sábado, noviembre 29, 2014

¡TERESA ROMERO QUIEN NO ES AGRADECIDO NO ES BIEN NACIDO!

Corruptio optimii pessima. El Instituto Nacional de Previsión creado por Don Antonio Maura –bajo Alfonso XIII- que se vería reforzado con el Seguro obligatorio de Enfermedad (1942) acabarían degenerando con el tiempo y una caña en el Insalus socialista (marca PSOE) de prácticas arbitrarias y despóticas y de controles exorbitantes y conminatorios que todavía perdura, como lo habrá puesto de manifiesto la reacción corporativista injusta y demagógica de los compañeros de Teresa Romero, a comenzar por la de los propios interesados (ella y su marido me refiero, tan desagradecidos) ¿Sanidad pública hasta la muerte? Así lo pensaba, pero hace rato que perdí la fe, en eso como en otras mucha cosas (…)
Quien no es agradecido no es bien nacido. Me he estado tragando justo antes de ponerme a escribir estas líneas un trozo solo de la entrevista en Telecinco de la enfermera contagiada y curada del Ébola, Teresa Romero –que cuando acordé ya andaba por la mitad más o menos- y sin necesidad de haberla seguido toda entera debo decir que me ha defraudado profundamente y no solo eso, sino que me ha dejado mal sabor de vodca, en la media sobre todo de lo mucho que me interesé en su caso y de tanto como deseé su curación como aquí todos son testigos.

Había seguido anteriormente –mal que bien y a regañadientes- dos intervenciones televisivas –por internet- de su marido, y sin duda me sentí, yo como muchos otros, en derecho de pensar que lo que uno de los cónyuges decía el otro –la otra- podía corregirlo o suavizarlo por lo menos, cuando los ánimos se serenasen un poco y las aguas volvieran a su cauce tras la salida del hospital de uno y otro. Por lo que el marido derrochaba de acrimonia y de arrogancia y de desafío y de malos modos (y maneras) me refiero. ¿Dos que duermen en un mismo colchón se vuelve de la misma opinión, en el refranero como en la realidad e os hechos? Debe ser eso.

El caso es que la enfermera parecía ajustarse al guion en palabras como en gestos durante la entrevista –salvo en ese tic como nervioso que le hacía llevarse la mano a la nariz ("a la cara" pues) a cada momento- y no tuvo palabras de agradecimiento más que para sus compañeros, de trabajo,-y de sindicato también cabe suponer algunos de ellos. Y para otras dos personas –la monja africana que acabo curándose y otra persona de la que la entrevistada no desvelo más que el nombre de pila.

Y ni una palabra en cambio para el equipo médico que tanto hizo para salvarle la vida, con éxito. E incluso en su agradecimiento a sus compañeros y a la monja se deja escapar un deje de solidaridad de cuerpo y un tono de beligerancia innegable –como en el conjunto de la entrevista-, en el sentido de “ellos sí que son buenos”, o de lo bueno que fue la monja y lo mal que se portaron (en España) con ella. Se siente mal ahora, infeliz, descontenta –lo habrá repetido no sé cuántas veces en la entrevista-, dice que ya no es la misma como si le hubieran destruido o destrozado la vida no sé sabe bien quienes, que tampoco lo dice en la entrevista.

Que ella era un persona feliz que iba a su gimnasio todos los días, y todo el día con su perro y que ahora todo se acabó. Sin duda por lo del perro que lo del gimnasio en cambio no queda muy claro de sus palabras. Tal vez lo que haya querido decir es que se ha quedado con la salud tan arruinada que ya no es capaz de seguir yendo al gimnasio a diario como hacía antes. Pero no era esa la impresión que daba en su aparición ante las cámaras, al contrario en perfecta forma física parecía, mejor que en las fotos que se habrán difundido de ella de justo antes del contagio. Feliz (antes) con el gimnasio, con el perro y también –que todo hay que decir- con ese empleo tan envidiable por tantos conceptos del que disfruta por lo vista sine die” –y que le permite costearse el gimnasio (diario) y también el mantener al perro- a prueba de todas las vicisitudes e inclemencias del tiempo, con la que está cayendo (desde hace ya varios años)
Retrato de Adam Smith. Su obra entera fue como un libro sellado para el autor de estas líneas, en los años que cursé Ciencias Económicas en la Complutense, en particular quinto de carrera que se impartía la asignatura de "Historia de las doctrinas económicas", en una óptica marxista o neo marxista que lo influenciaba todo y contaminaba todo por aquel entonces. Hoy con la perspectiva del tiempo transcurrido, Adam Smith se me antoja un gran moralista lo que en realidad fue –gran amigo de Edmond Burke, y admirador de la moral estoica de los Antiguos-, aunque su gran fama se la deba a una obra suya tardía en materia de economía, “La riqueza de las naciones” que pasa por el evangelio o la biblia del capitalismo salvaje. Cuestión de interpretación, inseparable de la suerte para la posteridad de toda obra que se independiza nada más verse publicada, de la trayectoria y del destino de su autor conforme al adagio clásico “verba volant” Y entre los sentimientos morales que más merecieron la estima y la atención de Adam Smith figuraba la gratitud, de raigambre bíblica y clásica antigua a la vez. Y es que la gratitud es sin duda síntoma (infalible) del buen estado de salud mental y espiritual de una sociedad. Y por eso no deja de verse ahora cargada de negros presagios la ingratitud flagrante -y escandalosa- de Teresa Romero y de su marido. ¿Vientos de guerra civil que de nuevo soplan?
Algo de lo que no habrá en cambio dicho ni pío, como si no contase en su vida o como si ya no pudiese seguir ejerciéndolo (lo que está claro que no le habrá sucedido) No voy a entrar aquí al trapo de si mintió o no mintió, si ocultó información –vital- o no, otros ya lo han hecho o lo están haciendo, me interesa y me preocupa más el lado político del asunto, y moral también en el sentido amplio del término (de una moral sin moralina me refiero) Porque está claro que su intervención en ese programa de Telecinco habrá sido un acto político como la s intervenciones de su marido, y como la querella que interpusieron por el sacrificio de su perro que acaba de verse desestimada por el tribunal supremo.

