(de "La Iglesia se da media vuelta ”, apartado incluído en el capitulo"El sueño de la Falange hecho trizas" ("la tragedia de los camisas viejas")-sobre la Falange y la guerra civil española- del libro “El siglo de 1914”, de Dominique Venner”, donde explica el desenganche de la iglesia española desde su anterior compromiso -sellado en la guerra civil- con el régimen de Franco, en la década de los sesenta)
¡“Tarancón al paredón!” 21 de diciembre de 1973. Escena de la llegada del entonces cardenal arzobispo de Madrid -acompañado de su (pro) vicario, Patiño (acabado de fallecer)- al funeral, en la sede de la Presidencia donde estaba instalada la capilla ardiente en el centro de Madrid, (Castellana 3, junto a la plaza de la Cibeles), por el almirante Carrero Blanco, asesinado en un atentado de ETA el día antes. El autor de estas lineas está ahí -confundido con el publico asistente (y vociferante)- en esa foto, en la que tal vez se acabe pudiendo identificarme un día. Yo tenía 24 años entonces y el impacto psicológico que ejercieron en mí aquel y otros acontecimientos dramáticos de los tiempos convulsos que atravesó España los años aquellos, les hará comprender a algunos en parte tal vez mi trayectoria y los jalones más conocidos de la misma. Yo no grité aquello -que me sonaba casi a blasfemia por razón de la educación recibida- pero coincidía con los vociferantes -muy jóvenes la mayoría- en ver en la persona del Cardenal Tarancón la personificación del desenganche para con el régimen de Franco de una iglesia española que le debía tanto -la vida, aquel prelado al estallar la guerra civil, sin ir más lejos- lo que nos sonaba a deslealtad y alta traición a la inmensa mayoría de los allí presentes. En realidad, el desenganche aquél no era más que una consecuencia o secuela ineluctable del barrenado doctrinal -teológico, filosófico e ideológico a la vez- de la iglesia en el concilio vaticano segundo, de un acervo y patrimonio doctrinal al que venía a remplazar la ideología de los derechos del hombre y del que el magisterio conciliar -Dominique Venner tenía razón- solo guardaría el rechazo de la contracepción y del aborto, como si ese fuera el meollo esencial del mensaje evangélico. Síntoma revelador -así me lo parece hoy- del problema irresoluble que arrastraba la moral judeo/cristiana -sobre todo en su versión paulina- con la mujer, y en definitiva con el sexo y la sexualidad, fuente primera de la Vida (humana)Las mujeres polacas en una explosión de furia colectiva -horresco referens!- acaban de tumbar un proyecto de ley sobre el aborto en Polonia -del mismo tenor nota bene del que propuso en España el anterior ministro de Justicia Alberto Ruiz Gallardón hasta verse obligado a dimitir-, que se encontraba en gestación por compulsión del actual gobierno y del partido actualmente en el poder, “Ley y Justicia” (P i S), un partido de derechas, o par ser exactos representativo de una derecha polaca (troncalmente clerical) -bajo la rígida tutela de la iglesia católica en aquel país- que no es una derecha cualquiera, sin parangón posible es cierto en los demás países europeos. El proyecto polaco ahora abortado, iba incluso más lejos que el proyecto malogrado de Gallardón, y es en la medida que preveía penas de cárcel (sic) para mujeres culpables de practicar una interrupción (cualquiera) del embarazo.
No es seguro que el tema esté ya absolutamente zanjado porque los representantes del partido en el poder, la jefe del gobierno en cabeza -madre de familia numerosa, católica practicante y devota fervorosa de San Karol Wojtyla-, parecen querer volver a la carga con una nueva propuesta, la amplitud y alcance, la reacción popular -femenina en particular- hasta el punto que habrá conseguido frenar por amplia mayoría el controvertido proyecto en el parlamento- hacen pensar no obstante que se trate no solamente de una noticia de la actualidad política mas o menos rutinaria, sino que parece cobrar todos los visos de un fenómeno de sociedad de gran hondura que viene a tener a los polacos y en particular a las polacas de protagonistas.
Y por supuesto que el fenómeno admite lecturas o interpretaciones las más variadas, algunas particularmente jaleadas en los medios estos últimos días, como la que ve en aquél una simple reproducción o repetición de las movidas indignadas que se produjeron en España a favor de la irrupción del 15-M y de la eclosión d e la indignación callejera, a partir de la primavera del 2011, tal y como lo ilustra la participación en los movimientos de protesta de una formación que arrastra la etiqueta de Podemos polaco. O como una variante (más) de las revoluciones "de color"en ue se sucedieron tras la caída del Muro, en alusión al carácter mono/color -del color negro (del luto) de los vestidos de las manifestantes- que habrá caracterizado las protestas anti -anti/abortistas, sobre todo las del Lunes Negro de la pasada semana, la útlima y decisiva.
A tenor no obstante de las instantáneas gráficas de las manifestaciones en las ciudades polacas, de un algo de innegablemente diferente o atípico que en ellas se manfiiesta, está claro que se trata sencillamente de una protesta masiva de signo femenino mucho antes que botón de muestra de indignación social o de feminismo político e ideológico como estamos acostumbrados a ver en danza desde hace ya algunos años los españoles. Capitanes de derrota. Así califiqué ya hace un rato a los obispos y cardenales -y a su jefe supremo el papa de Roma- en sus campañas de política religiosa que parecen destinadas a quedarse en mero postureo -como la reciente iniciativas diplomáticas franco/españolas sobre la guerra en Siria (por poner solo un ejemplo)- y marcadas ya de antemano como si se viera escrito en los astros del sello del fracaso y de la derrota.
