Manipulación de la rebeldía juvenil, calamitas calamitatis! Fue lo que ocurrió en mayo del 68, en Francia como en España: de una frustración sorda y al mismo tiempo claramente apolítica en ciertos sectores de la juventud, particularmente en el estamento universitario y estudiantil, acabó resultando –como por arte de magia- un movimiento insurreccional de extrema izquierda, que estuvo a punto de instaurar un régimen comunista en Francia, y llevó a un endurecimiento (comprensible y justificable) del régimen de Franco. Como ocurre mutatis mutandis con el fenómeno okupa en nuestros días, en particular entre españoles. Una frustración latente en un sector importante pero estrictamente minoritario de la juventud española, coincidente –¿un accidente de cronología histórica?- con un resurgimiento de los bajos fondos de la sociedad española fue lo que se vio plasmado en la indignación callejera del 15-M y lo que sigue cociendo e incubando –con olor a delincuencia y a crimen (organizado)- el fenómeno okupa que surte del grueso de su base social a la izquierda anti-sistema (marca Podemos) que les protege y que a su vez se sirve de ellos de fuerza de choque en su estrategia guerracivilista“De los okupas no hay que preocuparse, porque acaban yéndose” (de la lectura de los periódicos sobre la situación creada en el antiguo colegio mayor San Juan Evangelista)
“Muy bueno, Carmena, lo suyo, muy bueno” Así glosa un comentario (sabroso) en la red la respuesta (surrealista) de la alcaldesa de Madrid –transcrita más arriba- frente a la situación creada desde hace unos meses en aquel antiguo colegio mayor madrileño, cerrado desde el pasado año y convertido los últimos meses –como lo fue durante años el Patio Maravillas- en un nuevo baluarte okupa en pleno corazón del barrio de Argüelles –zona de Moncloa/Universitaria- junto al antiguo estado Metropolitano (del Atleti)
Y es que la situación se habrá salido de madre hace ya un buen rato, tras el pillaje y destrucción de las instalaciones -y la venta ambulante de todo lo que se encontraba dentro, y con la llegada de nuevos “inquilinos” (en sustitución de los primeros ocupantes (mucho más cándidos e inofensivos) –okupas, inmigrantes (magrebíes), traficantes, marginales de toda laya (y gitanos y quinquis mercheros seguro aunque no digan ni mú de ellos los medios)- el clima de intranquilidad y de alteración del orden en permanencia que tiene en vilo -y en estado de choque- a todo el vecindario compuesto en gran parte de otros colegios mayores, viendo el edificio aquel convertido en un centro de tráfico y de consumo de estupefacientes, y teatro de toda clase de desmanes y fuente permanente de escándalo y de alboroto día y noche desde hace meses. ¿A qué espera la Carmena para aplicar la ley, como se propone hacerlo –tal y como lo declaró nada más llegar a la alcaldía- en el callejero de Madrid con la ley de la Memoria?
La nueva ley de Seguridad Ciudadana ¿acaso es de menor rango que la ley de la memoria y se ve revestida acaso de menor urgencia en su aplicación? A la vista de las circunstancias que acabo de exponer, se diría lo contrario. He estado interiorizándome (un poco) del problema legal y administrativo creado por el cierre y la ocupación de este colegio mayor emblemático que parece que fue baluarte también (genio y figura) del rojerío estudiantil en el tardo franquismo de lo que guardo aun (creo recordar) recuerdos un tanto vagos, pero de lo que no fui nunca testigo ni protagonista directo a pesar de situarse en mi mismo barrio no lejos de la zona donde crecí y viví antes de irme de España. Un quitarse el muerto de encima a cuatro banda, el actual propietario (Unicaja), el Rectorado, la Delegación de Gobierno y del Ayuntamiento de la capital de España, la impresión que se desprende así a primera vista, tras un vistazo somero, aunque no cabe duda que la responsabilidad más directa de la situación creada la arrastran el ayuntamiento, y la nueva alcaldesa.
Y tan utópico es pensar que los okupas del Johnny (como acabaron llamando a aquel colegio mayor) se van marchar si no los echa nadie de allí –tal y como parece creérselo Doña Rojelia- como el pensar que el ayuntamiento en las manos de quien actualmente se encuentra vaya a mover ni un dedo si no siente –en propia carne- una presión política (adversa) que le obligue a hacerlo. El fenómeno okupa es competencia de Interior, es cierto, por afectar directamente a la paz social, a la tranquilidad ciudadana y a l orden público. Pero la nueva alcaldesa tiene a su mando (nota bene) a la policía municipal que es la que debería actuar en primera instancia, sin más miramientos ni remoloneo, como parece que viene ocurriendo.
La Carmena tiene desde luego todas las razones para no actuar, si se cae en la cuenta que el fenómeno okupa surte mayormente el grueso de la base social de Podemos como se lo dio al 15-M que fue fundado (no se olvide) –un dato que se pasa en silencio por regla general- por un grupo de okupas de la plaza de Dos de Mayo del barrio madrileño de Malasaña. Los okupas son un cáncer de la sociedad española y un palo atravesado en el normal funcionamiento de la maquinaria administrativa y el ordenamiento institucional en vigor.
Un argumento suplementario que se podría utilizar en aras de su erradicación es el de la prevención de violencia de signo político generalizada que podría acabar creándose por la intervención de grupos de ideología opuesta, que acabara degenerando en situaciones que vendrían a configurar nuevas episodios de guerra simétrica de la guerra civil interminable, como los que vivió la sociedad española en los años de la transición y que seguirían dando coletazos año y años después que aquella se diera por finalizada. Porque como ya dije antes el problema okupa antes que un problema político -que lo es-, es un problema de orden, de orden público y como tal competentes en primer lugar y en primera instancia lo son los responsables de aquel.
