En la obra que aquí comento, “Imperiofobia y Leyenda Negra”, se rinde justicia a la memoria del Duque de Alba, el gran calumniado de nuestra historia. Una asignatura pendiente no obstante en la historiografía belga -y holandesa- y en la memoria colectiva de sus habitantes. Las guerras de Flandes -como se recuerda con acierto en esta obra- fueron guerras civiles entre los habitantes de los (antiguos) Países Bajos. Lo que dejé bien sentado en mi libro “Guerra del 36 e Indignación Callejera” Que a fe mía que por momentos se diría que la autora de ese libro hubiera leído el mío o que fuera incluso lectora asidua a de mi blog. Y es que viene a decir en esa obra cosas -y que no se me tome a falta de modestia- que vengo yo pregonando o recordando en mi blog de antiguo, como quien clama en el desierto. ¿Efecto Trump, "divina sopresa" esta española de Harvard, revisionista? Un adoquín en la charca (pavé dans la mare) como sea, este libro: en la falta de autoestima (sic) aunque sólo sea que la autora parece reconocer entre españoles. Mucho más palpable si cabe (¡ay dolor!) en el extranjero¿Imperiofobia, causa de la Leyenda Negra, o viceversa? Vayamos por partes. Y es que viene a cuento de una novedad bibliográfica -de las pasadas navidades- de la que sólo ahora vengo a tener conocimiento por voz amiga) sin duda por razón de la distancia. Aunque me extraña un poco que en Madrid estas navidades no supiera yo de ella, tal vez porque la primera edición nada más aparecer se vería agotada (por lo que sé) Se trata de una obra de cuño académico de una profesora universitaria de brillante currículum en España y en el extranjero concretamente en al Universidad de Harvard (un respeto) No me he leído (aún) la obra pero si me han llegado varios ecos de la misma y en particular sendas entrevistas de la autora que circulan por la red.
Y a riesgo de resultar petulante y pretencioso diré que así a primera vista se diría que su autora sea una asidua lectora de mi blog. Y es en la medida que en su libro, un adoquín en la charca (como los franceses dicen) -en el terreno de la prensa papel me refiero- se tratan temas y asuntos y capítulos histórico que vengo abordando en este blog de antiguo como quien predica en el desierto, con escaso eco, para qué negarlo. ¿Por qué esa obra (y la credenciales que la acompañan) y por qué ahora? cabe de entrada preguntarse. Porque las verdades que en ella se proclaman contrastan de forma estridente con los silencios que surcan sus paginas.
Y sobre todo, la obra que nos ocupa parece condicionada por ciertas prismas o a priori que la condicionan fatalmente de entrad, como el de que la leyenda negra no fue un fenómeno excepcional léase propia exclusivamente de españoles. Y al mismo tiempo su autora no deja de afirma que toda la historia (sic) que estudiamos hoy arrastra -a través de la historiografía del siglo XIX- un lazo inseparable con aquella, como si fuera su principio y fundamento, y no ceo se les escape ni a ella misma ni a muchos de sus lectores la gravedad de su aserto. Como una petición de principio en materia histórica, no me digan, o la carta programática de un programa de revisión mas radical que todos los revisionismos históricos que hayamos conocido hasta ahora.
Pero la tesis principal y subyacente en la obra tal y como parece verse reflejada en el titulo y tal y como parece formularla en sus entrevistas de la red es que la Leyenda negra no sea mas que una hija biológica -por muy natural o ilegitima que se la vea- del Imperio español con el colofón o corolario inevitable que todos los imperios que en el mundo fueron arrastraron sus propias leyendas negras antes o después de muertos. Es posible, pero tal y como la autora de la obra que aquí comentamos lo da a entender la leyenda negra anti-española es la única omnipresente en la historiografía y la historia en vigor de nuestros días. ¿Por qué? La pregunta sin respuesta.
No es óbice que esa obra -tal y como su autora la da a conocer- se ve llena también de juicios certeros y de intuiciones no menos luminosas. Como la influencia del racismo académico y universitario decimonónico -de por cima de los Pirineos- en los tres principales nacionalismos separatistas que harían eclosión en la Península en el ultimo tercio del siglo XX y principios del siglo XX, así que en sus principales figuras (Sabino Arana, Blas Infante y Prat de la Riba) O (nota bene) el papel histórico fundamentalmente desmoralizador y (auto) culpabilizante de la generación del 98.
