“El
triunfo de la Voluntad” ("Triumph des Willens").
Escena del célebre documental (en blanco y negro) de Leni Riefenstahl, egeria y cineasta oficiosa del
régimen nazi, y propagandista preferida de Adolfo Hitler, del Congreso del
partido nazi (NSADP) en Nuremberg, 1934. Grandioso. A la medida del pesimismo grandioso
(sic) –Francisco Umbral díxit- de la filosofía de Nietzsche que gravita
fatalmente sobre tan emblemático documental: de por el concepto central de su
filosofía -Voluntad de Poder (o de Pujanza) (Der Wille zur Macht) Y por eso, tales
alardes espectaculares impresionaron tanto a los muy impresionables “laínes” –intelectuales
falangistas del Cuartel General- en “La Leyenda del Cesar Visionario”, y a Ridruejo, el
más impresionable de todos ellos. ¿Cuando se dejará pues de criminalizar –“diabolizar”
en transcripción de la lengua francesa- a Nietzsche y a toda o casi toda la filosofía
alemana (Kant, Hegel, Fichte, Schopenhauer) por no decir también a casi toda su literatura (Goethe, Schiller, Herder, Novalis, Holderling, y paro de contar) por delante o detrás suyo, a
costa de echarle así un poco de humildad aunque sólo sea, a la hora de abordar lo enigmático (sic) de un fenómeno
filosófico, ideológico y no meramente político, al que Salvador Dalí dedicó ("El Enigma") una
de sus más emblemáticas acuarelas (...)
La presente
crisis –mucho más honda y de mucho más largo alcance de lo que muchos imaginan-,
desatada por la pandemia en curso (o lo que sea), nos habrá obligado a muchos a
partir una lanza en unos terreno en lo que nos sentimos y confesamos perfectamente
neófitos, que siempre vimos –un poco de lejos- como un coto cerrado de especialistas
o expertos, en el que concedíamos (encantados) el beneficio de la duda, de una
fe ciega en ellos, a nuestros oponentes (del gremio), y a costa de nuestras
posturas que sin el meno empacho poníamos entre paréntesis, en atención sobre
todo a las victimas de la epidemia y a los profesionales (ellos) con los que fatalmente discrepábamos y
a los que no nos cuesta el reconocer tantos méritos en materia de entrega y de
abnegación sin echar por tierra o por lo menos no del todo sus puestas en guardia,
sus voces y gritos de alarma, sus consignas –en algunos casi (o sin casi) voces de mando (...)- y
sus explicaciones y argumentos. Se dio un caso no obstante en Francia emblemático
en extremo del que me habré ocupado repetidamente en estas entradas que me habrá
hecho hondamente reflexionar y sin renunciar a mis posturas, cambiar mi fusil
de hombro como le dicen ellos.
El doctor Raoult (de Marsella) –que es de quien
aquí se trata- no es infalible como no lo es nadie incluso en el propio terreno
de competencias, y sus diagnósticos y sus recetas, siempre envueltas en un
prolijo mensaje altamente repercutido en los medios y en las redes sociales y en
un aura de polémica en cierto modo explicable pero sólo en cierto modo y manera
y hasta cierto punto, se ven igualmente sometidos a la criba de la experiencia
y de los resultados empíricos que no lo desmienten ni descalifican (y no entro en polémicas en modo alguno) Hay algo sin embargo que me ganó por así decir de
él desde el principio y que no brillaba en el mismo modo y cuantía –ni
de lejos- en los que más le vituperaban y denigraban, difícil de definir y que me
impactó y me invitó a circunspección (como los clásicos dicen)
Y era su afán
curativo, de curar y desinfectar cuantos más mejor de todos los que a èl se
acercaban, a toda costa, y de urgencia, a toda prisa y aunque en su celo
médico perfectamente legítimo los protocolos de comportamiento y de investigación
–en materia de tests sobre todo- salieran poco o mucho malparados. Y con ellos tambien la imagen no poco maltrecha de la Investigación (o "investigaciones científicas", "Recherche" en francés, ¡Augusta Señora!) Y es porque
de cierta manera (como ya lo dejé consignado también aquí) me vi en él
retratado, en lo que fui y llevo conmigo
rastras o a las espaldas, que asumo con orgullo aunque de algunos me
merezca vilipendio (se diría que por los siglos de los siglos) Y fue ese celo
curativo en él, pastoral en mi que en cierto punto de vista viene a ser (casi)
lo mismo. Pastor de almas ´-eclesiástico entonces, secularizado después, por los
aleas y vaivenes de mi trayectoria- así me vi y así me veo o me sigo viendo y
en el espejo del doctor Raoult me habré dado cabalmente cuenta de ello.
