jueves, enero 29, 2015

PABLO IGLESIAS Y LOS QUINQUIS DEL EXTRARRADIO

Esta novela de Francisco Umbral, a mi juicio una de las más logradas de las suyas, tiene de telón de fondo el extrarradio Este madrileño –de lo que fue el arroyo Abroñigal- y de protagonista uno de esos jóvenes quinquis que dictaban la ley (la suya) en uno de sus barrios. La de Umbral era una forma literaria -y más o menos discutible- de exorcizar aquella realidad tan insufrible como incomprensible e inexplicable. Y un tufo a quinquillería y a extrarradio -y a arrogancia e insolencia (e impudencia) de bajos fondos- es lo que nos despide ahora (fatalmente) a algunos la salida de Pablo Iglesias –tratando de “pantuflo” a uno de sus contrincantes televisivos- que habrá armado no poco revuelo (y descontento) incluso entre sus partidarios. Está claro que para los quinquis -y sus amigos- todos los que no lo son, son pantuflos, léase distintos y opuestos a ellos que practicaron y cultivaron siempre la cultura (o la contracultura) de los pies descalzos (...)
Ha armado cierto revuelo la última salida televisiva del líder de Podemos colgándole un mote –deshonroso- a su contrincante en una de esas tertulias que tanta publicidad (gratis) –¿por cuenta de quién?- le habrán hecho hasta el punto que algunos no vean en él más que una criatura de los medios. ¿Enseñó acaso los dientes –o las uñas- más de la cuenta con su salida (de tono) el líder de Podemos?

Aquí ya me explayé un poco sobre el medio sociológico y familiar del político de la coleta, y no hay duda -y si necesidad había este incidente anecdótico no viene más que a confirmarlo- que la figura mediática de este nuevo mesías de la izquierda española -en una versión sui géneris cierto “ni de izquierdas ni de derechas”-, echa o nos echa a algunos por lo menos un tufo que tira para atrás a bajos fondos y a extrarradio, de esos extrarradios umbralianos que se dieron por oficialmente desaparecidos a principios de la década de los setenta a golpe de planes de urbanización y de grúas y de excavadoras pero que eran a todas luces un poco como los barrios de mala nota de la Ciudad, la Mugre y la Muerte de Fassbinder que los reordenamientos urbanísticos en el Fráncfort de la posguerra (años sesenta) no hicieron más que esparcir y propagar -al precio de tener que adaptarse- agravando el fenómeno en vez de ponerle coto o remediarlo, como un virus mutante o una pandemia.

