“Pasaban masas ya revueltas; mujerzuelas feas, jorobadas, con lazos rojos en las greñas, niños anémicos y sucios, gitanos, cojos, negros de los cabarets, rizosos estudiantes mal alimentados, obreros de mirada estúpida, poceros, maestritos amargados y biliosos.Toda la hez de los fracasos, los torpes, los enfermos, los feos; el mundo inferior y terrible, removido por aquellas banderas siniestras” Así describía Agustín de Foxá –con la fuerza que da la memoria propia y visual, y sin complejos ni inhibiciones- una manifestación de la izquierda obrera durante los años de la República, en su novela “Madrid de Corte a checa” Pocos descendientes de los vencidos de la guerra civil se reconocerán a fe mia en ese cuadro, pero uno solo de los descendientes de los otros que así lo viese, se bastaba y se sobraba para resucitar esa memoria enterrada (de vencedores) durante décadas, y con ella un novela (genial) injustamente condenada al ostracismo hasta hace poco. Como asi habrá ocurrido. Una revuelta de los bajos fondos de la sociedad de aquel tiempo, lo que trajo consigo la guerra civil española. Y ese mundo inferior y terrible (sic) es lo que viene removiendo de nuevo la movida de los indignados desde hace cuatro años hasta desbordar en los ayuntamientos de algunas de las principales ciudades españolas, como lo habrán conseguido gracias a Podemos. Ese es el reto principal que plantea a la sociedad española el auge del partido de Pablo Iglesias. Que se ve empeorado por la pretensión insidiosa que tanto pregonan de superación de la barrera izquierdas y derechas. Y por ese hallazgo mágico que vienen proponiendo insistentemente los medios de la prensa global (y sus voceros y turiferarios) de una alianza transversal (sic) que iría de Syriza a Amanecer Dorado, pasando por Podemos y por Marine Le Pen ¡A otro perro con ese hueso!El rescate griego como cabía de esperar se habrá traducido en una grave fractura –¿irreversible?- al interior del partido Syriza en el poder del primer ministro Tsipras. Algo que preveían la mayor parte de los diagnósticos periodísticos. La moraleja que nos merece este asunto no es la misma no obstante –aquí ya todos lo han adivinado- que la que merecen a algunos analistas o comentaristas españoles de la franja políticamente incorrecta a la derecha de la derecha para entendernos (…)
Globalización, espantajo omnipresente en los análisis que nos vienen brindando en ese sector, tanto más terrible por tratarse de un fantasma sin rostro (en apariencia) ¿Qué es la globalización? Y puestos a preguntarnos ¿qué es la posmodernidad? ¿qué es el posmarxismo? ¿qué es la democracia real? ¿qué es la transversalidad (en política)? ¿qué son todas esas fórmulas o estereotipos que nos viene sirviendo la prensa global (léase la gran prensa internacional) desde hace años hasta el aturdimiento y el embotamiento de nuestro sentidos.
Fórmulas o etiquetas inúmeras y variopintas para una sola realidad mundial omnipresente, a saber la hegemonía de la mayor democracia del planeta, los Estados Unidos de América, una de las grandes potencias vencedoras de la II Guerra Mundial y firmante de los acuerdos de Yalta y en fase de expansión estas últimas décadas de la historia de la Humanidad que habrá conocido tras el final de la guerra fría –metamorfoseada en su última época en una distensión solo aparente entre los bloques y la caída del Muro-, una Pax Americana en liza sólo en los últimos tiempos con la irrupción de un mundo multipolar representado en los llamados países emergentes (BRICS)
En lo que se podría denominar –en una formula parecida a la de Lenin- la fase de democracia imperial o estadio imperialista de la democracia moderna vista por dentro en el espíritu que la anima, y en lo que el clérigo integrista francés Abbé de Nantes llamó MASDU, léase, movimiento de animación espiritual de la democracia universal que él identificó con el concilio vaticano segundo y con el espíritu de desagregación que le animaría y la profunda conmoción en los planos social y política e ideológico que traería consigo a escala del planeta.
