. “Bueno, vamos a la que vamos” le respondió secamente el periodista.
Y a lo que iba era a sacarle al líder de la Falange la entrevista fatídica que de una forma u otra iba a enterrarle aún más de lo que lo estaba antes de que su muerte –atroz, salvaje y ignominiosa- se consumase. Fueron los amigos (republicanos) de la princesa roja los que metieron en la cárcel a José Antonio y lo mantuvieron en ella hasta su muerte, por más que el musical que ahora se estrena se preste a tergiversaciones al respecto.
Como sea, de toda la polvareda levantada en torno a ese estreno, emerge con más fuerza que nunca la imagen de un joven soltero sexualmente inexperto –presumiblemente virgen en el momento de su muerte-, al que no se le atribuyeron (en vida) relaciones sexuales con mujer alguna, por más que enamorase o se enamorase (perdidamente) de algunas cuantas.
Esa es la verdad nuda que se erige contra el mito o lo que de él queda. Y que me perdonen sus devotos
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