¿Los quinquis del arroyo Abroñigal que pintaba Umbral en algunas de su novelas y con los que convivio por confesión propia (en alguno de sus libros de memorias) a su llegada a Madrid -huyendo de León- a principios de los sesenta, muertos y enterrados? Mucho me temo que los que les presentaban como un fenómeno en vías de extinción tomasen sus deseos por realidad y que en el fondo se equivocaban de parte a parte. El fenómeno quinqui –con el que me di de bruces a mi paso por las cárceles de derecho común portuguesas- me pareció (lo dije y lo mantengo porque así lo pensé y el tiempo transcurrido desde aquellas experiencias tan duras no habrá hecho mas que confirmarme en mi impresión primera, que como dice el refrán es la que cuenta) algo indisociable de la historia de la delincuencia y del crimen organizado –y de su realidad sociológica- en la España (y Portugal) de los dos últimos siglos.
Joseph De Maistre fue siempre -un poco como Nietzsche a pesar de no encontrarse como él en el índice de libros (y nombres) prohibidos- un ilustre desconocido para españoles. Salvo alguna que una excepción, la de Donoso Cortés por ejemplo que lo divulgó no poco entre españoles –aguándolo no poco tmbién- "a la española" En realidad, De Maistre, su obra y todo lo que simboliza –hay que acabar fatalmente reconociéndolo- eran un poco la antítesis de la teología y de la filosofía española del Siglo de Oro -tanto de la Escuela de Salamanca como de los jesuitas-, que según sus detractores acabaron sirviendo de basamento filosófico del liberalismo (e incluso al socialismo) Y en eso los franceses de Ecône llevaban razón, tengo que acabar reconociéndolo (…) Y como Pio Moa lo hace certeramente observar, los jesuitas fueron perseguidos por el absolutismo borbónico, más que nada por su insistencia en seguir enseñando a los iusnaturalistas españoles –el Padre Francisco Suarez en primera fila de todos ellos- que les parecían socavar la autoridad del monarca y del estado. Y por paradójico que parezca, De Maistre fue un gran hispanista como lo ilustra su obra, del mayor impacto (y estruendo) en su tiempo “Carta a un gentilhombre (ruso) sobre la Inquisición española”, en la que lavaba al célebre tribunal de la leyenda que le acompañaba (y le acompaña)
Me he leído y releído detenidamente –ya lo dejé registrado en anterior entrada- unas reflexiones de Pío Moa sobre el escritor y pensador francés (decimonónico) Joseph de Maistre que me sorprendieron por lo pertinente y que a fe mía que –propias o de prestado- sorprenden en alguien como él con un pasado izquierdista –y comunista- tan notorio (y cacareado) De Maistre -esa sea tal vez una de las conclusiones mayores de su obra y glosa indispensable de su figura- se sirvió de punto de partida en sus reflexiones filosóficas e ideológicas, del crimen colectivo o crimen primordial de los tiempos modernos que a sus ojos encarnó la Revolución francesa de la que fue testigo de primera mano. El crimen –en cierto modo como la locura- es una aporía irreductible –como la de los filósofos antiguos-, un reto mayor al poder de comprensión de la razón humana.

Y el afrontarlo de cerca, una experiencia dura e intransferible que no todos superan, y a fe mía que no quiero que mis reflexiones suenen aquí a la oración del fariseo de te doy las gracias señor porque no soy como los otros. O digamos que el fariseo del evangelio llevaba una parte de razón, y que se equivocaba no en la intuición sino sólo en los postulados, pretendiendo explicar lo inexplicable (...) Como sea, el que esto escribe –un poco sin duda como el fariseo del evangelio (y pido disculpas)- nunca se sintió ni delincuente ni criminal (ni culpable en modo alguno) a su paso por cárceles de derecho común (en Portugal y en Bélgica), aunque no se me reconociese estatuto (especial) ninguno de preso de conciencia ni nada que se le pareciera (…)

Irreductiblemente extraño –y a mucha honra- a aquel mundo (o infra/mundo) del lado de dentro de los barrotes- con el que me vi obligado a cohabitar forzoso durante años. El crimen, léase la maldad humana no tiene explicación, y en eso acertaba de lleno Joseph De Maistre, el filósofo de la autoridad y del orden por excelencia en los tiempos modernos. Y no cabe explicarlo sino reaccionar contra él, léase responderle en todos los órdenes y a comenzar en el orden de las ideas como hizo aquel filósofo francés, un visionario y un profeta y un adelantado a su tiempo. El Orden Nuevo que proclamaron los fascismos, fracasó, se hundió estrepitosamente pero eso no significa que no valga la pena intentarlo de nuevo, no el resucitar los fascismos, me explico, sino el sentar las bases de un nuevo orden, sin esperar a que se acabe derrumbando estrepitosamente el orden viejo, léase el orden establecido.

