sábado, octubre 25, 2014

LETICIA REINA DE ESPAÑA Y LA REPÚBLICA DEL FANGO Y DE LAS LÁGRIMAS.../...

LETICIA REINA DE ESPAÑA Y LA REPÚBLICA DEL FANGO Y DE LAS LÁGRIMAS
Se equivocaron los profetas de calamidades que nos prometían un estado de excepción en Oviedo con ocasión de la entrega de los Principes de Asturias. Me he estado visionando las principales instantáneas fotográficas de la celebración y lo que más cabe a mi juicio resaltar es el baño de público que se dieron la pareja reinante, sonrientes y fotogénicos sin mayores problemas. Fuera y dentro del Teatro Campoamor, lleno hasta a la bandera.
¿Es mi España o me la han cambiado? Si no lo veo no lo creo. ¿Las Asturias de cicatrices aún sin restañar y rojerío recalcitrante como le puede experimentar –en propia carne- con la emigración asturiana en Bélgica (o una parte de ella) acogiendo ahora en cambio, en la capital del Principado como en zona rural al nuevo monarca en jun risueño augurio cargado de promesas? Decían durante el reinado del monarca anterior que en España no había monárquicos sino juan carlistas. ¿Y los juan carlistas –muchos de ellos- los que aún lo eran o que habían dejado de serlo- y que pese a todo acabaron aceptando a su hijo siguen acaso sin considerarse monárquicos tras el relevo en toda normalidad el pasado mes de junio? España como problema.
Siempre pensé que Monarquía o Republica era una cuestión de ideas. Craso error. El ejemplo del régimen anterior y de su titular Francisco Franco me habrá acabado convenciendo –a mí y muchos otros en visión retrospectiva- que la adhesión (y devoción) personal son cruciales y determinantes y decisivas en última instancia en política. Franco sobrevivió pese el bloqueo internacional y pese a su derrota pactada tras el desenlace de la segunda guerra mundial que garantizaban su supervivencia en la jefatura de la nación solo a medias, gracias a la adhesión incondicional -en lo que algunos vieron una versión contemporánea de la “devotio ibérica” (a los caudillos íberos de la península)- de una mayoría de españoles y en particular del estamentos castrense y de sus cuerpos armados. Arrastraba tras suya el prestigio de la Victoria del Primero de Abril y ese sería capital suficiente que le permitió irlo amortizando con tiempo, hasta su muerte (…) Con el monarca anterior muchos españoles –entre los que me encontré- por un (re) sentimiento errado o no de haberse sentido sino traicionados si seriamente defraudados en sus esperanzas a lo que se juntaba una convicción adamantina de haberle puesto en el trono frente a aquella “otroa España” no lo acepta, se distanciaron de él en su fuero interior por lo menos. Y las reconciliaciones cuando son auténticas, llevan tiempo. El tiempo todo lo disuelve decía (cínicamente) Francisco Umbral, una fase más lapidaria y sin duda más certera y más verídica que esa otra de que el tiempo todo lo cura lo que en el caso español se vio desmentido por ese espectáculo tan insólito y tan intempestivo de heridas y cicatrices reabiertas tanto años después de la terminación de la guerra civil española, como lo habremos visto (y sufrido y soportado) estos últimos años. Y a algunos se nos antoja que el reinado iniciado hace unos meses se ve empeñado en un a lucha contra reloj o contra el Tiempo con mayúsculas. Decía (cínicamente) el Inquisidor del “Nombre de la Rosa” que la Iglesia tenía (o tiene) todo el tiempo por delante.
Del monarca actual -y sin duda también de su dinastía- no parece que se pueda decir lo mismo, pero sí en cambio, que mientras tenga el tiempo bajo control –como hasta ahora así parce ser que ocurre- se puede decir que le sonríen los augurios, tan felices y tan sonrientes como lo estaban ayer la pareja egregia por las calles de la capital asturiana. Tiempo –tal vez no mucho pero si lo suficiente- de perdonar, o de olvidar, como se quiera. De acabar perdonando al padre en la persona de su hijo, o si se prefiere de acabar olvidando lo errores del pasado (sic) –que evocó ayer el monarca reinante-, y en concreto del periodo del reinando tan largo (casi cuarenta años) de aquél que fueron grosso modo los de la expatriación semi forzosa semi voluntaria del autor de estas líneas. Y en ese proceso –lento, laborioso y doloroso sin duda en algunos- un papel decisivo le incumbe sin duda a su propia esposa. Leticia no es o no debería ser una reina consorte como otras, sino que la misión de la que del decir de algunos le invistieron algunos electores del reino (un decir) cuando se vio propuesta -y mas tarde designada- de “acercar el pueblo a la realeza”, depende en opinión de algunos (entre los que me encuentro) en gran parte de ella. No lo tiene fácil desde luego. Como no lo tuvo cuando irrumpió en la vida de los españoles, y aun hoy tras su ascensión al trono. Siempre la defendí, dentro y fuera de este blog, y en particular de los ataques que me parecían más viles y arteros e hipócritas y mezquinos, sobre su vida privada. Tal vez porque me pareció desde el principio –y la primera impresión es (a veces) la que más cuenta- que era mujer normalísima, una joven como tantísimas otras de su edad y de su generación. Leticia es de ascendencia asturiana además, de una familia conocida en el Principado, y significada además de cuando la guerra civil española (…) Un dato que tal vez sea mejor no restregar –o no meneallo- en ciertos círculos o ambientes, pero que en este blog me siento dispensado de omitirlo. ¿Nadie es su profeta en su tierra? Leticia Ortiz Rocasolano, actual reina de España pareció ayer desmentir con su presencia –estelar, radiante- en Oviedo (y en su provincia) los oráculos agoreros de los cenizos y de los nostálgicos (anacrónicos) de “una república del fango, de la sangre y de las lágrimas”


