Ir de afrancesado trae cola en España desde los tiempos de Napoleón, dar muestras a su vez de anglofilia era perdonable en cambio -a ojos de muchos- para con los rojos guerracivilistas y antifranquistas de toda laya en la España de la posguerra, pero fue algo de antiguo más impopular si cabe que el afrancesamiento entre españoles. Por eso, a riesgo de predicar en el desierto y de granjearme nuevas incomprensiones -por si no tuviera ya tantas- me honro en proclamar aquí mi empatía y solidaridad sin ambages ni reservas con el pueblo inglés y sus dirigentes en esta hora de prueba -y en vísperas electorales- como así lo sentí y expresé (por las vías que me eran entonces accesible) con los españoles y sus dirigentes (de entonces) tras los atentados del 11 de marzo.
Y que algunos de mis compatriotas -a tenor de lo que se respira en algunos foro de opinión y en las redes sociales en las últimas horas- prefieran ahora no obstante lanzar la piedra contra las autoridades británicas acusándoles de encubrimiento (hipócrita) y manipulación en relación con la suerte de nuestro compatriota (presumiblemente) muerto en los atentados de Londres del pasado sábado mientras trataba de socorrer a una de las victimas (mujer) del ataque de los terroristas, es su derecho sin duda alguna. Como lo fue tal vez el de los que se desataron en acusaciones e invectivas contra el gobierno español de entonces por el tratamiento que les merecieron los atentados de Atocha. El error histórico de los despotricantes -tan trágico y tan patético- trece años después resulta no obstante mas que manifiesto,
Los pueblos que no aprenden de la historia estan condenados a repetirla. Y por eso el autor de estas lineas no quiere incurrir de nuevo en ese error funesto esta vez. Por muy honda y antigua que sea la brecha que nos separa del pueblo británico, más hondo y más antiguo es todo lo que nos une a ellos, y es esa voz de la sangre (sic) que evocó José Antonio Primo de Rivera fuera de toda sospecha. Una voz que suena más clara y distinta que nunca en en este encrucijada por la que atravesamos españoles y europeos marcada por el choque de culturas y de civilizaciones. No hay que equivocarse de enemigo. Como tantos se equivocaron tras los atentados de Atocha del 11 de marzo del 2004. A nuestro compatriota Ignacio Echevarría -caso de confirmarse el anuncio de su muerte-lo habrán asesinado cobardemente a puñaladas y a traición islamistas fanáticos movidos de un odio ciego a Occidente y a todo lo que los pueblos de Europa -todos sin distinción- para ellos representamos.
No las pretendidas manipulaciones o tergiversaciones de las autoridades inglesas a la hora de confirmarse la noticia de su muerte. Y es aquellos a los que va dirigida nuestra aversión y nuestra repulsa. Teresa May e Ignacio Echevarría, dos nombres ineluctablemente asociados las hora que corren. ¿Por qué tendríamos que echarle el muerto de la suerte de nuestra compatriota a la primer ministro británica (todavía en funciones)? Me lo impide mi sentido del honor, y esa "voz de la sangre que nos liga a los destinos de Europa” Y a todos sus pueblos y naciones
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