El poeta "maldito" Ezra Pound en sus últimos días en la foto. Se comprometió a fondo -sin billete de ida y vuelta- con el fascismo italiano en la fase final de la Segunda Guerra Mundial con esa generosidad e idealismo de lo que sólo son capaces los poetas e intelectuales, de propagandista (eximio) de guerra a través de las ondas radiofónicas y lo pagaría caro con el internamiento psiquiátrico tras las sesiones de tortura -impidiéndole conciliar el sueño durante semanas, con un potente reflector encendido en permanencia día y noche delante del lugar donde le tenían maniatado- de las que se vio víctima tras su detención e internamiento en un campo de concentración americano en la ciudad italiana de Pisa. Lo que le evitó no obstante la condena a la pena de muerte -y su ejecución- por alta traición, que para él no lo era. Había sido amigo inseparable de Hemigway y rompió con él por culpa de la guerra civil española. “Con Hemingway -declararía rotundo de vuelta a los Estdos Unidos en visperas del estallido de la guerra- nos separa todo en lo sucesivo y ese todo se resume en una palabra, España” Franco y su régimen reservarían en cambio en la posguerra todos los honores y atenciones para con el uno (uña y carne con los rojos en el Madrid de zona roja durante la guerra) y el otro en cambio no les merecería la menor atención ni reivindicación alguna tras su puesta en libertad y su vuelta a Europa, a Italia (años cincuenta) donde acabaría su existencia. La América de Ezra Pound era la Otra América, como la que hoy parece despertar tras la candidatura de Donald Trump, al final de la larga pesadilla ObamaLa presidencia Obama, estos ocho años a fe mía tan largos, la habremos vivido algunos como una auténtica pesadilla. La crisis financiera mundial y su capitulo español tan revestido de dramatismo sin duda se incubó antes de él pero estalló y se propagó como un monstruoso tsunami mundo a través, con él ya de presidente, y sobre todo las (funestas) primaveras árabes y todo lo que se les seguiría -con su resaca del movimiento indignado en algunos país europeos, España en cabeza de todos ellos, es algo que cabe poner en el haber que me diga en el debe del doble mandato del presidente afro americano.
Y tal vez el símbolo mas emblemático (un decir) de la era Obama, que se ve asociada para la posteridad a las escenas retransmitidas en directo a todo el planeta- del final trágico y macabro del coronel Gadafi, en un ajuste de cuentas a modo de escarmiento -y de advertencia, al conjunto de la Humanidad- por cuenta del ideal democrático y del ordenamiento que sigue rigiendo (en nombre de la democracia) el mundo de hoy.
Y todo eso haría sin duda que el pro americanismo tan arraigado que era el del que esto escribe de antiguo -y sin duda de muchos otros de mi generación heredado de la guerra fría y del pacto atlántico del régimen de Franco con los estados Unidos (de 1953) se enfriaría a marchas forzadas hasta culminar en la crisis de las armas químicas, de la guerra en Siria (septiembre del 2013) donde me quedé solo practicamente en internet apostando -frente a todos o casi todos por la supervivencia del régimen de Asad al que todos unánimes, en los países occidentales y mas si cabe en los medios españoles -y no digamos la prensa especializada en temas diplomáticos y militares- le daban ya los días contados.
Y se equivocaron, y si se equivocaron fue como no habrá dejado de lamentarlo en tonos y acentos bíblicos desde entonces el hasta hace poco ministro francés de exteriores Laurent Fabius (un notorio amigo de Israel)- por la indecisión de Obama que no se decidió a lanzarse a una confrontación directa con Rusia y China, las dos potencias emergentes y se echó atrás – a la hora de darle al botón (...)- en el último minuto por no decir milésima de segundo. Fue el final de un época -marcada por la Paz (hegemónica) Americana- y el vislumbrarse, entre balbuceos, de la emergencia de un nuevo orden en las relaciones internacionales que bautizaron de multipolar (sic) politólogos y analistas.
