El diario del doctor Goebbels –publicado hace algunos años a cargo del historiador revisionista británico David Irving- se ve repleto de citas y referencias a Kant, en ritmo creciente a medida que se adentraba la Segunda Guerra Mundial y se aproximaba su trágico desenlace. Diálogo de sordos –mas que campo de batalla- la obra del pensador del Imperativo Categórico (que en español suena muy bien pero que se entiende muy mal), al que todos citan y muy pocos se tienen leído. Lo que le libró de una carga tóxica cualquiera, al contrario que Marx, que nadie entendía igual pero que todos leían en mi época universitaria (salvo mi menda, y otros diez y siete en la universitaria madrileña)No reprocho a Alberto Rivera –vaya dicho de entrada- el no haber leído a Kant, más bien seria lo contrario lo que me hubiera parecido (seriamente) de preocupar, que un hombre de su edad –tan joven como lo es el dirigente de Ciudadanos- y con aires de tener mucho mundo ya detrás, a pesar de juventud, se hubiera adentrado tan siquiera un poco en ese “desierto de Arabia” que es el sobrenombre que pusieron algunos entendidos o profanos a la Crítica (y no Ética) de la Razón Pura, la obra principal y más citada –que no sé si leída- del célebre filosofo.
Yo también, como Alberto Rivera, estudié a Kant en la Universidad, e incluso ya en el bachillerato. O al menos lo que de él se traduce o interpreta al traducirlo del alemán a otras lenguas, que si hay que creer a lo que un chileno comunista decía de Heidegger en un panfleto de denuncia – autentico best seller tras su aparición hace ahora ya unos treinta años- sacando a relucir el pasado nazi del filosofo existencialista que fue su profesor (estando él exilado en Alemania tras la caída de Salvador Allende), le habría declarado en una ocasión que el alemán era la lengua filosófica por excelencia y que en temas y en textos filosóficos las traducciones a otras lenguas pecaban siempre de deficientes por propia definición (filosófica)
El mismo Heidegger trató en sus tareas de reflexión a lo largo de su obra y de su trayectoria el tender un puente entre el idealismo alemán –Kant, Hegel y demás- y la filosofía escolástica de raíz aristotélico tomista que estudió en su juventud –de seminarista- y de la que le serviría de guía un autor emblemático del neotomismo contemporáneo, a saber el austriaco Franz Brentano, profesor de la universidad de Viena (último tercio del siglo XIX) que colgó los hábitos –y tomó mujer- tras la proclamación de la infalibilidad pontificia en el concilio Vaticano, fuertemente discutida en el área del catolicismo de lengua alemana.
Si acertó a tender ese puente o no, no está nada claro pero lo que sí es cierto es que en su obra fundamental “Sein und Zeit” –que yo si me leí- las huellas (y citas) de Kant son muy raras. No es óbice que Kant y sus obras fundamentales –la Critica de la Razón Pura y la Critica de la Razón Práctica- siguen siendo palabas mayores en el mundo occidental, en sus ámbitos académicos y universitarios.
Referencia suprema para el pensamiento política y filosóficamente correcto, Emmanuel Kant, e icono mayor de las Luces en lengua alemana (el Aufklarung) aunque por una curiosa paradoja acabaría convertido en fuente de inspiración –dentro del área de lengua y cultura alemana- de las corrientes de rechazo de las Luces y de la ideología (democrática) de la revolución francesa, que irían a desembocar en el nacionalsocialismo. Como lo ilustraría el ejemplo emblemático del ministro de propaganda del III Reich, el doctor Goebbels (doctorado en filosofia en su juventud), cuyo diario –publicado hace algunos años a cargo del historiador revisionista británico David Irving- se ve repleto de citas y evocaciones (e invocaciones) a Kant, a un ritmo creciente además a medida que avanzaba la Segunda Guerra Mundial y se aproximaba su (trágico) desenlace.
Un diálogo de sordos, Kant desde hace dos siglos para todos sus adeptos y discípulos: padre fundador de la ideología de los derechos del hombre para los unos, y propagandista de la deificación –o consagración- de la Voluntad (y de su triunfo) que vendría a encarnar el nacionalsocialismo para sus seguidores, como lo ilustra mejor que nada uno de los filmes más emblemáticos de la era nazi –“Triumph des Willens”-, de Leni Riefenstahl, ninfa Egeria del régimen nacional socialista.
Los españoles, salvo excepciones, retuvimos de nuestros estudios escolares o universitarios del célebre filosofo no mucho más que la alegoría de las gafas (de colores) y lo del imperativo categórico que tampoco –por regla general- se entendió nunca muy bien en mentalidades de basamento cultural latino (aunque sonase tan bien a nuestros oídos)
Mucho menos que de Nietzsche desde luego, el filósofo del Superhombre y del Eterno Retorno, mucho más leído y comentado enre españoles, pese a que llevaba a cuestas el Índice de libros prohibidos de lo que se salvaba en cambio el pensador de la razón Pura y del Imperativo categórico. Y de lo poco que entendieron los españoles del filósofo de Könisberg –cortesano del Federico de Prusia, el Gran Ladrón (Nietzsche dixit)- y de sus ideas o fórmulas más emblemáticas –y lo poco en serio también que se lo tomaron-, da idea la entrada (desenfadada) que le dedica Umbral en su diccionario de Literatura. “Se llamaba Emmanuel, aunque nunca hizo cine porno porque se lo impedía el imperativo categórico” (Esas salidas son las que hacen a umbral imperecedero, no me digan)
Por eso, ya digo, no se lo tomé en cuenta a Rivera, y más bien pienso que hay que celebrar la sinceridad no exenta de humildad –una virtud muy importante y en política mucho mas todavía-de la que habrá dado muestras en su debate con su alter ego (de izquierdas), aunque cuando se arremanga de pronto y se pone –las manos en ancas- a darnos lecciones de democracia, confieso que es algo más fuerte que yo, y que desconecto. Muy mal desde luego debe andar el mundo universitario español para que todos propugnen y acepten como guía supremo un autor que nadie entiende mucho, y que por lo que se ve nadie lee, ni siquiera los que le recomiendan.
También es cierto que en mi época a Marx nadie le entendía de la misma forma, pero todos o casi todos le leían. Salvo el autor de estas líneas –que sólo acabaría leyéndolo muchos años después, por su cuenta- y otros diez y siete recalcitrantes como él en toda la Universitaria madrileña. Como sea, es tal vez precisamente eso, su ininteligibilidad - lo que salva a Kant (y también por lo ilegible) de ser un autor toxico, como lo fue (en mi época) el autor del manifiesto/comunista.
Índice revelador, signo de los tiempos, Kant como sea, de un mundo universitario mucho menos tóxico (pese a todo) que el de mi época que no conoció Alberto Rivera, ni tampoco Pablo Iglesias
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