Rocío Monasterio, portavoz de VOX, es –y no me caso con nadie ya lo saben todos (y más aún en los medios patriotas) - una de las pocas figuras de la política española que está teniendo un lenguaje claro –y valiente- en el tema de la exhumación de los restos del Caudillo. Tal vez ¡ay dolor! no sea suficiente: ¿no habrá nadie en un supremo homenaje a la figura de aquél –y en testimonio de eugenesia espiritual (Platón dixit) a la vez-, de hacer lo que ni el propio Franco -con el obispo (etarra) Añoveros - se atrevió? Desafiar la amenaza de excomunión (ferendae o latae sententiae) del Papa de Roma. A buen entendedor pocas palabras sobran. Que las espadas están en alto (todavía) y los derrotistas (con caución vaticana por cierto), también nos sobran
La Cruz de la Basílica, o los restos mortuorios que en su seno se cobijan. Ese es el dilema insoslayable, el insondable enigma que preside este empeño profanador de exhumar los restos de Franco. Y que les puede ofrecer el flanco desguarnecido que ni a propósito a los tiros de nuestros enemigos,- y buscarnos a nosotros la ruina. El Emperador -o el Caudillo –o poder temporal- y el poder espiritual del Papa de Roma. ¿Quien monta más, o montan tanto? Una cuestión intrincada de la teología y del derecho público cristiano que sigue tan intrincada y tan irresuelta tantos siglos después –surcada además de los principales capítulos de la historia de la Iglsia (güelfos y gibelinos, querella de las investiduras, etcétera, y todo lo que se seguiría) (…), lo que se pone tan ruidosamente de manifiesto ahora con la exhumación de los restos de Franco en puertas. No fuimos nunca incondicionales. Mi trayectoria publica y notoria así lo demuestra y los que me conocen y que aquí me leen bien lo saben (de sobra). No es óbice que podamos tomar partido en este trance tan tremendo que se nos tiene reservado a todos los españoles y a los que se sienten unidos con nosotros en una hermandad de destino de una forma u otra. Por el honor de una nación y de su pasado, por la identidad de todos nosotros, racial e histórica y en menor medida o segundo grado confesional léase religiosa. ¿España católica? España imperial –fiel a esa nuestra vocación histórica primigenia- tan sagrada e intocable la segunda como la primera. Tanto como lo es la España visigoda en nuestra memoria. ¿Herejes arrianos? Sí, los de nuestro padre Leovigildo (nuestro/señor) In memoriam! (El gran calumniado de nuestra historia).
Que eso es lo que la santa/madre ni olvida ni nos perdona. Decía (Don) Pedro Sáinz Rodríguez, uno de los mayores vaticanistas de la política española en toda su historia, que la Iglesia- léase el Vaticano o el papa de Roma- nos saben seguros de siempre –al contrario de Francia y de su tradición galicana- y por eso se aprovechan. Y es lo que esta pasando o corre el riesgo (serio) de pasarnos ahora. Roma, la sede pontificia del papa Francisco, ítalo/argentino no se arredra -según todos los visos de los que nos vienen anunciando los medios- en la tesitura de tener que desafiar abiertamente –y escandalizar no menos gravemente también- a los católicos españoles, opuestos a la exhumación del Valle de los Caídos en su abrumadora mayoría. En unas declaraciones a la prensa –del género "Salvados" (todo esta dicho)- y ante la pregunta de su (impresentable) entrevistador de cuando iba a venir a España de visita –tanto en verdad como lo vienen anunciando en los medios desde su ascensión al trono pontificio hace ya varios años-, el papa campechano respondió que no vendrá (sic) mientras los españoles estén en guerra. Lo que sonaba a coartada o pretexto o desparpajo pontificio como anillo al dedo –ante una anomalía tan clamorosa en verdad en el primero de los primeros papas hispanoparlantes de la Historia-, y que no dejaba menos de traslucir una verdad atronadora, de pura casualidad tal vez como la mula (bíblica) de Balaam. Un secreto a voces que llevamos gritando en el desierto desde este blog una entrada tras otra, el de la guerra civil interminable de los Ochenta y Tantos Años que se prosigue todavía y que parece acercarse a un clímax o momento de paroxismo a marchas forzadas de un desenlace y de consecuencias propiamente imprevisibles (y fuera de control) El Valle no se toca, lo dije y lo asumí como propio en el portal de este blog. No es óbice que hay otro slogan o consigna mas imprescindible, más propia de la hora, y es la de los muertos no se tocan. Culto a los muertos.