Y es el
despertar de ese sentimiento en mí lo que me habrá llevado a hincarle el diente
de nuevo, algunos años -quince o veinte (...)- después de una primera lectura, a una
obra del profesor e historiador alemán Ernst Nolte a quien aquí tengo abundantemente
presentado, y a través de él a esa obra oceánica como se la podría describir de
Federico Nietzsche, que en el libro que presentemente me ocupa se me aparece de
nuevo y con más realce si cabe que nunca, como lo que era en el fondo, este hijo
y nieto y bisnieto y tataranieto de pastores (protestantes) –y preceptores de príncipes
(y de princesas), cuidado - como así ya lo presenté en alguna ocasión, un pastor (sic) -de almas- más que un filólogo o filosofo o escritor o poeta (o profesor),
sin poder no obstante hacer abstracción o separar lo uno de lo otro. Un pastor
de almas, pastor a secas (léase antes que evangelico/protestante), eso es lo que fue (en el fondo) Federico Nietzsche y es lo que nos da
la clave de interpretación y de lectura de las partes más criticas (y más
crudas) de su obra y de las facetas y aspectos mas recónditos o desconocidos de
su azarosa y tormentosa trayectoria, y también la vara de medir a la hora de
juzgarle a él y a sus posturas, e
igualmente a todos los que le inciensan y también a los que le zahieren y
denigran.
Lo que me habrá exigido un trabajo hermenéutico por partida doble, y
es referente no sólo a Nietzsche sino también al autor -Nolte- que me sirve de comentador o
intermediario, para lo que me habrá valido de hilo conductor el (primer) autor comentado,
por paradójico que parezca, y es que Nolte es dialéctico hasta el tuétano de los
huesos como toda la filosofía alemana de Hegel para acá se me dirá, más si cabe
que Nietzsche, pasado -al contrario de lo que es la regla entre sus compatriotas, se me antoja- por la cultura de cuño latino y en particular del Gran Siglo francés (y sus moralistas), lo que me obliga a ver y a observar no el principio de
no/contradicción tal y como lo postulaban los escolásticos, sino -muy al contrario- la contradicción
misma en la esencia o en el meollo de sus asertos -los de Nolte me refiero- y poder separar asi el
grano de la paja, y distinguirlo para así poder avanzar en sus argumentos dialécticos,
de lo que puede parecer así a primera vista cambio o metamorfosis más o menos oportunista
o travestimiento o cambio de chaqueta, en relacion a la primera fase de su obra y de su trayectoria.
Y eso desde sus escritos más tempranos, y en particular del
principal y más representativo y emblemático de todos ellos, “El fascismo en su época”- en donde Nietzsche se ve analizado con gran rigor y se diría que sin
la menor compasión, como sentado en el banquillo de los acusados del tribunal
de Nuremberg que le condenó (por contumacia) en base a una serie de cargo que
Nolte en esa obra no tiene empacho en asumir unos detrás de otros: de ese Nietzsche,
versión de Nolte "primera época", hasta el que se ve fielmente retratado en esta otra obra tardía,
en la que me enfrasco ahora de nuevo, tras una primera lectura los primeros
tiempos de estancia aquí (sin que comprendiera gran cosa), y en la que el filósofo
del Super hombre y del Eterno Retorno se ve rehabilitado –como pensador y como
persona -sin dejar de seguir expuesto al fuego de la critica. Un Nietzsche inédito
o de incógnito al menos para mi, recóndito o escondido en los capítulos y párrafos
más densos y profundos de la monografia de Nolte, que me resbaló (confiteor) en
mi primera lectura cuando me detuve en los aspectos mas anecdóticos y de más fácil
lectura de esa obra al hilo de mis descubrimientos de entonces, que hoy
palidecen un poco en esta segunda lectura –más pausada y más atenta- con los
cinco sentidos puestos, como si me fuera en ello (un poco) la vida (…)
Y es
sobre todo en el párrafo de la primera parte –denso y en pura salsa alemana filosófica-
bajo un título todo menos trivial, “Die Vernichtung en der Partei des Lebens”
(La nocion de Destruccion –Vernichtung- y el Partido de los del "Sí a la Vida") donde Nolte arremete e
irrumpe sin contemplaciones en lo que constituye el meollo central y a la vez secreto del pensamiento -e ideología-
del filosofo del Eterno Retorno, que habrá sin la menor discusión ofrecido en bandeja a
sus cuestores (jurídico militares) los
cargos principales que en Nuremberg se le formularían, a saber su responsabilidad
intelectual (mayor) en los crímenes de guerra y de lesa Humanidad de los que los dirigentes nazis se verían
acusados y condenados, y en particular en los de genocidio y de holocausto, a
título no obstante de simple filósofo o mero ideólogo, sin el menor atisbo de
responsabilidad política (ni personal) que se le pudiese endosar del género que fuera.
