búfalo- en el asalto al Capitolio. Patriota de Arizona,
autodenominado “guerrero espiritual”, “soldado numérico
del Qanon”, el “Lobo de Yellowstone”. Augur de buenas
nuevas, tras la
caída –por robo (y fraude) electoral- de Donald Trump. Y
que me perdonen belgas y franceses (sobre todo los del seminario de Ecône)
En los anales de historia del Imperio Romano figura con
gran realce el episodio de las ocas del Capitolio (390
a.J.C) , que –según nos cuenta Tito Livio- salvaron de
un tris la augusta sede del
Senado romano del ataque (de noche y por sorpresa) de los
galos y permitieron la reacción
salvadora del Cónsul Marco Manlio -de sus furiosos e
insistentes graznidos-, y a la mente de algunos
ha venido el compararlo ipso facto con lo que
protagonizaron el pasado lunes los partidarios de Trump
que ellos en
cambio sí lograron aquello donde los galos fracasaron.
Farsa de Washington, lo llaman algunos (irresponsables) en
medios o sectores de donde esa actitud menos se esperaba.
¡No saben lo que dicen! Y no sabemos a fe mía cómo
interpretar esa actitud –de prudente distanciamiento- que
habrá sido la
regla adoptada por algunos de los que como digo menos se
esperaba. O de los que más deben a Trump y a su
presidencia por decirlo con otras palabras (---)Tan
gratuita y desconcertante como el escándalo fingido de los
otros (a la extrema izquierda, me refiero) O ¿no se
acuerdan ya de la movida de la Ocupación del Congreso (25
de septiembre del 2012), “el coletazo mas peligroso de la
subversión indignada del 15” como lo califico en mi libro
sobre nuestra Guerra (civil) de los Ochenta Años (….)No
fue un asalto aquello, dicen o alegan ahora algunos en las
redes sociales. No, porque no pudieron, porque la
Intervención eficaz e in extremis de las fuerzas del
orden –pese a la torpeza y a la inacción e indecisión (y
los complejos) desesperantes de la gobernadora civil (del
PP)- salvaron la situación de un tris, y nos salvaron a
todos los españoles de un escenario insurreccional a la
yugoslava que era el guión que aquellos llevaban ya tiempo
preparado. En el Capitolio en cambio el pasado lunes no
fue así, y no fue
una farsa ni mucho menos sino un acontecimiento
histórico
de la primera magnitud y surcado de buenos, que
digo, de los mejores augurios (….)Augures del Capitolio –
como aquellas ocas (semi) salvajes- los
que allí consiguieron entrar y de ellos, los que más
impacto lograron en los medios –que me diga en los Big
Media- por sus insólitos atuendos cargados o prelados de
resonancia histórica, también ellos. El de las barbas de
general sudista, como el
que se ve ataviado de pellejos –de bisonte ( a lo Búfalo
Bill)- y casco y cuernos (…) Y mas aún que los vivos e
indemnes, los heridos y los muertos, como la veterana de
la Fuerza Aérea –de impresionante hoja de servicios- que
contaba pasar –como lo confesó justo
antes en un tuit, desprevenida- “del negro a la Luz”
invadiendo
(desarmada) el Capitolio. Y es sobre todo por las
expectativas –cargadas de promesas- que el asalto consigue
generar en muchos (como el que escribe) que es
algo de lo que más estamos faltos todos los que como yo
(grosso modo) pensamos y sentimos. Por qué, de dónde si no
–seamos sinceros y sobre todo lucidos- ese arrebato de
buen humor y de optimismo (y ganas de vivir) que nos pilló
de pronto y de asalto (irresistible) ante las escenas e
ilustraciones gráficas de la
noticia -como un mensaje (feliz) de Año Nuevo o de Fin de
Año-, esa que tanto parce consternar y escandalizar ahora
algunos (fuera de toda sospecha). Al cabo de un largo
invierno lúgubre y sombrío como nunca ví por estas
tierras. Invierno negro, de guerra bacteriológica (...)
Capitanes de derrota, eso es lo que parecen,
cumpliendo ese triste guión de ganarse la vida o
hacerse un puesto en la política o en el periodismo
político –lo mismo me da que me da o mismo-
predicando a mansalva, a base de malas nuevas (a cual
peor una que otra) –y de análisis de su propia cosecha-
el derrotismo y la debacle de
sueños y de ideales que proclaman ser los suyos. No
saben lo que dicen, ya digo (….) Y no es sólo culpa suya.
Enfermos de desaliento
y de desespero, españoles y europeos (…) Como el triste signo
de toda una civilización –de su lastre judeo/cristiano,
culpabilizador- que predica y practica el desprecio y sacrificio
insensato) de todos los sueños y esperanzas terrestres a
costa del más/allá- incluso de los mas legítimos y más
nobles y elevados.
Por eso no son capaces de auténtica fe que mueve montañas,
y que nos llene de vigor y de entusiasmo, como la noticia
de asalto del Capitolio sí consigue –en cambio-el
galvanizarnos y el entusiasmarnos. Mal que les pese a los bien-pensantes, en los medios sobre todo, como ese
comentarista de Toronto que se desolaba en un comentario
ayer leído en Internet, lamentando que en ciertos foros o
discusiones en la Red se haya visto la
noticia del asalto como un éxito (sic). O al artículo de
esperar –condenatorio- en su edición
de ayer, del New York Times
(un respeto) –como un oráculo de los Sabios de Sion (…)-
listando uno por uno y catalogando los destrozos
presuntos, o reales o imaginados del
asalto al Capitolio y pasando de nuevo y sin falta la
factura (como acostumbran). Y es tal vez –más que una mera
hipótesis-, el telón de fondo reprobador –en los medios me
refiero-, ante el fondo o poso o trasfondo de paganismo
ancestral con
el cual contrajo (no se olvide) un compromiso histórico
nuestra civilización, lo que se perpetuó en el
protestantismo
anglosajón –como lo ilustran el ejemplo de los
colonos sudistas, de la Confederación- y surgió
insólitamente en la Revolución Francesa o en algunos de
sus aspectos y fenómenos mas emblemáticos y de sus
episodios e instantes más críticos –como el 18 Brumario,
el 22 Pradial o el 28 Termidor (….)-, dicho sea por las
buenas (y que me perdonen en Ecône) Gloria Laus et honor tibi sit!, rezaban las
Aclamaciones Carolingias, ante la Gesta (Dei) per Francos (y
cantábamos devotos en el Seminario de Ecône) Y
¡honor y gloria –así exclamamos nosotros- a los Augures del
Capitolio!, que nos habrán salvado a todos del deshonor! A ellos
y a los que como yo apostamos por Trump en las páginas de
este blog, sin tapujos y sin desmayo y sin descanso. Y
desinteresadamente, sin que le debiéramos lo más mínimo.
Perdedor quizás, Donald Trump, pero a costa de la
deslegitimación democrática –de la Democracia (USA)-, y
sin perder nunca el honor
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