Al final, la amenaza afro americana que parecía encarnar un presidente afro al que muchos de sus compatriotas prestaban -y lo siguen haciendo un (cripto) islamismo encubierto se revelo lo que en realidad era, un tigre de papel, y la minoría afro de los Estados Unidos, lo que fue y sigue siendo y sin duda seguirá siendo “sine die”, a saber un minoría racial en lucha (sin grandes perspectivas) por redimirse de un destino tan calamitoso -fuente de problemas sin cuento para ellos mismos y para la sociedad en el seno de la cual viven inmersos- que habrá sido el suyo desde los tiempos de la guerra civil americana (American Civil War)
Nadie lo menciona pero el fantasma del Klan (como dicen abreviadamente los norteamericanos para referirse a la triple KKK, esa sociedad secreta que lucha de antiguo por la supremacía blanca desde el final de la guerra civil sigue tan vivo como en los tempos de las campañas de los derechos civiles (años sesenta) y de los años de entreguerras que precedieron al ataque japones de Pearl Harbor (octubre del 40) y de la entrada de los Estados Unidos en guerra en contra de la Alemania, un histórico que sirve de telón de fondo a la ultima novela -primera de su nueva trilogía del novelista norteamericano James Ellroy al que ya me referí aquí repetidamente, la última vez hace muy poco, un libro que estoy en trance de zamparme -a salto de mata- las horas que corren y que empieza significativamente con una proclama aislacionista y pacifista y hsotil a la entrada en guerra difundida por una emisora pirata del Klan desde el otro lado de la frontera mejicana, el 5 de diciembre del 41, en visperas del ataque de Pearl Harbor.
Es el engranaje de la Hegemonía Judía (sic) lo que ha hecho de esta guerra algo ineluctable y a partir de ahora esta guerra es la nuestra, lo queramos o no lo queramos. Es lo que se puede leer en las primeras líneas de esta novela negra del género histórico (o subgénero que me diga)
Y en la medida en que por vez primera en mí -aunque sea por la vía de un subgénero literario- se me antoja descubrir un hilo conductor en el abordaje de la historia contemporánea de la primera potencia del planeta en sus episodios y capítulos mas decisivos del siglo XX, en esa misma medida como digo, siento que pueda acabar siendo capaz de asumirla -como español y europeo por cierto- de una manera u otra.
Y confirma mis presentimientos la ascensión fulgurante de la candidatura de Donald Trump al que hice alusión en una mis última entradas. E ilustra a la vez que mejor no cabe esa impresión que es la mía -no más que eso- la reciente polémica que habrá salpicado la campaña electoral americana cuando un antiguo dirigente del Klan hizo publico su apoyo a la candidatura del multimillonario al nombramiento a la cabeza del partido republicano para las elecciones presidenciales de próximo mes de noviembre, sin que este consigueira distanciarse del todo de un alianza tan engorrosa al cabo de varias aclaraciones a los medios y tras la polvareda de escándalo y del revuelo que ese asunto le habrá granjeado.
Trump es esa América profunda que hizo posible la neutralidad del gobierno de los Estados Unidos durante la guerra civil española cuando todo predisponía a sus gobernantes -por motivos ideológicos- a decantarse del lado rojo republicano y que permitió, al final de la Segunda Guera Mundial, una rendición del régimen de Franco que nos evitó el apocalipsis de un ataque nuclear como los de Hiroshima y Nagasaki -o bombardeos de atrición como el de Dresde- y de la invasión armada de la península. Con esa América no tenemos nada o casi nada en contra los españoles. Un malentendido histórico, más que otra cosa. Por eso mi apuesta lo es ahora por Trump como lo fue por John MCain -acervo rival de aquél los tiempos que corren- hace ocho años.
Me equivoqué, pero Trump como él mismo no deja de recordarlo, ofreció hasta ahora una imagen de ganador. MCain en cambio -como su rival se lo recordaría en los prolegómenos de su campaña- no dejaba de ser un ex-prisionero de guerra, de una guerra además que perdieron los suyos, léase un vencido. Como lo sería el ejército español en la posguerra europea, tras el 45. El que pueda entender que entienda (reza la biblia canónica)
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