Bruselas tiene una vida nocturna en miniatura comparada con Madrid o cualquiera de las otras ciudades españolas. Y esa vida de noche se ve mucho más comprimida e introvertida aquí -por razones de idiosincrasia cultural o o del orden meteorológico aunque sólo sea (habída cuenta de su clima marítimo y predominantemente lluvioso)- que en España, de forma que algunos de esos locales de vida nocturna,–concentrados en ciertos barrios y no en la generalidad de la geografía urbana de la capital de UEE- del género bar o café son mini/universos que jalonan puntualmente la vida de los que los frecuentan. Y de uno de esos micro cosmos me acabo de ver fuera ahora, tras largos años de cliente asiduo (donde escribí muchos de mis poemas) Por voluntad propia. Sintiéndome más libre que nunca. En el plano ideológico también por supuesto. Porque lo mismo que los espacios culturales, los espacios nocturnos del mundo occidental se ven a menudo infestados desde el final de la Segunda Guerra Mundial por unos ambientes de izquierda o extrema izquierda que no perdieron su radioactividad o no del todo con el paso del tiempo. Más libre, sí, y también más español en Bélgica de lo que me lo había sentido hasta ahora. Como si se me hubiese caído una venda de los ojos, y me hubiese sacudido mil complejos de encimaContaba dedicar la entrada de hoy –mi palabra- a la decapitación (política) del conseller felón de la Generalitat por los anti-sistema (de extrema izquierda) de la CUP –oriundos (de otras regiones españolas) la mayor parte de ellos. Quédese para mañana, o para otro día.
Porque de Cataluña a Flandes, la distancia no es tan grande, y me refiero más que a la geografía, al tiempo histórico que no coincide o no siempre con el tiempo cronológico. Cuatro cientos años desde que llegaron a un fin los países bajos católicos –“les Pays Bas Espagnols”- que al autor de estas líneas en los largos años (ya casi treinta) que lleva residiendo en Bélgica le habrán parecido a veces no más de cuatro minutos tan siquiera.
Como me habrá ocurrido en las últimas horas a raíz del desenlace de un incidente –incruento (sin muertos ni heridos, nota bene)- en el que me habré visto envuelto y que me habrá enseñado en unas horas –de un día para el otro- más en ciertos aspectos que en los treinta años que aquí lleve residiendo en Bélgica. Lo que me habrá movido a dedicar a tema belga estas líneas, por supuesto. Bélgica española. ¡Basta ya de complejos! Y hablo por mí en primera fila, de todo esa nube de inhibiciones que habré arrastrado –de forma subliminal más que otra cosa- los años que llevo aquí residiendo. ¡Porque no me digan!
Los oriundos de la CUP pueden permitirse un viaje por el túnel del tiempo nada menos que de siete siglos y medio en su deriva secesionista festejando la Diada balear que recuerda la Reconquista del archipiélago por el rey de Aragón, Jaime I el Conquistador, como lo habremos pedido leer ayer en los medios. ¿Por qué otros pues, en una singladura diametralmente opuesta –reunionista, si hay que bautizarla de alguna forma- no podemos reivindicar el pasado español de estas tierras (belgas)? No lo hice hasta ahora, es cierto. Mea culpa, mea culpa, mea máxima culpa.