Yo iría incluso más lejos, un acto político y un acto de guerra y que nadie se alborote o se escandalice. Un acto de guerra civil, si. De la guerra civil inacabable de los ochenta años como aquí ya la llamé que empezó en el 36 y que no ha terminado todavía. ¿Acaso exagero? Del sectarismo ideológico de su marido y del pie del que cojea no hay que ser un lince para darse cuenta casi desde el primer momento que se le oye hablar y se le echa la vista encima. Y por lo que se ve, ya digo, su mujer por lo que sea habrá decidido marcar el paso detrás de él, en sus recriminaciones y sus agravios y sus amenazas y querellas.

Al gobierno no la habrán hecho tambalearse desde luego, y mucho menos a su presidente, porque a la ministra de Sanidad no la han echado ellos y el consejero de Sanidad que tanto parecen seguir odiando su marido como ella –pese a las excusas que les presento públicas- sigue ahí tan campante en su puesto. Algunos desde luego no se equivocan ni se engañan de los retos en un plano estrictamente político que se escurren más o menos agazapados en este asunto. El alcalde del pueblo de Teresaq Romero –Becerrá, provincia de Lugo-, por ejemplo, que la había nombrado ya por su cuenta y riesgo hija adoptiva de la localidad para verse obligado a retractarse justo al día siguiente, por fata de quórum.

¿Sanidad publica hasta la muerte? Así pensaba (grosso modo) hasta hace algunos años pero desde entonces algunos nos habremos hechos demasiado serios en la cosas del espíritu (como hubiera dicho Nietzsche) Y fue tal vez desde la experiencia desagradable que conté y aquí en alguna ocasión en el Hospital Clínico de Madrid, hace unos años, donde quise hacer una simple pregunta en la consulta del especialistas –como estaba y estoy acostumbrado a hacer en Bélgica- y me topé con un muro, que me diga con una especie de garita que eso es lo que era en realidad de un vigilante de paisano –un empleado de ventanilla en realidad (y no de la seguridad) que es lo que no era, que me impidió el acceso manu militari (o casi) a la dependencia aquella, en un tono terminante y conminatorio y amenazante incluso. Lo nunca visto, tal vez porque llevo muchos años fuera de España en lo que asistencia médica sobre todo se refiere.

De mis recuerdos desde niño los hospitales eran sitios de libre circulación, te recibían o no, tenías que hacer cola o no, pero nadie te impedía el paso por pasillos y galerías, que fue la sensación que me entro de pronto –como poniendo un pie en tierra extranjera- en la experiencia aquella. Y cabe decir que se trataba a todas luces –el vigilante (sindical) o empleado de ventanilla aquel y otros muchos como él- de personal sindicalizado, que es la impresión que dan la Teresa Romero y sus compañeros los más solidarios -y más agresivos- de ellos por lo menos, y todos los que habrán salido a la calle en toda España para solidarizase –léase ladrando no poco- con ellos (con ella y su marido me refiero) tenor de los eslogan como esa frase de “animo Teresa que tu pue-des” (…) que le habrá ganado un aplauso en el plato de Telecinco .

Se curó, con su pan se lo coman ella y su marido, pero que no cuente con la simpatía de muchos españoles en lo sucesivo (entre los que me encuentro) El equipo médico que la curó -y su jefe también por qué no-, se hubieran merecido unas palabras suyas de reconocimiento y agradecimiento, ya digo.

A menos que me esté equivocando del día y la noche en la que estamos (como dicen los belgas) y de país y de planeta. Y que no estemos en un sociedad en paz y reconciliada consigo misma –pese a las tensiones del quehacer diario y a las lógicas protestas- sino en un país permanentemente en guerra. Y eso es en realidad lo que pienso, más aún esto convencido de ello

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