La Iglesia católica los respetó y rindió culto, el paganismo antiguo –romano o hispano/godo o europeo- no lo hizo menos. Y ello pese a esas cantinelas (o monsergas o mojigangas) en curso, en nombre o por cuenta del derecho a la Vida (del no nacido) y contra la Cultura (sic) de la Muerte. No saben lo que dicen ni de lo que hablan. El gran pretexto o coartada –el del derecho a la Vida- de este empeño o tentativa profanadora que se avecina en el Valle de los Caídos, símbolo máximo y supremo de esa cultura de la Muerte tan denostada. ¿Será capaz aquí de negármelo alguno? Y ahí estriba el innoble chantaje que la secta de los “recuperacionistas –léase, de la Memoria de los vencidos (del 36)- nos están arrojando al rostro con esta historia (de la Memoria) Y es que ¡no me digan!, los descendientes y herederos biológicos e ideológicos de los come curas (y obispos) del 36 –como la Pasionaria-, de los profanadores de tumbas, de los violadores de monjas (como la Madre Maravillas), de los incendiarios de iglesias, templos y catedrales, se erigen ahora en celoso custodios del (sacro santo) deber de dar cristiana sepultura a “sus” muertos (Octava obra de misericordia según nos lo enseño el catecismo de niños) A toda costa, al precio incluso de desenterrar otros cadáveres, cuya presencia o simple contigüidad (contagiosa) amenaza la integridad (mortuoria) de “sus” cadáveres, los suyos. Tan celosos como vestales romanas celosas (y preciosas): nada de cunetas, ni siquiera de sepultura cristiana o de sepultura a secas, sino una sepultura por así decir “a la carta”, reservada, de primera -como de Sanidad privada-, sin cohabitaciones forzosas o indeseadas –de Sanidad pública-, las que sean: y en ese chantaje tan bufo y tan siniestro y tan macabro habrán caído –obedientes y consintientes- no solo la santa/madre sino el conjunto de la sociedad (católica) española. ¿Y por qué y para que? ¿Si ellos –primera (o segunda) y tercera generación- son ateos por definición y el mas alla no les parece ni una enfermedad o un síntoma de corrupción y de decadencia -como a Nietzsche o a Maurras- sino una superstición o alucinación burguesa? ¿Para qué si no? ¿En homenaje a los Muertos – y por detrás de ellos a la diosa (pagana) de la Muerte- o a rezar por la salvación de su alma en el día del Juicio? No me hagan reír que me des…gloso díxit Eugenio D’Ors como lo evocaba Francisco Umbral, devoto. Pues sí, con esa vaina –como dicen por tierras de Boyacá, la Castilla de Colombia- están removiendo Roma con Santiago o con el Pardo- y llevando a los españoles al borde de una nueva confrontación fratricida, que ¿quien nos garantiza que no seria mucho mas cruel e inhumana y dantesca y terrorífica que la primera?
Política religiosa. Un terreno resbaladizo erizado de espinos y celadas traicioneras que sólo -hasta prueba de lo contrario- el autor de estas entradas se habrá atrevido a hollar, él solo, ante la indiferencia e incomprensión generalizada y con una fe y una perseverancia mas firme cada día y más recia. Pero es por donde hay que ir forzosamente en tránsito. porque ahí es precisamente donde se está jugando esta apuesta -de órdago a la grande- que el fanático guerra civilista de la Moncloa nos tiene echados a todos los españoles. Decía Dominique Venner, analizando las causas del fracaso de la Acción Francesa y del papel que cupo en ello a su condena pontificia, que Maurras acabó al final siendo prisionero de unas (jóvenes) legiones de reclutas y adeptos papólatras o papistas -judeo-cristianos diria yo- con los que no tenia en suma más en común que un grandioso malentendido (en torno a la Nación francesa y su historia)
Basta pues de malentendidos, en esta hora crucial que se avecina. Fe sí, la Fe en la España eterna, en los destinos de la Patria común -y de la tierra/madre Europa (...)- , y afirmándonos así a la vez en nuestra identidad colectiva histórica, y ra-cial (sic) –entre Germanos y Bereberes (...)-, al precio incluso –en la tesitura tan trágica en la que nos encontramos- que tenga que saltar por los aires nuestra identidad confesional, léase religiosa. Los muertos no se tocan, en el Valle o donde sea. Aunque se nos venga la Basílica encima con su Cruz gigantesca. Que si el relato bíblico/evangélico –el de la fe católica (y romano/apostólica) , con el que nos educaron, con el que fuimos bautizados- fue sometido a revisión y a análisis (y examen) critico –a discreción- en el concilio (vaticano segundo), ¿quién o en nombre de qué o de quién nos los podrá imponer a nosotros ahora, a la hora de demoler y de enterrar y sepultar entre losas pesadas de oprobio y de calumnias y descrédito ese otro relato, histórico –y de nuestra Memoria colectiva, y no menos sagrado-, de la guerra civil del 36 en el que crecimos ý fuimos amamantados incluso la inmensa mayoría de los españoles, hasta el punto que el negarlo ahora así de pronto, amenaza (gravemente) la integridad de nuestra identidad colectiva como individual, espiritual como psicológica, y por ende la Paz social y la tranquilidad ciudadana (y el Orden Público)? Y a buen entendedor pocas palabras sobran.
Lo dicho, ¡los muertos no se tocan! Aunque tengan que pasar por encima de nuestros cadáveres. Diga lo que diga el Papa de Roma
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