La presencia (anunciada) del rey Juan Carlos, sin duda la figura más destacada a nivel mundial de todas las que se prevé que asistan a los funerales de Fidel Castro, se ve cargada de significado por partida múltiple. El castrismo fue una fatalidad de nuestra historia española contemporánea. Y no fue menos un fenómeno -más o menos colateral- de la guerra civil española interminable, y una secuela fatal a la vez de la rendición de Franco a los aliados al final de la Segunda Guerra Mundial. Lo que explica la actitud ambigua -y a la vez titubeante- del régimen anterior hacia la revolución cubana y hacia su líder. Que acabaría rindiéndose a su enemigo declarado los Estados Unidos, por mediación vaticana (léase del papa Francisco) Igual -mutatis mutandis- que se acabaría rindiendo Franco a las potencias anglosajonas vencedoras en el 45“¡Gracias Fidel hijo de p...por haberme hecho conocer este maravilloso país!”, solía exclamar de voz muy atiplada y fuerte acento, y en señal de desahogo por los pasillos del colegio mayor Guadalupe de la Ciudad Universitaria madrileña a finales de la década de los sesenta -provocando así la hilaridad de los que le cruzaban u oían- un joven cubano del exilio, muy afeminado, al que sus compañeros de colegio mayor llamaban (en sorna) “el Clavelero” Un “gusano” (anticastrista) becario de un colegio mayor del Movimiento, el director del cual, un antiguo falangista, profesaba por aquel entonces una adhesión entusiasta e incondicional y un entusiasmo sin límites al Líder Máximo, sin tapujos ni complejos. La contradicción (sic) en la esencia misma de las cosas, que reza la ideología marxista que haría suya o acabaría abrazando la revolución cubana.
Castro y el castrismo fueron otra fatalidad más de nuestra historia española, y su longevidad y la supervivencia de su régimen son sin duda un enigma mayor de nuestro tiempo, como no deja de señalarlo en un articulo con fecha de hoy un comentarista de la prensa española detractor sin falla de Castro y de su régimen de antiguo. El referido periodista no dice no obstante ni mu del papel (innegable) del Vaticano y del actual papa Francisco en un fenómeno de supervivencia -del régimen cubano-, que viene solo a serlo a medias en la medida que no viene a menos camuflar la rendición de aquél -por mediación vaticana nota bene, como lo fue la de Franco en el 45- a su enemigo jurado de Norteamérica.
Y por ahí viene a enseñar la patita o a descubrir su desnudeces cierta critica de signo anti-comunista que consigue expresarse y hacerse oír a través de ese sector de la prensa -digital e impresa- que responde a lo que se puede calificar la derecha religiosa (y no digo nombres, en la mente de todos) Y sin duda que esa conexión vaticana de la Cuba de Fidel desde los tiempos del triunfo de la revolución -que el Vaticano pese la persecución religiosa (con víctimas por centenares, muy jóvenes casi todos ellos) de la que se hizo reo en los inicios de le revolución nunca llego a excomulgar nota bene- nos serviría de hilo conductor infalible en el desciframiento del enigma y en la exploración del laberinto.