Decía De Maistre aquello de que la Contrarrevolución es lo contrario de la revolución –y no una revolución de signo contrario-, una frase enigmática que ni yo ni nadie (se me antoja) –hasta sus más encendidos partidarios y admiradores- entendimos nunca muy bien, pero que en este asunto tiene una aplicación de lo más diáfana y diamantina. El desbordamiento okupa a base de extremismos y de radicalismo anti-sistema no debe degenerar en un extremismo de sentido contrario –léase en un fenómeno okupa en paralelo de signo nacional o facha en paralelo (o como quiera llamársele)– sino en la aplicación de la ley con todas las de la ley, como se debe, aunque esta precise por supuesto a menudo, y sin duda que ese sea el caso también, de la colaboración ciudadana cuanto más importante y más considerable, más decisiva sin lugar a dudas.
Y en el caso que nos ocupa el vecindario lo está pidiendo a gritos, por lo que trasluce de las informaciones que nos llegan. Las fiestas salvajes -del tipo “rave”- sin el menor control ni por dentro del recinto donde se celebran ni desde fuera son fuente de caos y de anarquía y volcanes de violencia y focos de corrupción y de degeneración inevitable de los grupos de jóvenes que en ellas participan más o menos desprevenidos.
En Bélgica desde luego (un país fuera de toda sospecha) no se dan Es cierto que en los primeros tempos de mi estancia aquí quedaban aún rastros mayormente en zona flamenca de fenómenos del tipo okupa que venían en línea directa de mayo del sesenta y ocho, pero no cobraron nunca los niveles de violencia y de desorden que ese fenómeno alcanza entre españoles., sin duda porque en caso de los belgas el detonante guerracivilista brillaba por su asencia. La juventud es el futuro de una nación, y por eso se revisen de tanta importancia los indicadores de su estado de salud individual y colectiva y todos lo factores y entes externos o internos susceptibles de afectarla o de enfermarla como ocurre sin duda con el fenómeno ocupa y sus secuelas que estamos analizando en el caso que nos ocupa.
Y uno de los aspectos más perturbadores del movimiento indignado del 15-M lo era sin duda alguna la frustración de un sector de la juventud española que puso al destape y supo canalizar y a manipular y a explotar para sus propios fines, lo que les haría responsables en gran parte -mucho más que el paro juvenil posgraduado- del fenómeno de la diáspora juvenil que se habrá producido estos últimos cuatro años, a raíz de hacer eclosión el 15-M precisamente.
La juventud y los medios de opinión hoy como ayer son sectores neurálgicos a la hora de decidir del futuro de una nación, como lo era en tiempos de Luis Napoleón en Francia al que se acusó de manipulación tanto de la prensa como de la juventud de su época, en un panfleto que vendría a ser el modelo original (según algunos) de los célebres Protocolos de los Sabios de Sión, donde se describían –en el primero- planes de dominación a escala de la sociedad francesa de la época aquella, y a nivel mundial en el segundo.
Y si es cierto que el grueso de la juventud español, por todas las trazas e indicios, goza de buena salud, un sector de la misma viene revelándose en los últimos años fuente inagotable de preocupación y de quebraderos de cabeza –por la frustración soterrada de la que dan muestra- tanto para educadores como para los gobernantes.
La juventud fue un leitmotiv principalísimo de organismos creados ad hoc en el régimen anterior, como fue el Frente de Juventudes y la galaxia de organismos y asociaciones satélites que en torno a aquel gravitarían y que en los años del tardo franquismo llevaban ya una vida más que renqueante (moribunda) –la Delegación de la Juventud por poner un ejemplo- , habiendo perdido toda la savia de los orígenes.
Con la transición, la juventud dejo de ser motivo de preocupación específico de las instancias políticas, y a fe mía que generaciones sucesivas de jóvenes españoles desde aquellos años maduraron y se hicieron hombres o mujeres a la buena de dios (como quien dice) sin mayores problemas. Sólo con la erupción del 15-M volvió a plantearse un problema juvenil, o en otros términos se volvió a ver en la juventud –como en tiempos de mayo del 68-, en un sector de la misa –la de los jóvenes posgraduados-, un problema y fuente de problemas. Y está claro hoy que aquellos jóvenes indignados formaban parte del problema o de los problemas que denunciaban y que decían querer resolver.
La situación en el San Juan Evangelista es secuela o botón de muestra (uno más) de la persistencia y agraviamiento, de la epidemia de indignación (callejera) en ciertos sectores -estrictamente minoritarios- de la juventud española. Que requiere sin duda terapias de choque antes de que sea demasiado tarde. ¡Alto ya a la ocupación del San Juan Evangelista!
un sintoma de la degradacion cultural...gente joven con percing, tatuajes y caminando por la calle mientras miran absortos a sus telefoninos...
ResponderEliminarQue un simbolo de la Universidad... y mas aun, un colegio mayor... (al parecer los colegiis mayores fueron una creacion de la epoca imperial...recuperada en los años de la Nueva Espala de Franco) sea
convertido en cochambre...denota la miseria de los autodenominados Progres, Indignados, etc...
Por otra parte, si un aeropuerto de Ciudad Real (llamada Ciudad Leal durante los años rogelios 36 a 39) que costó 450 millones de euros...puede ser vendido a un grupo inversor chino en 10.000 euros...sin que haya
un escandalo en el Parlamento...es que la sociedad española está enferma de internacionalismo desnacionalizador