Arthur
Schopenhauer (1788-1860, nacido en Danzig, muerto en Francfort y habiendo
vivido gran parte de su vida en Dresde, su ciudad favorita) Referente confesado
del Führer junto con los otros grandes filósofos alemanes contemporáneos, y un
poco el favorito de aquél (por el estilo literario de su alemán escrito) entre todos ellos. Su obra
fundamental y más divulgada, “El Mundo como Voluntad y Representación” (“Die
Welt als Wille und Voorstellung”), planea fatalmente entre los párrafos más
discutidos –y que más escándalo suscitaron- del conjunto de formulaciones del
pensamiento de Nietzsche, en particular su doctrina del Partido del Sí a la Vida y su noción de Destrucción
(Vernichtung), que le valieron a éste su condena por responsabilidad intelectual en
crímenes de guerra y de lesa humanidad ante el Tribunal de Nuremberg. En aquella
pone en discusión la noción de Verdad (absoluta) –como un mera apariencia (o “representación”)-,
a la que contrapone el Arte (o la
Creación artística) y la Poesía y la Cultura, frutos del Suelo (Grund), de la Tierra (Madre) (de la Realidad), que el
ciclo autónomo (sic) de Inteligencia-y-Producción, nacido en la abstracción de
la tradición filosófica occidental y fortalecido por la Revolución Industrial,
confisca y se apropia abusiva e indebidamente en un sentido utilitario, industrial y
comercial en exclusiva (en coto cerrado), asestando asi un golpe mortal a la (verdadera) Cultura,
espiritual, por propia definición, altruista o desinteresada, que Nietzsche
identifica con la Vida: en
un desafío frontal -y supremo- al materialismo dialéctico y a la teoría de la
lucha de clases del pensamiento marxista. Tema central en el pensamiento de
Nietszche e inseparable de otras de sus principales doctrinas como las del Eterno
Retorno, de los Señores de la
Tierra, y del Superhombre (y de la guerra de conquista), o de
otras igualmente memorables –como la doctrina del Espacio Vital-, que de aquellas directamente
se derivan
Unas
ideas o formulaciones que eran no obstante moneda de libre cambo en el ámbito
académico o universitario en la
Europa del periodo de entreguerras como de ello daría
constancia y testimonio el joven estudiante (avizor) de Filosofía en la Universidad Central,
de Madrid, Ramiro Ledesma, en su obra de juventud “El Sello de la Muerte” –de la que harto me
ocupé ya en este blog- en donde se ve recogida negro sobre blanco la doctrina del sacrificio o de
la muerte consentida (o propiciada) de los seres superfluos (sic)- Viel-zu
Vielen- y moralmente inferiores, en aras del advenimiento del hombre (moralmente)
superior, el Superhombre.
Y a riesgo o a
punto de escandalizarme yo como tantos otros a la lectura de los párrafos mas
crudos, me llegó (a tiempo) como una advertencia o aviso de luz roja o de
potente reflector el comentario a esos párrafos, de Nolte y lo era a base de una intercalación de otra
cita de Nietzsche primera época –del Nietzsche joven- con la que Nolte ensaya
una digresión dialéctica (o dialogo) En el mismo modo y medida que harían los autores
marxistas de moda hace veinte o treinta años -un Louis Althusser por ejemplo-,
entre el joven Marx (romántico y humanista) y el viejo, el de las tesis de
Feuerbach, del materialimso dialéctico, de la lucha de clases y de la dictadura del proletariado. Y en lo
que Nolte opone así pues, a esa doctrina nietzscheana tardía -y a modo de
antítesis (Gegenstuck)-, toda una primera filosofía del autor de Zaratustra (de
marca o sello “ilustrado”, de Aufklarung), grosso modo la que se vería
-sustancialmente recogida a base de aforismos- objeto de rehabilitación –tal y
como lo consigné en mi último libro- en la universidades europeas de hace dos décadas (de justo a seguir a mayo del 68 donde sus ideas triunfarian (aunque vergonzantemente, un poco a escondidas) En toda o casi toda Europa, salvo en España (indispensable e inexcusable apostilla) (...)
Y de lo que Nolte saca o pretende extraer a modo de síntesis, aquello en lo que
le parece ver la verdadera filosofía de Nietzsche (y su más profunda ideología)
Y así se atreve a reinterpretar los párrafos más crudos de la parte mas tardía (y ruidosa o
escandalosa) de la obra de éste –“Zaratustra”, “Ecce Homo”, "La Aurora" ("Morgenröte"), “El Anticristo” y “El crepúsculo de
los ídolos" (o de los dioses)”- sobre la doctrina de la
guerra, en particular de la guerra de conquista, con ayuda de la filosofía griega,
de autores tan autorizados como Heráclito ("polemos pater panton") o Platón, en su
célebre doctrina del Rey Filósofo -en "La República"-, o en la de los guerreros de elite (phylakès) -que Nietzsche llama "Señores de la Tierra"-, en los que no nos
cuesta nada ver a los soldados españoles de los Tercios de Flandes (tal y como
los vio la escritora francesa Margarita Yourcenar, fuera de toda sospecha)
Y
todo ello en aras del Partido de la
Vida o de los del Si a la Vida, en donde Nolte ensaya laboriosamente de
distinguir, en la filosofía de Nietzsche, una Vida superior, artística,
“interior” o espiritual –de aquí abajo (nota
bene) y no del mas/allá-, de la Vida en un sentido crudamente biológico (léase racista) ¿Con éxito? Así nos lo
parece desde luego, aunque a Nolte no parece que se le fueran todos los
escrúpulos (bien/pensantes) de la cabeza