Iba a pasar de largo sobre un tema en el que pienso haber cosechado no poca incomprensión de antiguo con las entradas que le habré dedicado -espaciadas y a la vez sin pausa ni descanso- en este blog. La lectura no obstante hace poco de una obra de Dominique Venner que ya comenté aquí “El siglo de 1914” me viene ahora a la memoria irresistiblemente y es por el apartado -”la Iglesia se da media vuelta”- que al malogrado escritor francés -suicidado en el 2013 en la iglesia de Notre Dame- incluye dentro del capitulo que dedica en dicha obra a España y a su régimen en décadas de posguerra de su libro, titulado significativamente “El sueño de la Falange hecho trizas" ("La tragedia de los camisas viejas”) Nadie es profeta en su tierra, un viejo adagio que parece cumplirse cabalmente en el caso que nos ocupa, en la medida que Dominique Venner sea sin duda el primer autor -extranjero, francés para mas señas- en verter un juicio exhaustivo certero y clarividente sobre un tema del que vengo predicando en el desierto -el sentimiento (un tanto lacerante) que arrastro de antiguo- desde hace décadas, de antes incluso de mi gesto de Fátima.
A creer a Dominique Venner -un análisis el suyo que suscribe enteramente el autor de estas líneas- el régimen de Franco tras el desenlace de la Segunda Guerra Mundial, renunció a pretensiones de carácter ideológico cualquieras, y conservando el programa del partido único -heredado de los Veinticinco Puntos de la Falange, que era un programa político y no otra cosa (adoleciente de una innegable pobreza doctrinal e ideológica, como lo hace observar acertadamente Dominique Venner) - hizo del catolicismo la ideología (política) oficial del régimen tras el 45, con lo que venia a entregarse -cabe apostillar por nuestra cuenta y riesgo- de manos atadas a la iglesia y al poder eclesiástico, no sólo en el ámbito de lo religioso sino también de lo temporal camuflado en terreno ajeno o extraño por definición al ámbito estatal -y de la política estatal- a saber lo político/religioso, en el marco todo ello de un régimen político en plena evolución (o "desnazificación", desde el 45) que vendría a reforzar la influencia de la Iglesia a través de un régimen concordatario (renovado en el 53) , como el que España conocía de antiguo.
Esa clericalización rampante, de signo ideológico, del régimen anterior in crescendo en la España de la posguerra tras el 45 -que ya analicé en mi ultimo libro (“Krohn, el cura papicida”)-, que haría del papa de Roma el verdadero jefe de estado de la España de la posguerra (tras el 45) iría a sufrir un punto de inflexión a principios de la década de los sesenta. “La alianza franquista de la cruz y de la espada (“du sabre et de l'autel”)” -escribe Dominique Venner en el inicio de ese apartado- se rompió bruscamente a seguir al concilio vaticano segundo (1962-1965) De un día para otro, resistencias de estrictamente marginales aparte, la Iglesia española dio, allí como en todas partes, un giro de ochenta grados -"retournement"- y se apuntó a la ideología de los derechos del hombre, para la que ya había preparado el terreno el Opus Dei, muy influyente desde 1957”
Y de todo ese barrenado ideológico que la iglesia española consumo entonces -pre-anuncio de ese barrenado (ideológico e institucional) del propio régimen político una década mas tarde- sólo conservaría como acertadamente lo hace observar Dominique Venner -en la cita que encabeza este articulo- un punto de la doctrina tradicional, a saber el refrente al aborto y a la contracepción, sometiéndola no obstante a violentos golpes de tuerca que venían a agravar en un sentido rigorista los interdictos que arrastraba de antiguo el magisterio eclesiástico en la materia, y a contrapié de una doctrina tradicional que (innegablemente) incluía una teoría de plazos (refrente a la infusión del alma/humana) heredada en linea recta de Tomas de Aquino, el Doctor Común para el magisterio de la Iglesia (de antes del concilio)
De la noche a la mañana, el régimen se puso a marcar el paso tras la ideológía de los derechos del hombre y así, la censura ideológica se vería levantado aunque de una forma un tanto asimétrica o unilateral, y era en favor de autores (de izquierdas) sometidos a censura eclesiástica de antiguo como Marcuse o Wilhelm Reich, mientras que otros seguirían gimiendo en el purgatorio de los autores condenados por el magisterio eclesiástico (o malditos) como Nietzsche, Spengler o el mismo Heidegger tal y como Dominique Venner lo hace observar atinadamente. Y en esa perspectiva, cómo no ver en al endurecimiento -léase mutación en sentido rigorista- de la doctrina oficial de la Iglesia sobre el aborto, una simple cortada del barrenado doctrinal -teológico y filosófico- al que aludí más arriba. Y ahí reside sin duda la raíz del fracaso (polvoriento) de las iniciativas anti-abortistas patrocinadas por la Iglesia y sus ministros.
Lo que viene a poner ahora al destape el carácter intempestivo, contraproducente -anti pastoral en suma, en el sentido conciliar incluso del término- de aquellas, como si nos encontrásemos ante maniobras de provocación del más alto nivel y de los mas altos vuelos -buscando el factor contrario de los objetivos aparentes-, como lo señaló agudamente tras la publicación de la enclítica Humanae Vitae, el sacerdote tradicionalista francés, Abbé de Nantes. En España como en Polonia, los dos países mas católicos -¿ex católicos?- mas emblemáticos en el mundo de hoy. ¿Qué de extraño pues que las mujeres polacas hayan reaccionado como un solo hombre (y válgame la expresión) en contra del partido de derecha religiosa en el poder y de sus padrinos y mentores, los señores obispos y cardenales de la iglesia católica de Polonia.
San Karol Wotyla se debe haber revuelto -y con razón- dentro de su tumba. Las mujeres (se diría) le persiguen hasta después de muerto. ¿Tanto les humilló en vida?
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