PUTIN O EL FINAL DEL ORDEN “UNIPOLAR”
En una declaraciones de impacto y resonancia mundiales Vladimir Putin acaba de declarar, en instantáneas sucesivas, que el sistema global –de un mundo “unipolar”- en el campo de las relaciones internacionales está en crisis, y que “la guerra fría se terminó pero que nunca se firmó la paz” Sin dejar de acusar los Estados Unidos y a sus aliados, que intervinieron en el Kosovo, dice, y pondrían el grito en el cielo en cambio por la intervención rusa en Crimea. Las verdades del barquero, que algunos a nuestro modesto nivel y en la medida de nuestras posibilidades venimos glosando o parafraseando desde hace ya un buen rato en términos groso modo comparables.
Porque lo que Vladimir Putin acaba de declarar suena a parábola aplicable a otras situaciones históricas o a otros conflictos contemporáneos aún pendientes de paz firmada o un armisticio o algo que se le parezca. Y me estoy refiriendo –todos aquí ya lo han adivinado- a la guerra civil española. Ganamos la gran batalla de la Península perdimos más tarde la guerra mundial en el 45 –en la medida que en aquella se selló la derrota de los aliados (Alemania e Italia) del bando nacional con los que mantuvimos después de la guerra civil–en la guerra europea- una neutralidad pactada (Umbral) que les era favorable casi hasta al final del conflicto, y los vencedores sometieron en consecuencia al régimen de Franco a una rendición pactada –por mediación vaticana- pero nunca se firmó paz o armisticio ni nada que se le pareciere, lo que permitió grosso modo la continuación (subrepticia) de las hostilidades –en el terreno de la guerra subversiva, o de la guerra de propaganda- por una de las partes –la de los vencidos del 36- durante décadas, prácticamente hasta nuestros días, pasando por las violencias de la transición y la gran maniobra de desestabilización institucional que protagonizaron el 15-M y los indignados. España figuraría no obstante por razón de fuerza mayor en el bando de los ganadores de la guerra fría, lo que hizo que algunos-muchos, pocos- viéramos en la caída del muro una victoria propia pero desde entonces han pasado veinticinco años y la guerra (larvada) continuo sin dársenos cuenta ninguna a los españoles e incluso acabaría traduciéndose a costa y a expensas nuestras, como sucedió con la intervenciones de la OTAN en el Mediterráneo –concretamente en Libia y en Siria- que en la medida que fortalecía el islamismo extremista del otro lado del Estrecho hacia pesar un amenaza en el plano geoestratégico sobre España a más o menos corto plazo. En gran parte por culpa del desafío radical que el integrismo musulmán plantea fatalmente a España y a conjunto de los españoles en el plano de la Memoria

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