jueves, julio 03, 2014

JOSÉ ANTONIO Y PADRE MACIEL COMPARACIONES ODIOSAS

El sueño de la revolución pendiente de los falangistas (más) puros en la posguerra no fue más que corolario obligado o una fase ulterior en el proceso de metamorfosis de la leyenda o del mito del retorno del Ausente. Y sus ecos (y lamentos) se harían oír décadas durante, incluso hace tres años con la eclosion de la "movida" de los indignados del 15-M en los que algunos azules -más de lo que a primera vista parece- quisieron ver una encarnación del sueño aquel de la revolución pendiente o en otros términos, del mito de la vuelta del Ausente (siempre presente) Como una version occidental (insólita) del mito del Imán oculto de la tradición del Islam chíi, que los chíies del Irán creyeron ver encarnado en Khomeiny
En mi entrada de ayer expliqué en sus mecanismos o engranajes más escondidos (del vulgo) en lo referente a comportamientos colectivos, el proceso de mitificación -y de divinización (al pan y al vino vino)- del que se vio objeto y blanco José Antonio Primo de Rivera durante la guerra civil y en la inmediata posguerra.

En la obra “Las gafas de José Antonio” publicada hace unos diez años -de un antiguo falangista que desempeñó cargos del mayor relieve en el régimen anterior-, se focalizaba con claridad y tal vez por vez primera un fenómeno -del mito del Ausente- que se vio rodeado de los más rigurosos de los tabús en el régimen anterior y del que se pude decir que sobreviviría hasta hoy -a través de las metamorfosis inevitables- en la España de la democracia.

De cómo lo vivieron no obstante sus principales artífices los falangistas de Burgos del Cuartel general del Generalísimo nos enseña no obstante mucho aunque sea por la vía literaria de las alegorías y de las metáforas Francisco Umbral en sus novelas sobre la Guerra civil y en particular en su Leyenda del César Visionario. Ayer citaba yo aquí la frase sintomática que presta Umbral en el relato a Agustín de Foxá una de las principales figuras si no la principal de la corte literaria (joseantoniana) y vale la pena insistir aquí tal vez en el contexto narrativo en el que se ve citada dicha frase ("hemos traicionado a Amadís y eso se paga")

Y lo es precisamente al cabo de un largo párrafo ilustrado da anécdotas a cual más picante y corrosiva y centrado en la maniobra sutil y capciosa y sinuosa de Franco -en paralelo –y en respuesta o reacción lógica hay forzosamente que admitir- a la deificación que tenían emprendida los falangistas de su estado mayor- que al mismo tiempo que deja o permite que la superstición joseantoniana crezca y se difunda entre las masa de combatientes en el frente lo mismo que en la retaguardia, se emplea paciente y cautelosamente muy en su estilo, a desmitificar y a demoler la aureola de héroe (y mártir) del fundador de la falange en las altas esferas de la España nacional esparciendo rumores en los bailes de capitanía -una costumbre castrense (burgalesa) que remontaba en línea directa a las guerras carlistas- por los que venía a demostrar y poner de manifiesto estar en el secreto de los dioses, de las circunstancias exactas (y atroces) de la muerte de José Antonio en Alicante.
En esta obra de un antiguo falangista y figura destacada del régimen anterior -donde llegó a ser jefe de gabinete de Torcuato Fernández Miranda tras el asesinato de Carrero Blanco- se analiza quizás por vez primera el proceso de mitificación -y deificación- de la figura de José Antonio "el Ausente" Lo que se omite en cambio en esa denuncia de la mitificacion del fundador de la Falange lo es el colorario de complejo de culpa de los falangistas del régimen en sus inicios, artifices principales de la deificacion joseantoniana. Mutatis mutandis cabe decir que la canonización en vida -antes de su caída en desgracia- de la figura del padre Maciel en el pontificado del papa Wojtyla ("modelo para la juventud") escondía el complejo de culpa de la iglesia/institución de resultas de su responsabilidad histórica innegable en la génesis y en la consumación de la tragedia cristera en Méjico (1926-1929) de la que Maciel como la inmensa mayoría de los católicos mejicanos podían considerarse supervivientes
Como cuando dice que José Antonio no estaba muerto sino que los soviets se lo habían llevado a Rusia donde le habían castrado (las partes) o justo a seguir en el relato, cuando deja escapar -una vez que la muerte de José Antonio era ya noticia oficial en la España nacional-, que al fundador de la Falange le había faltado entereza (por no ser militar) en el momento de su ejecución y que habían tenido que ponerle una inyección para llevarle ante el paredón de fusilamiento (p. 164)