En este título (fundamental) de sus trilogía sobre los bajos fondos USA que comprende el periodo de la presidencia de John F. Kennedy desde la campaña electoral (noviembre 1960) que le dio la la victoria hasta el atentado de Dallas (22 de noviembre 1963), James Ellroy hace desfilar en ciertos capítulos de la novela cubanos anticastristas, veteranos de Bahía De Cochinos -que pudieron contar aquello-, bandidos y asesinos que practicaban el arrancamiento del cuero cabelludo de sus víctimas (como los indios pieles rojas) en sus raid en lancha sobre las costas cubanas tras el fracaso del desembarco anticastrista. Personajes literarios y no menos verosímiles -en su odio sobre todo y su sed de venganza- a la luz de ciertos detalles históricos que a modo de flash -marca Ellroy-, irrumpn de pronto en relato, iluminando el conjunto de la obra, como la instantánea del desenlace del fracaso de la invasión anticastrista, de centenas de prisioneros atados de pies y manos y arrojados cuan largo sobre la playa en hileras interminables, y a los que sus captores -miembros de las tropas del régimen castrista- iban cortando uno a uno de un tajo (como trochas de caña de azúcar) las cabezas. Y eso fue sin duda -el desenlace no tanto de una victoria del régimen como de un fracaso polvoriento (y sangriento) de sus adversarios- el evento fundador de la revolución cubana, que fue fundamentalmente fruto de una guerra de propaganda¿Hablo acaso de oídas, como tal vez pudiera reprocharme alguno del hecho que no puse nunca el pie -ni se me pasó nunca por cierto la idea por la cabeza- en la Cuba castrista ni en plan de turismo ni en plan de visita oficial o en delegación -con o sin camisa azul- como si ocurrió con otros? No del todo, en mi libro reciente autobiográfico -”Krohn, el cura papicida”- hice referencia a mi ascendencia cubana de antes de la Independencia, de descendiente de españoles de Cuba repatriados en el 98, de los que mi familia conservo siempre un documento gráfico en el que aparecía retratado todo el grupo familiar en la cubierta del barco que le traería a España de vuelta -en una atmósfera de gran solemnidad, y de gravedad extrema, y una expresión de gran seriedad (que reflejaba a la perfección el dramatismo del momento) en los rostros, de semblantes tristes, de todos los que salen en la foto, entre ellos mi bisabuela materna adolescente entonces.
En realidad no lo dije todo en esa evocación de mis orígenes cubanos, omití (involuntariamente) el detalle todo menos trivial de descender en linea directa por aquella rama de mi ascendencia materna -léase por aquellos de sus miembros que decidieron quedarse en la isla tras el final de la guerra y la declaración de la Independencia- de la familia García Menocal, del que fue uno de los primeros presidentes (conservador) de la república cubana independiente, y detalle trivial o no, el oispo auxiliar de la Habana en los tiempos del papa Juan Pablo II llevaba esos mismo apellidos -García-Menocal- de mi familia materna. Con lo que viene a resultar -a riesgo de pecar de presunción y de petulancia- que el enigma del castrismo y de su supervivencia viene a revestirse de un carácter personal e intransferible en el que esto escribe.
Odié mucho a Fidel, igual o más que a Felipe González, igual o más que a los rojos de la guerra civil española del 36. Y se me fue desinflando el odio a fuerza de verle en foto de unos años a esta parte cada vez más demacrado, la mirada cada vez más desorbitada y la expresión cada vez más espantada en el rostro a medida que se iba agravando el mal que padecía y que habrá acabado llevándole a la tumba, por enfermedad y no propiamente por muerte natural como sus turiferarios nos lo presentan ahora.
Y contribuyó aún a desinflar en mí el odio (ideológico) a la figura de Fidel, el que se me fuera paulatinamente apagando también la imagen iconográfica que yo arrastraba del anticastrismo y de los anticastristas, de antiguo, propiamente desde niños. Tenia yo once años a penas cuando el fracaso del desembarco de la Bahía de los Cochinos que viví (con once años) como si me fuera la vida en ello, sin duda por efecto e influencia del ambiente que se respiraba entorno mío, no sólo en mi familia sino en el conjunto de España entonces alimentado sin duda por una prensa oficial (del régimen de entonces) que en el espacio de poco tiempo había pasado del incensario a la censura mas implacable dando ya el desembarco por hecho con anticipación de dos o tres días incluso, y jaleando y lamentando el fracaso de la expedición en tonos bíblicos.
Y me harían falta muchos años como digo para desilusionarme por completo de la imagen idealizada que yo arrastraba de la incursión anticastrista aquella y de sus protagonistas. Y contribuyeron no poco a ello mis contactos (digitales) un poco antes de dar comienzo a este blog -hace once años ahora- en una época en la que yo solía entrar (con mi nombre y apellidos ¡ay dolor!) en foros de discusión españoles -de lengua española- desde Bélgica donde yo seguía residiendo y en los que coincidí con algún anticastrista, y con uno en concreto con el que acabé entrando en fricción por su postura incondicional en favor de los Estados Unidos -su segunda patria o más exactamente su patria de remplazo- y sobre todo por los resabios que parecía curiosamente arrastrar pese a su anti-comunismo, de la memoria de los vencidos de la guerra civil españolea.
