jueves, febrero 11, 2016

FURIA ICONOCLASTA EN LA CIBELES

“Pigmalión” de Paul Delvaux (1939) La influencia de Dalí en ese gran pintor belga surrealista es palpable como no deja de serlo también en el otro gran nombre de la pintura belga contemporánea, René Magritte. Uno y otro fueron amigos y discipulos del pintor de Cadaqués. Y a fe mía que la opinion publica bega entenderá mal que ni Dali siquiera se vea exento de la furia iconoclasta de los guerracivilistas españoles. Otro botón de muestra -uno más- de lo imposible de aplicación de esta ley funesta. Y “pari passu” de lo frágil de la fuerza vinculante de la que goza -en ciertos ambitos (universitarios en particular)- por cima de los Pirineos
La tempestad que se ha abatido sobre el callejero madrileño arrecia. Y así, la prensa de hoy nos sorprende con el listado dado a la luz por la cátedra de memoria histórica de la Complutense -de los que aquí ya nos ocupamos- de (doscientas cincuenta) calles que deberán cambiar de nombre -en señal de penitencia y de propósito de enmienda-, por franquistas que lo fueron sin duda (hasta ahora) ellas también en la medida que el callejero no deja de marcar a fondo la memoria de una calle, de un lugar urbano como un tatuaje, o como si le imprimiese carácter.

La polémica está servida desde luego y tal vez más que eso, como se infiere claramente de un pase en revista por somero que sea del listado de la discordia. Entre ellos, el de una figura de renombre mundial -la de Salvador Dalí- llama la atención sobre todos los otros.

¿Dalí mejor que Picasso? La cuestión siempre pendiente, o mejor dicho, un dialogo de sordos que se perpetuará hasta el final de los tiempos. Por lo que aquella esconde de apuesta existencial sin duda alguna: por un determinado ideal de Belleza y por el universo estético que ello comporta.

Está claro como sea que siempre preferí -de lejos- a Dali y que me costó tiempo, primo, confesármelo a mí mismo y secundo, el empezar a hacer partícipe de mi preferencia a otros. Recuerdo hace años en una visita al museo de Ixelles, aglomeración de Buselas- con ocasión de una exposición sobre Juan Gris, el amigo (o eso dicen) de Picasso, un encuentro fugaz que tuve con una joven española que por el acento y forma de hablar inferí de inmediato -sin equivocarme- que pertenecía a la comunidad emigrante, y en la que la preferencia entre uno y otro se leía por así decir ya de entrada en la frente, como así me lo confirmaría en las pocas frases que intercambiamos. Como si el Guernica de Picasso se irguiese de pronto en telón de fondo de la joven emigrante aquella y de sus ideas en materia de pintura y artes plásticas. Y entre ella y yo, por supuesto.

El ejemplo de Dalí es ilustrativo en extremo como sea de la carga iconoclasta de los recuperadores de la memoria de los vencidos del 36, celadores de una memoria de guerra civil que pasa forzosamente por la supresión -léase eliminación física- de la memoria del otro bando. Detalle todo menos anodino si se piensa en el toque iconoclasta innegable e inconfudible de Picasso y de su obra. Algo que brilla en cambio por su ausencia en el pintor de Cadaqués. Al que no se le perdona sin duda su posicionamiento del lado de los nacionales durante la guerra civil ni tampoco el que diera la espalda -ad vitam aeternam- al que fue su amigo (íntimo) en sus tiempos universitarios, García Lorca.

Los escritores llenan un espacio importante también e el listado que no ocupa y no sólo los escritores falangistas -del cenáculo íntimo de José Antonio (que habrá sido bautizado de Corte Literaria) o no tan allegados- sino también otros, de un matiz más bien apolítico por más que arrastrasen espiodios de adhesión al régimen surgido del Primero de Abril, como el catalan José (o Josep) Pla. Lo que a fe mía que me sorprende un poco y es por la explotación innegable que habrá hecho el catalanismo político de su figura y de su obra.

En alguna de las entradas de este blog -recogidas en mi reciente libro sobre Cataluña- calificaba yo de bluf a Pla, y el ataque despiadada de que se ve blanco ahora su memoria me incita en cambio a recoger velas a toda prisa y a redimir en suma la figura de este catalan ilustre del que Umbral dentro de esa tónica crítica suya propia e intransferible de “la rosa y el látigo dijo tantas cosas interesantes y memorables.

Es cierto como sea que Pla tras la guerra mantuvo siempre una línea politica inalterable -partidario del régimen anterior, y en suma anti-separatista (ligado desde el final de la guerra al grupo Destino, léase a Dionisio uy a los amigos de Ridruejo en Cataluña)- que es lo que le vale hoy verse puesto en la picota por esa nueva iconoclasia a la vez política y literaria que desde hace un rato venimos padeciendo. Practicó el habla catalana pero su práctica en simultáneo del castellano -oral o por escrito- le redime, ya digo. Y sobre todo su estampa, la que nos dejo de él Umbral, para la posteridad. Entre persas y griegos. Que me perdone Josep Pla.

Otra figura llamada fatalmente a levantar polémica de las que figuran en el listado es la de (Don) Santiago Bernabeu. El propio Alfredo Di Stefano -del que me extrañaría no se haya visto ya perpetuado el recuerdo en el callejero madrileño- asociado en vida tan estrechamente a aquel, escapa difícilmente al dicterio de franquista conforme a las coordenadas y baremos esgrimidos por los nuevos inquisidores.

Cuarenta años de posguerra española en suma -mayormente de paz y concordia y entendimiento entre españoles surcados (fugazmente) de episodios de guerra asimétrica -de la guerra civil interminable- pasan a mejor vida en ese listado de la infamia (democrática), como algunos no habrán dejado de subrayarlo.

Entre ellos los de la infancia y la adolescencia y primera juventud del que esto escribe, y de tantos otros de mi generación que no dejarán de darse por aludidos. Una ley de imposible aplicación ya digo

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