Y de manos dadas con esa democracia imperial, un capitalismo financiero internacional desbocado en apariencia que sabe responder sin rechistar no obstante a los toques de silbato de los amos del Dinero cuando la ocasión se presenta. Como lo demostró la caída de las bolsas asiáticas en el 2007 –detonante de la crisis financiera- por la instigación externa más que presumible de agentes externos (especuladores de notoria ascendencia judia) operando desde los Estados Unidos. El Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y la Comisión Europea, una troika suma y compendio de todos los males sin mezcla de bien alguno en los análisis políticamente incorrectos (pero no tanto) o en otros términos, representativos de la incorrección autorizada (o tolerada) por comparación a otros tipos de incorrección proscritas o malditas –de parias internacionales de la política- como la que ve reflejada mirándose al espejo el autor de estas líneas. Y la otra punta o vértice del poliedro, la Reserva Federal Americana ¿dónde se la dejan los gurús de la antiglobalización y del anticapitalismo indignado y militante?
Es poca la alternativa –esperanzadora- desde luego que nos dejan esos análisis tan maximalistas y esos diagnósticos tan calamitosos de los males del mundo actual –y en particular de su hemisferio occidental y a la zona geográfica correspondiente al continente europeo-, apenas unos espacios (sic) de soberanía nacional que se ven sometidos a una encogimiento irreversible desde la terminación de la segunda guerra mundial en el 45. Tanto en Grecia como en España y por supuesto también en los países del Norte –por encima, me refiero, del área mediterránea- representados sobre todo en el eje Paris-Berlín que los americanos en el momento de la guerra del Golfo motejaron (sarcásticamente) de Vieja Europa. Francia dejo atrás el sueño gaullista –o “gaulliano”- de las patrias que le costó caro a su inventor, el general De Gaulle, nada menos que el que le montaran en propio suelo la revuelta estudiantil de mayo del sesenta y ocho, que estuvo a puno de llevárselo por delante.
Y los sucesores del general fueron poco a poco entrando en vereda hasta el punto que el que ostenta la antorcha del “gaullismo” en la actualidad, Nicolás Sarkozy, acabó dirigiendo contra viento y marea la jefatura de una OTAN antaño aborrecida en la operación aliada en Libia contra el régimen del coronel Gadafi. Con lo que no queda ya más que el Frente Nacional francés bajo la actual dirección de Marine Le Pen a seguir lamentando el recorte de la soberanías nacional y la eliminación de fronteras por culpa de la construcción europea.
Lo que viene a esconder o camuflar los verdaderos retos y los verdaderos problemas, y en particular el mayor de todos a medio y largo plazo por lo menos, el de la emigración –mayormente de confesión musulmana- que no es propiamente un desafío a la soberanía nacional de los distintos países de acogida sino a la existencia misma de la civilización europea, a sus fundamentos mismos, de resultas de un choque de culturas y civilizaciones –entre el Islam y la Civilización europea- que la invasión silenciosa trae consigo. Pero subyacente a esa conflicto primordial cabe distinguir un conflicto más irreductible aún, el de memorias.
La memoria y no la soberanía nacional, lo que está en juego en definitiva. La memoria de los distintos pueblos y naciones europeas y la memoria colectiva de nuestra civilización, en eso acertó en su diagnóstico Dominique Venner. Rubricándolo con su muerte. Y el reto histórico que se nos plantea a los españoles no es la vuelta a los principios de la soberanía nacional (decadentes y decimonónicos) sino el liderazgo a nivel mundial o a escala planetaria. O en otros términos la vuelta al Imperio del Orden.
Y es que en el caso español el conflicto irreversible e irresuelto de memorias que pasa fatalmente por la guerra civil (del 36), adolece fatalmente de una asimetría entre izquierdas y derechas, paralela a la asimetría (léase el escoramiento a la derechas) que hacía notar en unos artículo reciente –al que aquí ya aludí-Ernesto Milá, en relación con la historia de la Falange de los años de la Republica, y su práctica (acreditada) de la violencia política.
Y la memoria histórica de la que se siente portador y heredero a la vez el autor de estas líneas sufre fatalmente también de ese asimetría, de ese escoramiento (inevitable) a la derecha. Y por eso nos parece utópico, no el pretender superar ese dilema o antinomia sino el no asumirlo en lo que sigue teniendo de operante en el mundo de hoy, y en particular en la política española. Entre izquierdas y derechas como entre vencidos y vencedores (y sus herederos y descendientes) de la guerra civil (del 36) interminable.
Y por eso nos sigue pareciendo problemático y arriesgado y, contraproducente y ya obsoleto a algunos el eslogan de "ni de izquierdas ni de derechas" (que tanto proclamamos y vociferamos de muy jóvenes) Y es sobre todo en la medida que con el se viene a hacer abstracción de la realidad histórica dominante y gravitando de cerca sobre el presente y el futuro inmediato de los españoles, a saber la guerra civil interminable, a saber la guerra del 36 que se prosigue interminable todavía hoy y que en su origen en la que podemos calificar su primera fase –de 1936 a 1939- revistió las formas grosso modo de una conflicto entre derechas e izquierdas, como aquí lo venimos sosteniendo y explicando desde hace ya un buen rato.