Pio Moa dice no sin un fondo de razón que en el pensamiento de Joseph De Maistre había un toque (sic) revolucionario, y lo ilustra con la influencia que a todas luces sus ideas tuvieron en el fenómeno de los nazi fascismos, que se pretendían revoluciones “nacionales”, a saber respuestas a la amenaza de una Revolución a secas (y con mayúsculas) que no sabía ni entendía de adjetivos. El profesor Nolte, en una de su obras más divulgadas, “La guerra civil europea”, establecía una comparación entre el concepto de Revolución (a secas) con mayúsculas de la izquierda marxista (o anarquista) y el de Revolución nacional de los nazi fascismos que él veía como una vía media o mediana (sic), en contraposición al carácter total o totalizante de la Revolución que predicaban los rojos.
El libro de España. Una lectura obligada o insoslayable (por lo omnipresente al menos) con la que crecieron (o crecimos) varias generaciones de niños y adolescentes en la España de la posguerra. Botón de muestra de una educación que nos hizo diferentes del resto. La negación radical del individualismo y la desconfianza en el fondo de la naturaleza humana prototípicos de las doctrinas contrarias al espíritu de las Luces que alumbraron los fascismos (y movimientos asimilados o asimilables) –de los que De Maistre es u no de los exponentes mayores-, traían como corolario inevitable la rehabilitación del valor y de la importancia de la educación –en alemán Bildung- que venía a recubrir al hombre de una segunda natura, en una versión secularizada de la regeneración sacramental del catolicismo. Entre una concepción y otra osciló –como un balancín- la educación en el plano escolar (y de rebote en el plano familiar) durante el régimen de Franco. Y si es verdad como dice el psicoanálisis que la personalidad se fija o se define definitivamente en la infancia, está claro que a partir de unas ciertas franjas de edad, generaciones de españoles de hoy que nacimos y crecimos aquellos años somos a más de un título hijos del régimen anterior (mal que nos pese), y eso vale para muchos de los que hoy día nos gobiernan, y de la clase política en general aunque vayan de demócratas (de toda la vida) tanto a izquierdas como a derechas
Y lo que escribía de los fascismos se podía hacer extensivo a la “revolución conservadora” de los tiempos de la Alemania de Weimar -algunos de cuyos exponentes- acabarían desembocando (aunque fuera fugazmente como el caso de Heidegger) en el nacionalsocialismo- y también del ideal de la Contrarrevolución que pregonó y divulgó Joseph De Maistre en uno de sus títulos esenciales “Consideraciones sobre Francia” Predicaban una vuelta drástica y resuelta al pasado pero –como bien lo observaba Pío Moa-, idealizando o absolutizando algunos de sus trazos o características como así hacían, acababan fatalmente conduciendo a un modelo nuevo, innovador y en cierto sentido pues revolucionario, pese a la frase tan difundida del propio De Maistre –en la obra referida- que “la Contrarrevolución no debe ser una revolución de signo contrario sino lo contrario de la Revolución” Y no cabe duda que los fascismos fueron a su manera una tentativa de aplicación y de explicación o de interpretación a la vez de esa máxima maistriana tan criptica y tan enigmática –e indescifrada hasta hoy (…)- no en lo que tuvieron de revolucionario, sino en su exaltación de los valores de autoridad, de civilización y de orden.

El hombre es malo por naturaleza, al contrario de lo que dijo Rousseau. “Malo por naturaleza y bueno por sociedad”, como escribía -tal y como lo cita Pio Moa- el alter ego (filosófico) de De Maistre, De Bonald. Un pesimismo radical que se anticipa a la filosofía alemana del siglo XIX, tal y como lo expresaron algunos de sus nombres más emblemáticos, un Schopenhauer por ejemplo que no niega el libre arbitrio pero que en la práctica, en la medida que lo eleva a la categoría de “transcendental” (en el sentido que le daba al término a la filosofía antigua), viene a decir lo mismo-, y sobre todo en Federico Nietzsche para quien el Superhombre futo de un nuevo orden de cosas es la negación del individuo, y a esos dos nombres yo añadiría –a riesgo de escandalizar o desconcertar aquí a algunos- el de alguien que por tantos conceptos puede considerarse un (puro) producto del pensamiento alemán decimonónico, y me estoy refiriendo a Sigmund Freud.

