¡Vientos de otoño, amigos!
Ya os siento ya os veo venir,
al cabo de otro verano,
(de nombre) mustio y cansino,
Un otoño más como otros
Y otro otoño nuevo (especial)
-el otoño de una vida
y de un alma de poeta-
que no es como son los otros,
Y me vienen al encuentro
juntos ahora (¡qué raro!)
A decirme hola y adiós al pasar
el uno, cada vez más raudo,
Y a darme la bienvenida
muy atento el otro en cambio
Sincero que no de encargo
Y dime, qué tal, cuéntame
que es lo que a mí te trae,
Otoño, fiel caballero
¡Anda dime! ¿Qué me espera?
Te conozco, te había visto,
en el cuadro del Maestro
¿Del Grünwald? No, del Durero
Del Caballero y la Muerte,
su más leal compañera
Y del diablo (un decir),
el de la otra/memoria,
mirándose cara a cara
y así asegurándose aquel
que aún no cruzó el reino (o umbral),
el del Valle de los Muertos.
Contento de verte, créeme,
de tenerte aquí delante
antes que empiece la fiesta
El fregado que me diga
(¿la primavera sangrienta?)
Del cambio de una época
como el tiempo del que vienes
Otoño de la Edad Media
¡Bienvenido! ¡Bem ajas!
Caballero, bendito seas
¡Que los dioses te protejan!
Porque saliste a mi encuentro
puntual a la hora justa
Y me acompañaste fiel
en mi grande noche heroica,
velando y ciñendo armas
Y me armaste caballero
como el maestro d’Ors lo hizo
de vuelta a Itaca (en Pamplona)
Dispuesto ya a abrirme paso
a plantar cara a la Muerte
como tú sabes, Maestro,
y a reírme de ella en la cara
y de mí también al tiempo
como un loco ¡Ja, ja, ja, ja!
como un enfermo (o un poseso)
Que ya llegará la hora
del reposo, del sosiego
Presto a reñir el combate
en mi sitio y en mi puesto
con Fe ciega en la Victoria,
arrostrando un sino incierto
¡Que lo blanco es blanco
y lo negro es negro!
En la guerra de los dioses
cuando cañas se hagan lanzas
en esta era de tinieblas
y de tiempos de tumulto
y las Letras se confundan
y se fundan con las Armas
¡En la Noche de los Tiempos!
¿Qué elixir me das Amberes
cada vez que vuelvo a verte?
Como si el tiempo hiciera alto
Y se guardase (muy) bien dentro
de tus muros, de tus muelles,
el recuerdo del día aquel
-¡eternidad del instante!-
que arribé por estos lares
¿Tiene alma la Belleza?
Respóndeme, tú, Amberes.
¿O que respondan tus dioses,
tus genios o tus “sinjoren”?
La belleza de tus muros...
como la de tus mujeres.
La de aquella mujer (¡bella!)
que se “escondía” (yo al pasar)
Belleza en plena madurez,
y en su “torre de marfil” (¡pobre!)
Tan grande no fue el pecado
El de aquellos españoles
que no habían visto nunca
mujeres así, distintas,
de una belleza tan pura
¡Escándalo de perfección
el de la belleza “flamenca”!
(¿El modelo del Origen?)
¿Un pueblo de violadores?
Los violadores no sueñan
como soñaron entonces
los antiguos españoles
¡Que más que hombres, gigantes!
“Jerifaltes”, cantó el poeta
¡Rara estirpe de halcones!
Y así se pasó la tarde
Y así se pasó mi vida
mirando mujeres bellas,
entre bellas recogido
-¡sin tocarlas ni rozarlas!-
por estas tierras de Flandes
Pero calma, no te enfades,
no llores, mujer celosa,
que el espejito te dice
-mírate en él bien, despacio-
que la belleza no sabe
de pueblos ni de naciones,
ni de colores ni razas
(y no sigo que me pierdo
por la espesura del bosque)
Ni de un cruce de miradas
que lo transfiguran todo
y me hacen verlo todo hoy
reflejado en tu luz ¡Mujer!
¡Blancura de mil reflejos,
de mil sombras y colores!
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