Adolfo Suárez era hijo de un condenado a muerte y perdonado al terminar la guerra. Por eso sin duda tenia tanta química con Santiago Carrillo, que le elogió abiertamente en publico en más de una ocasión. Uno de esos hijos de rojos escarmentados (Umbral díxit) que se metieron -en masa- en el Frente de Juventudes, por motivos más que evidentes. Y a fe mía que él hizo carrera. Nos hizo tragar (confiteor) mucha bilis durante años. Hay que acabar no obstante reconociendo que no fue más que un mandado, que hizo lo que en caso de no haber sido él, hubiera acabado haciendo otro. A saber, el cumplir de una vez las claúsulas aún incumplidas -escritas o pactadas verbalmente a penas- de la rendición del régimen de Franco a los aliados en el 45 al final de la Segunda Guerra Mundial. Y cabe decir que lo hizo con los menores daños y destrozos. Fue la encarnación del pacto de amnesia de la transición, que se ve roto por ciertos sectores de la izquierda española desde los tiempos en el gobierno de la nación de José Luis Zapatero. Y lo que nos extraña a algunos es que muy pocos de los artífices de la transición y de sus descendientes o herederos lo denunciaron, como lo acaba de hacer Adolfo Suárez (hijo) ¿Por qué ahora?El hijo de Adolfo Suárez acaba de lanzar un ataque en toda regla contra la la ley de la Memoria. Casi me caigo de la silla de la sorpresa, lo reconozco. El que fue presidente del gobierno español en la transición y artífice del barrenado a distancia del régimen anterior desde lo alto, -padre del autor de estas declaraciones que aquí comento- no fue nunca santo de mi devoción, sin duda aquí algunos lo saben o lo imaginan. Otros vendrán que bueno te harán, reza el refrán castellano. Y no es que todo lo que vino después de él en la política española revelase algo de él que no se supiera aún sino que lo que que cambió o acabó cambiando fue la percepción que algunos teníamos de él, por razón de fuerza mayor como si dijéramos.
Los tres mosqueteros de la transición -Adolfo Suárez, Torcuato Fernández Miranda y el monarca anterior, Juan Carlos I-, en la imagen que arrastran para la posteridad pasan por haber sido los albaceas de Franco y del franquismo aunque en el fondo vinieron sobre todo a serlo de las clausulas tácitas o explícitas, escritas o pactadas verbalmente a penas de la rendición del régimen anterior a los aliados -por mediación vaticana- tras la terminación de la Segunda Guerra Mundial en el 45. Y así todo se explica de la transición y de la conducta tan enigmática y desconcertante y desazonante a veces de sus principales protagonistas.
Y una vez que acabamos comprendiendo y asumiendo lo que aquí acabo de decir toda la bilis que nos hicieron tragar aquellos -durante años- acaba viéndose del todo (o casi del todo) digerida. Y por eso las declaraciones de ahora de Adolfo Suárez Illana que en el pasado me hubieran merecido escaso crédito -y acaso también el mas olímpico desprecio- hoy me parecen dignas de ser glosadas y tenidas detenidamente en cuenta.
Y son más significativas aun si se tienen en cuenta los lazos de amistad que unieron -de notoriedad publica- a los dos Suárez, padre e hijo, con Santiago Carrillo, una de las mascotas por así decir -o así lo vieron en él una mayoría de españoles en su momento-, de esa ley funesta que el que declara haber sido amigo del “marqués de Paracuellos” -como lo fue su propio padre- ataca ahora sin distingos ni contemplaciones. ¿Y por qué esas declaraciones? Y por qué ahora? Es lo que viene a la mente de inmediato. Y la clave nos la den tal vez la circunstancia de lugar que habrá acompañado a aquellas. Y es que se habrán visto proferidas en el marco de los cursos de verano de la universidad católica de Valencia, y en presencia del cardenal arzobispo de la diócesis que presidía el acto, y de un conocido político del PP valenciano también presente en la tribuna.
¿Una advertencia o amenaza (por velada que se vea) del lado del partido actualmente en el gobierno de la nación de tirar en la manta en el tema de la memoria, lo ye no hicieron en cuatro años de mandato anterior? Nunca es tarde si la dicha es buena, pero nos cuesta un tanto creerlo, la verdad sea dicha. ¿O acaso un signo o síntoma por poco perceptible que sea de que en ciertas instancias eclesiásticas ese compromiso que tanto la iglesia española como el vaticano pactaron con la izquierda española (a todas luces) en el tema habrá acabado hecho trizas? Como sea, nos dejan un tanto perplejos las declaraciones del hijo de Adolfo Suárez, sin pelos en la lengua como se muestra sobre el tema tabú tal vez por excelencia en la política española.
Esos juicios que vierte tan estridentes y destemplados -para lo que es la norma en vigor hoy por hoy- sobre una figura tan emblemática del bando de los vencidos como Largo Caballero y en general sobre los cambios en el callejero de pueblo y ciudades? ¿Serpiente de verano, un desahogo emocional si no de alguien que por lo que leemos ha atravesado problemas de salud serios en un pasado reciente? ¿O una señal de alarma queriendo poner en guardia contra el guerracivilismo de un sector de la izquierda que a él tal vez -sin duda mejor informado que muchos y desde un puesto de observación privilegiado comparado al de muchos otros- le parece más seria y alarmante y amenazante de lo que nos parece a muchos.
Como si quisiera así venir a denunciar la emergencia de nuevos pactos en la política española -que habrán hecho posible la emergencia de nuevas corrientes y formaciones políticas en los últimos años- que de una manera u otra habrán venido a abolir otros anteriores de al transición que por un deber de memoria familiar aquel se ve obligado a defender? Ya digo que no salgo de mi sorpresa,
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