La tensión fundamental que establece el padre del psicoanálisis en sus obras entre el ego y el “ello” (y el “super/ello”) arrastra un eco innegable de la negación radical del individualismo en el pensamiento reaccionario francés (y anti-revolucionario) y en la filosofía alemana del XIX. Y así, la teoría freudiana del crimen primordial, no viene a ser en esa óptica más que la versión secularizada –o filosófica- de la doctrina (agustiniana) del pecado original (tal y como Freud lo expresa en “Tótem y tabú” una de sus obras más difundidas y emblemáticas), que De Maistre hacia suya en apariencia aunque sometiéndola sin duda a un desciframiento o a un “descascarillado” –en francés “décorticage”- inseparable del fondo de esoterismo innegable de su pensamiento, marcado a fondo por el Siglo de la Luces y el Aufklarung y la masonería iluminista de la que en su juventud De Maistre formó parte.
Prisión de máxima seguridad de Vale de Judeus, setenta kilómetros al norte de Lisboa, donde purgué dos años y tres meses –tras un año de prisión preventiva en la Penitenciaría de Lisboa (hoy desparecida)- por mi gesto de Fátima. Vale de Judeus fue una de las últimas realizaciones del Estado Nuovo que no estaba aún ni siquiera inaugurada cuando se produjo la revolución de Abril, y que de esa forma pasaron a estrenar los antiguos miembros de la PIDE (la policía política del régimen depuesto) que acabaron fugándose todos –tras construir un pasadizo subterráneo- al poco tiempo de estar allí presos. Vale de Judeus era una prisión modelo inspirada en la óptica regeneracionista del Estado Nuovo, gemelo en ese y en tantos otros aspectos del régimen de Franco, lo que venía a ponerse particularmente de manifiesto en materia penitenciaria. La disciplina al interior del establecimiento, y su corolario esencial de garantía y salvaguardia de la integridad física de los reclusos, eran valores primordiales que la inspiraban, junto con unos programas de reeducación –a base substancialmente del trabajo recluso (y del sistema adjunto de redencion de penas ) y de la formación profesional (bien equipada y estrucuturada y organizada)- directamente inspirados del ideal regeneracionista. Todo eso estaba ya arrumbado por cierto cuando yo por allí pasé, salvo –hasta cierto punto- el orden y la disciplina interna (al contrario que en la Penitenciaría), lo que sin duda garantizó mi integridad física (y mis supervivencia) allí dentro. Lo que no impedía no obstante que los quinquis españoles (e hispano/portugueses) –todos rojos- anduvieran allí dentro de gallos de pelea en permanencia y tratando de imponer su ley (en los que se lo consentían, por cierto) Con la complicidad nota bene de algunos guardianes (comunistas o de extrema izquierdas) y los mimos y atenciones de los servicios consulares españoles de entonces -la era felipista- escandalosos y discriminatorios (para conmigo por ejemplo) En otros tiempos hubieran andado más derechos que una vela, brazo en alto y cara al sol y con buenas lecciones de moral –recibiéndolas, no propinándolas ellos (...)-, y de higiene y de urbanidad y de educación (y buenas formas), y de patriotismo y de memoria (y de decencia por supuesto)
Se me dirá que Freud era judío, lo que es cierto, aunque intelectualmente –y por paradójico que sonar pueda- era alemán antes que nada. Orden y fortalecimiento de la autoridad del estado, eso es lo que pide a gritos –en su inconsciente colectivo aunque sea- la sociedad española y solo se combatirá eficazmente la corrupción –en lo que tiene de remediable y no en lo que tiene de fatal e ineluctable- y no debilitando o desprestigiando o socavando aquel.

Que es lo que vienen a traducir campañas anti-corrupción (y por la justicia social) del género de todos corruptos (o que así al menos suenan) Ivo Morales –¡el que faltaba para el duro!- se une ahora al coro de ditirambos de Podemos, y sus profecías o predicciones –por cuenta por ejemplo de una asamblea constituyente- nos suenan a chillidos de búho a algunos por lo funesto y catastrófico de las resonancias que arrastran fatalmente en la memoria colectiva de los españoles.

Limpiar a España de sus bajos fondos, un ideal regeneracionista que a su manera hizo suyo el régimen franquista, y de mayor actualidad que nunca ante el auge aparentemente imparable de Podemos, que trae revueltas –con la esperanzas (aciagas) que despiertan- las aguas más estancadas y cenagosas de la sociedad española, que se vieron ya revueltas a fondo con el 15-M y su cortejo (insalubre y maloliente) de perro flautas e indignados

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