Una guerra que se prosiguió después –entre treguas y escaladas- a través de formas de guerra asimétrica, pero en las que la dicotomía izquierda derecha estuvo siempre presente. Como lo estuvo en el mayo español del sesenta, mucho aún más que en su versión francesa, por más que sus líderes y voceros pretendiesen superar las viejas barreras –herederas de la segunda guerra mundial- pero la suya era una “superación” siempre por la izquierda, a la izquierda de la izquierda.
¿Se puede decir lo mismo acaso de los de Podemos? En mi reciente libro ya me pronuncié y expliqué por extenso al respecto, denunciando la reivindicación de la memoria de los vencidos omnipresente tanto en Podemos como en su líder Pablo Iglesias como en el movimiento indignado en general (del 15-M) Y ese es el problema número uno que plantean los indignados y los de Podemos y no el que huelan a hachís más o menos, lo que no deja de ser un síntoma –infalible por cierto- pero no más que eso, de la colusión entre izquierda y bajos fondos que viene de la guerra civil –y si se me apura de mucho antes- como lo denunció Agustín de Foxá en su novela histórica ambientada en la guerra civil “Madrid de corte a checas”
Y esa misma fractura en el plano de la memoria –en relación no con la guerra civil española sino con la Segunda Guerra Mundial- viene a salir a la luz en la crisis por la que atraviesa el Frente Nacional francés que fue desatada por unas declaraciones de Jean Marie Le Pen en las que se pronunciaba (una vez más) de forma incorrecta sobre la segunda guerra mundial. Y uno de los protagonistas de esa crisis, el autor de la entrevista por la que vino el escándalo, lo habrá explicado a las mil maravillas en una articulo reciente -donde viene a decir que Marine Le Pen se habrá aprendido la lección de la historia (oficial, se sobreentiende) de la segunda guerra mundial y aplicándose el cuento por supuesto.
A saber, que la única forma de seguir adelante, de salir de la marginalidad política, de aspirar al poder en un futuro más o menos razonablemente cercano, lo era el renunciar a seguir hablando de la Segunda Guerra Mundial como lo seguía haciendo Jean Marie le Pen. Una barrera en el plano de la memoria infranqueable -sobe la Segund Guerra Mundial-, que tiene poco que ver así a primera vista –se me reconocerá- con el euro, con las políticas de austeridad y los recortes y con los dictados de la troika financiera. Eso fue lo que desto la crisis del Frente Nacional, un toque de atención, un ultimatum venido de lo alto y escondido en la provocación periodística (en forma de entrevista) del entrvistador mucho mas que del entrevistado (simple víctima)
España no es Grecia, y aunque el desenlace de la crisis tras el referéndum de hace diez días no parece estar consumada tampoco en modo alguno mientras escribo estas líneas, no cabe deducir del caso griego una superación (definitiva) como pretenden algunos de la barrera entre izquierdas y derechas. Más bien parece confirmarla, al contrario, esa consolidación del líder emblemático de la izquierda radical griega con el apoyo -en el referéndum- de los nacionalistas de Amanecer Dorado que se ve ahora claro que apostaron por aquél de antiguo aunque ahora –tras el referéndum- hagan todo lo posible por ocultárselo a sus propias tropas.
Ya expuse aquí por extenso y en detalle en entradas recientes mi discrepancia con la postura de Amanecer Dorado en relación con el referéndum de días pasados, pero en realidad en el fondo y en lo más hondo, es esa dialéctica (no poco histérica) anti-alemana –y pari passu, esa memoria de la resistencia griega (anti-fascista)- que las principales figuras y dirigentes de Amanecer Dorado vienen a destapar ahora a luz del sol –en las primeras planas de los medios me refiero- , lo que se me queda atragantado sin remedio. Las cosas claras y el chocolate espeso.
Memoria de la Segunda Guerra Mundial, de la guerra civil griega y de la guerra civil española, auténtica línea divisoria que no consigue superar hoy por hoy en lo que a los españoles nos concierne esa dicotomía entre izquierdas y derechas. Ni entre españoles, ni entre griegos ni entre franceses. A buen entendedor pocas palabras sobran. O en otros términos, histeria anti-alemana de Amanecer Dorado, a definirse tocan
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