O la presencia de la leyenda negra en la Literatura contemporánea, tal y como lo ilustra el Nombre de la Rosa y su personaje central Jorge de Burgos el monje ciego y asesino. Hay que apostillar que ciertas versiones en en el argentino Jorge Luis Borges (ciego como aquél-) -que llego a quemar efectivamente una biblioteca pública en señal de protesta contra la política del justicialismo peronista- el modelo de carne y hueso que sirvió de fuente de inspiración al personaje de Umberto Eco. Siempre hispano o ex hispano de encarnación de mal en resumidas cuentas, sea como sea.
Y lo que mas me habrá impactado no obstante hasta el punto de darme (casi) por aludido, es lo que la autora viene a exponer en una de las entrevistas que acabo de leer sobre los Países Bajos, las guerras de Flandes y, nota bene, sobre los católicos holandeses, por razones que a la mayoría de mis lectores les parecerán obvias. Y en particular lo que dice de estos últimos, por haberlo vivido -ay dolor- un poco en propia carne como quien dice, y como lo evoco en mi libro ”Krohn, el cura papicida”, y fue en la persona de un capataz católico/holandés que me tocó en suerte el tiempo que me vi obligado a trabajar de obrero agrícola en los circuitos de inserción profesional que se me ofrecieron como única salida en los tiempos que siguieron a mi detención delante del Palacio Real de Bruselas en el 2000 y al proceso que se me seguiría.
Y es que el misterio (hondo) de hostilidad yde animadversión en aquel capataz católico holandés, tal y como me la reservaría a mí el tiempo -cerca de dos años- que me vi obligado a trabajar a sus ordenes, se disipa en gran parte a mis ojos si se tiene en cuenta ese apartheid al que alude la autora y al que se vieron condenados durante siglos, tras el final de las guerras de Flandes y la firma de la paz de Westfalia, primero, y del tratado de Utrecht sesenta (y tantos) años después. Con el corolario al que alude igualmente la autora de una re-escritura (sic) de la historia a la que los católicos holandeses participaron activamente -igual que los protestantes- o en lo que acabaron consintiendo al menos. Bajo la mirada tutelar y supervisora -que todo hay que decir- del clero católico.
Algo que hay que hacer extensivo en parte también a los católicos flamencos. Y ese protagonismo eclesiástico en la difusión de la leyenda negra por tierras de los Países Bajos -tanto en Holanda como en Bélgica (y Luxemburgo)- es la gran laguna a mi opinión en el enfoque que trasluce en esta obra tan crucial y sin duda tan valiosa. Por qué? Cabe también preguntárselo.
Tres silencios mayores jalonan desde ese punto de vista la obra que aquí comentamos. A saber primo, el apoyo eclesiástico -tanto en Roma como en la Península- de la que nunca careció Las Casas -el verdadero padre/fundador de la Leyenda Negra (y no los humanistas italianos, entre los que habría que contar a César Borgia, “español” por los cuatro costados)-, ni en vida ni después de puerto, y que le evitaron el verse claramente derrotado -y condenado- tras la Controversia de Valladolid, de la que los historiadores se acuerdan en concluir que termino en tablas. Hasta el punto que se ve hoy camino de los altares.
Secundo, el papel del Saco de Roma -a cargo de los lansquenetes alemanes y de los españoles de los Tercios- jugaría en la difusión de esos clises racistas anti-españoles que viene difundiendo en la historiografía contemporánea una vulgata no excesivamente prodiga en dar nombre y textos que fundamenten o refuercen sus acusaciones. Cabe conjeturar en cambio que ese racismo anti-español -y pari passu anti-semita- latente u omnipresente -o pretendido tal- en la península italiana y al que se viene a atribuir la cause de todos los males, léase la paternidad de la leyenda negra no fuera mas que el fruto de una propaganda fide de cuño eclesiástico -léase pontificio- en reacción al Saco de Roma, y que acabaría dado sus frutos tardíos un siglo más tarde en la guerra de los Treinta Años con el vuelco espectacular de alianzas -a saber la entrada de Francia en liza del lado protestante- en la que fue decisiva la conversión del rey francés Enrique IV, y de la que el principal artífice lo sería la Curia romana, por el protagonismo sobre todo que cupo en aquel episodio al general de los jesuitas aquel entonces, Acquaviva, cuyo generalato vino a marcar un antes y un después en la historia de la Compañía.
Y por último, el silencio atronador de esta obra que viene a revindicar la presencia española en América y a confundir a sus detractores, es el que en ella parece guardarse en relación con el papa argentino -hijo de inmigrantes italianos- que no habrá dejado de acusar a la colonización española -sin nombrarla con todas las letras- de genocidio (sic) y de crímenes de guerra. ¿Una imperiofobia generadora de leyendas pues, o acaso el único imperio en la historia que se ve aun -tantos siglos después- victima de leyenda difamatoria? La pregunta sin respuesta que gravita mucho me temo sobre las páginas de esta obra
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