De esa manera Franco, consciente que el tiempo todo lo borra y lo disuelve, va haciendo “soluble”  entre anécdotas y rumores y entredichos -explica Umbral- la figura del Ausente. Y ante eso, los falangistas de su cuartel general, el grupo de Burgos, más tarde "de la revista Escorial" o minoría del 36 como se les llamaría un poco más tarde en la posguerra, o los laínes como Umbral les llama en su novela, presa todos ellos de toda evidencia de lo que desde hace un rato doy en llamar el síndrome (joseantoniano) de la cárcel de Alicante, optan por seguir la corriente al encendido sebastianismo ambiente en zona nacional plasmado en el mito del Ausente (y de su regreso fatal e ineluctable como en las leyendas que circularon sobre el regreso del rey Don Sebastián en el Portugal vecino) e incluso hacienda el juego o el caldo gordo (a creer Umbral) a los falsos José Antonio (s) -tal vez no uno solo ni dos- que surgirían en la retaguardia nacional.

Y es que si no hubiera existido ese quinqui roba gallinas que ten esperpénticamente y tan genialmente hace desfilar Umbral en su Leyenda  -con un telón de fondo jacobeo (de Camino de Santiago) que transporta al lector al tiempo de la Reconquista (y también de las Cruzadas)- habría habido propiamente que inventarlo.
Esta pieza teatral de Agustín de Foxa -con el telón de fondo de la segunda guerra carlista- estrenada en 1944 no puede dejar de ser vista como un eco en la mente de su autor de los bailes de capitanía en Burgos drante la guerra civil donde Franco -al decir de Umbral hacia "soluble" -en entredichos anécdotas y rumores la leyenda o el mito del Ausente, con la complicidad de los falangistas (consintientes) del Cuartel General que asistian a esas recepciones (y en las que brillaban), los mismos que habian forjado el mito -Ridruejo a la cabeza- y del que arrastrarían siempre un innegable complejo de culpa, todos y cada uno de ellos
Porque que esa devoción joseantoniana –“devotio ibérica” por cuenta del hipotético regreso del Ausente y pari passu (lo mismo me da que me da lo mismo) del triunfo final de la revolución pendiente- se revestía en todos esos falangistas del régimen -que acabarían todos ellos más pronto o más tarde desencantados y optando por la via de la disidencia (o del exilio interior, como dicen los franceses)- de un indisfrazable sentimiento o complejo de culpa, individual como colectiva, como se ve plasmado en la frase a modo de confesión de Foxá de haber traicionado al Fundador divinizado y metamorfoseado en un Nuevo Amadís o un Doncel o en un héroe de tragedia griega, alguien que se parecía a Orestes.

La prensa de hoy trae la necrológica del que sucedió -tras su caída en desgracia del fundador- al padre Maciel a la cabeza de los legionarios de cristo, el mejicano Álvaro Corcuera muerto (de resultas de un tumor cerebral) a la edad temprana de cincuenta y seis años. Y a fe mía que estoy esperando todavía (no diría con ansiedad pero si con cierta curiosidad lo admito) la necrológica que le debería merecer a Francisco Fernández de la Cigoña que tanto defendido (hasta hoy) lo indefendible)

