viernes, enero 30, 2015

MILITAR ESPAÑOL MUERTO EN EL LÍBANO ¿QUÉ ESTAMOS HACIENDO ALLÍ?

Los sucesivos gobiernos españoles –de Zapatero y de Rajoy- marcaron escandalosamente el paso tras las dos grandes potencias anglosajonas al estallar las primaveras árabes de las que aquellas fueron principales instigadoras. Lo que les llevó a intervenir vergonzosamente en la operación aliada (de la OTAN) contra el régimen del coronel Gadafi y a romper inexplicablemente relaciones con el régimen de Bachar el Assad (en la foto), sentenciado por la Casa Blanca y los Estados Unidos –y las monarquías árabes petroleras-, el cual no obstante había mantenido con España hasta entonces relaciones de amistad y cooperación de lo más estrechas. Ocurre que la muerte trágica –por fuego israelí- del cabo español de la fuerza de la FINUL en el Líbano, Francisco Javier Soria, quizás no haya sido más que una consecuencia fatal del progresivo envolvimiento de Israel en la guerra civil siria por su enfrentamiento directo con el aliado iraní del régimen de Bachar, en los Altos del Golán ¡Revisión ya de nuestra política en el Oriente Próximo!
La geopolítica es el arte de la conjetura y sobre todo del desenredo –como el que practican los agricultores con las redes gigantes que utilizan a menudo para cubrir y proteger sus campos y sus mieses y cultivos de todo tipo de predadores-, y yo diría también, parafraseando a César González Ruano que es el arte de confesarse a medias, algo (se me antoja) indispensable a la hora de imprimir un mínimo de credibilidad -en prenda de desinterés personal aunque solo sea- a unos análisis y a unos diagnósticos por cuenta de realidades y de situaciones que por regla general nos pillan muy, pero que muy por encima de nuestras cabezas.

Fui ligeramente pro palestino en mi juventud lo confieso humildemente, –en mi época universitaria-, que era algo que se puso de moda en los ambientes universitarios de la Complutense madrileña –y me imagino que en el resto de las universidades españolas- con el estallido (en 1967) de la guerra de los Seis Días, en la que muchos con razon o sin ella vieron una agresión israelí. Fue el caso de François Duprat que habré evocado repetidamente los últimos tiempos en este blog y al que dediqué una de mis últimas entradas.

Su argumento por lo que sé era básicamente ése –el de la responsabilidad israelí en el desencadenamiento de la guerra- y en su postura influía sin duda también, el negacionismo, a saber, la negación de los llamados mitos fundacionales (Roger Garaudy dixit) –del Holocausto, de las cámaras de gas, de los seis millones (…)- a la base, según el que fue mentor y protector en un momento dado de Duprat, Maurice Bardèche, de la fundación del Estado de Israel. Tiene gracia no obstante el que uno de los postulados de la doctrina de Joseph de Maistre que evoqué ampliamente en mi anterior entrada lo fuera la función social y política de los mitos necesarios (sic) –entre los cuales incluía la religión- para el funcionamiento y el fortalecimiento de la autoridad y en los orígenes de un estado.
Milicias del EI (Estado Islámico del Irak y del Levante), que están exportando su guerra como a hurtadillas en territorio europeo las últimas semanas a través de centenares de voluntarios muy jóvenes afluyendo -en ida y vuelta- a las zonas de conflicto en Siria, y procedentes de la inmigración de confesión musulmana en los diferentes países de la UE, como lo ilustra lo ocurrido en Francia, y también la tensión in crescendo –tras sucesivas amenazas de atentados- en un país limítrofe como Bélgica. La escalada de violencia en el Sur del Líbano y en los Altos del Golán que habrá provocado la muerte de un militar español de la fuerza de la FINUL pone flagrantemente de manifiesto no obstante una realidad insoslayable, y lo es la alianza objetiva del estado de Israel con los islamistas del EI, el coco de los gobiernos europeos en lo sucesivo y también de la Casa Blanca, principal aliado de Israel en la zona. Quien les entienda que les compre (…)
Y cabe preguntarse si François Duprat se hubiera mantenido en esa posición pro-árabe (y pro/palestina) y anti-israelí en el caso de haber vivido la irrupción a escala planetaria del integrismo musulmán que tuvo lugar nota bene –con el triunfo de la revolución iraní- unos meses apenas después de su muerte, y también, en el caso de que hubiera llegado a ser testigo del alcance y dimensiones que habrá acabado cobrando el fenómeno de la inmigración que él alcanzó a vivir en cambio y que le mereció posicionamientos inequívocos, hostiles y contrarios por supuesto. En lo que me atañe pasé sucesivamente a través de los años hasta hoy por fases alternativas al azar de la evolución de la política internacional en el capítulo del Oriente próximo.