Me cansé, hablando en plata, de tanto oírles o leerles la palabra democracia -made in USA- a los exiliados cubanos, y de ese culto (de martirologio) que arrastran todos ellos sin excepción del padre de la patria (la suya) José Martí, hijo de españoles, y como tal no menos renegado. Y algo más tarde viene a dar con las novelas (negras) de James Ellroy -un autor catalogado (más bien) a la derecha- en alguna de la cuales desfilan personajes de anticastristas, de veteranos de Bahía Girón -de los que consiguieron contarlo por supuesto- sin duda figuras literarias todas ellas, y no menos verosímiles y creíbles a la vez, de bandidos e incluso de asesinos sin reparos ni complejos, que en sus incursiones furtivas en la isla tras el fracaso de la expedición, practicaban a modo de deporte y a la vez de ritual invariable el arrancamiento del cuero cabelludo de sus victimas (como los indios pieles rojas)
“A Fidel lo inventamos nosotros, escribió Francisco Umbral en su último libro (“Amado Siglo XX” refiriéndose al gremio de los los periodistas (el suyo propio). Y lo de de Bahía de Cochinos -y de Playa Girón-, mas que una victoria de Fidel fue un fracaso polvoriento de sus adversarios -a los que la Casa Blanca, léase la administración Kennedy, dejó caer in extremis, como Barack Obama dejaría caer muchos años más tarde a los rebeldes sirios (“moderados”), también en el último minuto (cuando la crisis de las armas químicas)-que vendría a ser una de las principales victorias en la trayectoria de de Fidel y de su régimen y en el plano (nota ben) de la guerra de propaganda en los medios.
Tiene no obstante una glosa el triunfo de la revolución cubana que nunca vi escrita en ninguna parte pese a lo evidente (o asi se me antoja al menos) Y es el haberse tratado -al contrario de lo que fue el caso en todas ls revoluciones que encarnaron la llamada emancipación americana del otro lado del Atlántico en la América española (que me diga ex-española)- una guerra en la que el factor racial jugo un papel en sentido inverso al que jugó en todas las otras. La revolución (comunista) cubana fue una revolución de los blancos de la isla, de ascendencia europea -léase española- como lo ilustra a la perfección el caso de su líder máximo y de todas -prácticamente sin excepción- las grandes figuras de la revolución de las cuales no pocos acabarían en la disidencia, y en el exilio.
Con una excepción de marca que no venía menos a confirmar la regla y era la del argentino Ernesto (Che) Guevara, un mestizo descendiente de unos antepasados reos de rebelión mestiza anti-española -de los tiempos de la guerra de emancipación americana por tierras del río de la Plata- en grado arquetípico ademas por razón de los apellidos de pura raigambre conquistadora que ostentaba-"perdido" entre descendientes de españoles de Cuba -como lo eran los principales lideres de la guerrilla cubana- que arrastraban por regla general (¡ay dolor!) una memoria de vencidos de la guerra civil del 36. El cual acabaría entrando en conflicto con Fidel y con su régimen.
E ilustran inmejorablemente también lo que aquí decir estoy queriendo figuras emblemáticas del otro bando, a saber, la de Fulgencio Batista -mulato como lo fue el jefe revolucionario Macedo en la guerra contra España- , y la de Gastón Baquero, poeta ilustre del exilio cubano (muerto en Madrid), "mulato y bohemio de los de alma desgarrada" (como él mismo decía de otros bohemios y mulatos de la isla) ¿Una versión de guerra de razas en la posguerra mundial tras el 45, la revolución cubana? ¡Vivir para ver fantasmas míos!
No hay comentarios:
Publicar un comentario