De Maciel y de sus legionarios de cristo ya está prácticamente todo dicho, incluso en estas entradas. Falta no obstante un explicación apodíctica en detalle de cómo y por qué pudo darse un fenómeno tan flagrante, como el de la mitificación de Maciel en vida que nos hace pensar e(mutatis mutandis) en la deificación de la que se vio a cabo José Antonio tras su muerte, y de la conducta del protector de aquel el papa Juan Pablo II tan surcada de enigmas e interrogantes como lo puedo estar la del jefe de estado anterior en el proceso de mitificación (y deificación) del Fundador de la Falange. Juan Pablo VI protegió hasta el final a su protegido, no sólo eso aun después de que las acusaciones en contra de aquel se habían generalizado llego a proponerlo de “modelo para la juventud”

¿Y por qué? La explicación más drástica y somera conduce fatalmente a condenar por complicidad al papa anterior. Aunque tal vez no sea necesario. Si se admite sólo su responsabilidad directa en la canonización en vida de su protegido. ¿Por un a razón de estado (vaticana) a penas en salvaguarda de la imagen institución y de su propia persona? ¿Por obcecación al contrario, en un pontífice que provenía de un país bajo régimen comunista donde las acusaciones anti-clericales lo eran con frecuencia en el terreno de las costumbres? Aunque así fuera ni lo uno ni lo otro pasan de coartadas o de pretextos a los ojos de muchos, a la hora de defender y de blanquear para la posteridad la buena/imagen del pontífice anterior.
Esta novela de las mas difundidas de uno de los autores más emblemáticos del boom latinoché de los sesenta tiene de telon de fondo la guerra cristera (tal y como se veria recogida y recordada en la memoria de los vencedores) Maciel era de ascendecia familiar cristera, estrechamente asociado pues a un episodio de la historia de Méjico del que la iglesia/institucion arrastraba y arrastra el lastre enorme de una culpabilidad colectiva por su responsabilidad directa e innegable en el desenlace (tan sangriento) de la tragedia aquella. Eso explica sin duda la canonización en vida de la que Maciel fue objeto en el pontificado de Juan Pablo II
Hay no obstante un factor de orden histórico subyacente en el fenómeno Maciel que siempre se obvió en los medios, tanto entres sus detractores como entre sus defensores y fue los lazos indiscutibles del fundador de los legionarios con el régimen de Franco y su vinculación por razón de ascendencia familiar y de su medio sociológico de procedencia con la tragedia cristera. Y es lo que viene a arroja una luz nueva a modo de enfoque comparativo con ese otro fenómeno de mitificación o divinización que aquí estamos contemplando en realcion con la figura del fundador de la Falange.

José Antonio y Marcial Maciel, comparaciones odiosas. Maciel en el catolicismo mejicano era alguien -por definición, por razón quiero decir de su ascendencia cristera- fuera de toda sospecha. Y lo mismo que la mitificación de José Antonio traducía un complejo de culpabilidad entre sus partidarios más relevantes e influyentes como lo acabamos de ver,  la canonización en vida de Maciel durante el pontificado de Juan Pablo II traducía el complejo de culpa colectiva de una iglesia/institución culpable sin discusión alguna en la génesis y en la consumación de la tragedia cristera en Méjico donde la jerarquía por impulsión e instigación directa del Vaticano firmaría unos “arreglos” indignos que llevarían a la desmoralización primero y a la derrota calamitosa justo después de los insurrectos, que se verían en gran medida ejecutados sin miramientos, ahorcados en los postes de telégrafos a lo largo y a lo ancho de los estados que habían sido teatro principal de la insurrección cristera

Así, Maciel, descendiente de mártires, no podía ser (por propia/definición) culpable de los cargos tan graves (gravísimos) de los que se le acusaban. Y pari passu, ante el mártir José Antonio no cabía más opción que la fidelidad incondicional o la traición, y por eso aquellos falangistas del régimen se sentían culpables, y arrastraron -como una enfermedad incurable- ese complejo de culpa siempre después, víctimas de la deificación -que habían impulsado ellos mismos- de su jefe y fundador y de las circunstancias (exactas) de su muerte y de su encarcelamiento sus últimas semanas de vida preso en la cácel de Alicante

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