Fui pro/israelí durante la guerra del Libano –con las Falanges Libanesas de Bechir Gemayel (a mí que me registren)- , tuve también una fase pro/iraní –fiel (¡ay dolor!) a la divisa ni de izquierdas ni de derechas- y acabé posicionándome –como todos aquí ya saben- a favor del régimen de Bachar el Assad, tras el choque y la formidable comoción que me infligió –lo confieso, como a muchos- el estallido de las primaveras árabes y lo que se seguiría, entre lo cual la ejecución salvaje del coronel Gadafi retransmitido en directo al conjunto del planeta, de las que Vladimir Putin acusa a los Estados Unidos y a la UE de haber sido principales instigadores. Lo que vendría a corroborar en mí la erupción del movimiento de los indignados (del 15-M) en la órbita de aquellas desde sus mismos inicios, de eso no me cabe la menor duda.

Qué pienso del estado de Israel, como me lo han preguntado ya algunos, es algo que merecería extensa respuesta, toda una entrada de este blog incluso y tal vez no una sino varias, y podría ser objeto por cierto de unas confesiones a medias, en la medida que tampoco me siento obligado a desvelar o abrir de par en par el fondo de mi pensamiento y de mis ideas al respecto. Una cosa esta clara no obstante, y es la frustración sorda que prácticamente desde siempre produjo en mí esa especie de guerra del fin del mundo (y de nunca acabar) que es la imagen que siempre me dio –a mi como a tantísimos a escala del planeta- el conflicto israelo/palestino en el Oriente Próximo. En ese contexto otra cosa parece clara también y es de no saber a ciencia cierta el qué estamos haciendo allí, en el Líbano me refiero, como lo ilustra la muerte -por fuego israelí- de un compatriota, un cabo de las tropas españolas de la FINUL allí estacionadas.
Bachir Gemayel, líder falangista libanés. Al contrario que François Duprat, escogió la opción pro israelí. ¿Quién de los dos llevaba razón? La del huevo y la gallina. No es menos cierto no obstante que la alianza israelí llevó a los cristianos maronitas a la derrota y a la división, y a que ofrezcan hoy la (triste) imagen de una comunidad partida por la mitad a causa de la guerra civil siria, con una facción, la del General Aún, partidaria del régimen de Bachar y la otra, la de Geagea (y de Amin Gemayel), de compañeros de viaje del bando anti-Bachar (pro islamistas)
¿Provocación calculada de los israelíes, en venganza por el reconocimiento español del estado palestino, o buscando deliberadamente arrastrar a España en aquel conflicto? ¿O por el contrario, una fatalidad derivada de la presencia en la zona ocupada por los españoles de Hezbollah una milicia pro-iraní y como tal comprometida en el conflicto (a fondo, a vida o muerte) con la destrucción del estado de Israel –y el arrasarlo (sic) hasta sus cimientos- entre sus objetivos declarados?

El incidente que habrá causado la muerte del militar español se produce ahora en un contexto de altísima tensión que traduce el progresivo envolvimiento (casi a escondidas de Israel) –a través de los Altos del Golán y de la zona los mismos ocupados (con el apoyo implícito israelí) por la rebelión anti-Assad- en la guerra civil siria, por un lado, y por el otro, la beligerancia pro/palestina –y anti-israelí- de la tropas iraníes operantes en suelo sirio y de sus aliados libaneses de las milicias del Hezbollah pro-iraní.

La escalada actual tuvo su origen en el ataque israelí días pasados en los altos del Golán que produjo una serie de bajas -bien escogidas- entre altos mandos de la fuerza iraní de intervención en la guerra civil siria. ¿En esas circunstancias qué o quién puede obligarnos a los españoles a seguir metidos en aquel avispero? ¿La causa de la paz que sabotean a diario tanto unos como otros? ¿La UE? ¿Acaso habrán conseguido obligar al nuevo gobierno griego a aprobar las sanciones que el consejo de la Unión Europea tenía ya previstas contra Rusia en el tema del conflicto en el este de Ucrania?

¿La Casa Blanca, nuestra pertenencia a la OTAN? ¿La Alianza de culturas? ¿O simplemente los complejos e inhibiciones de nuestra clase política –y de nuestro gobierno- como lo habrán venido poniendo flagrantemente de manifiesto en los últimos años, en particular desde el estallido de las primaveras árabes, siempre a remolque de las dos grandes potencias anglosajonas, en la guerra en Libia, en la de Siria, o en el conflicto de Ucrania? Las preguntas deflagran una detrás de otra sin encontrar respuesta.

Entre tanto, sangre española ha sido derramada de nuevo por fuego israelí en el Líbano. Y sangre derramada son palabras mayores que exigen una respuesta más contundente que la simple aceptación de meras excusas por parte israelí aunque hayan sido presentadas por el premier israelí en persona. El incidente como sea pone de nuevo a luz del día las contradicciones flagrantes de nuestra política exterior en aquella zona, de adversarios resueltos del régimen de Bachar el Assad y de aliados objetivos o compañeros de viaje de sus principales aliados de la región en la frontera de Israel con el Líbano.

Y sin duda que la revisión –urgente e impostergable- de la actitud española en la guerra civil siria sea el punto de partida obligada de la clarificación de nuestra política en aquella región estratégica y de la naturaleza y el verdadero alcance y significado de nuestra misión (“de paz") en el Líbano. Como diría Umbral, primos pero no tanto

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