Filip De Winter es un dirigente emblemático de la formación belga flamenca de extrema derecha (para entendernos), Vlaams Belang (antiguo Vlaams Blok) que habrá seguido una carrera política del mayor realce, grosso modo durante el periodo –de treinta años- que llevo yo residiendo en Bélgica. En el pasado nos separó (ostensivamente) –como así se lo hice saber a él en público incluso- la agresión terrorista de la ETA, léase la postura o más bien la inhibición de ese partido belga flamenco –y de él mismo (me consta)- en ese tema. Como el reflejo fatal –así me lo parece hoy- de la imposibilidad moral en la que se encontraban muchos nacionalistas flamencos de posicionarse sin reservas en contra del terrorismo separatista en el País Vasco. Mayormente por razones –o pretextos- de orden histórico derivadas de la Segunda Guerra Mundial y de la guerra civil española. Hoy sin embargo, a la vista de las sucesivas amenazas graves -de muerte- y tentativas de atentado incluso de las que él se habrá visto objeto de un tiempo a esta parte (como un signo de los tiempos y de la situación por la que atraviesa Bélgica), provenientes del terrorismo islamista, no tengo empacho alguno en manifestarle desde aquí mi solidaridad sin falla. Como español residente en Bélgica. Y ligado por lazos de sangre a estas tierrasY si no lo hice, fue sin duda porque la revolución francesa y todas sus secuelas –como lo fue la creación del estado belga independiente tras la revolución anti-holandesa de 1830- y su desafío inaudito de querer poner un fin a la historia, de borrarla de un plumazo en nombre o por cuenta de la democracia y de los derechos humanos –tal y como parecía admitirlo un profesor, en la asignatura de critica de los textos bíblicos, de la universidad libre de Bruselas, demócrata (y socialista) fuera de toda sospecha- tenía algo, por lo radical y lo maximalista de terriblemente intimidante en el plano del intelecto me refiero.
Y me habrán sido preciso treinta años ya digo para acabar recogiendo el guante de ese desafío. España, la nación española –como creo haberlo dejado lo suficiente de manifiesto en mis recientes libros- arrastra un pasado de derrota no solo de sesenta años (desde la terminación de la Segunda Guerra Mundial) en el 45, sino de hace (casi) cuatro siglos, tras el desenlace (que nos fue adverso)- de la guerra de los Treinta Años, última fase –como así se puede enfocar- de la guerra de Flandes interminable que belgas y holandeses llaman de los Ochenta Años.
Hasta el Tratado de Utrecht (1713), la parte situada al sur de la frontera religiosa que marcaron las guerras de religión –léase la guerra de Flandes y la guerra de los Treinta Años- fue española sin falla, unidos e identificados con España y con el conjunto de los españoles en mismo proyecto de vida en común, en un mismo destino colectivo, sin distinción de “hecho diferencial” alguno. Y ese pasado sigue en ascuas por estas tierras como lo prueban e ilustran aunque solo sea las chispas o los chispazos de leyenda/negra (anti-española) que suelta aquí la convivencia en su día a día, entre belgas (valones y flamencos) tal y como lo habrá vivido y podido comprobar el autor de estas líneas.
Los nacionalistas catalanes de la CUP –y de otras formaciones próximas- reivindican, en el tipo de mensaje ideológico que es el suyo, a la Reconquista (sea ella sólo en su versión catalano-aragonesa) Lo mismo–léase, igual que catalanes valencianos y baleares- y por qué no, pueden hacerlo conjuntamente españoles y belgas, que participaron conjuntamente en aquella empresa histórica tal y como lo ilustra el llamado camino francés de Santiago que en algunas de sus diferentes sendas o rutas tenía su punto de partida por estas tierras de Flandes –por ejemplo en Bruselas-, algo de lo que ofrecen un vestigio o reminiscencia –por adulterado que se vea- en nuestros días, las festividades anuales de las comunidades gallegas en Bélgica.
Y ese pasado de Reconquista parece que resucite ahora de golpe con esa situación surrealista bajo ciertos aspectos-que venimos viviendo en Bélica desde los atentados de París del pasado mes de noviembre. La opinión pública del conjunto de los países europeos se despierta de pronto con una imagen de Bélgica completamente desconcertante a fuer de inédita e inesperada.
La capital de la Europa (UE) paralizada durante una semana con comercios cerrados, patrullas del ejército y de la policía –conjuntamente a veces - arma a punto, discurriendo por las calles más céntricas y frecuentadas o apostados en los cruces y en las esquinas, en plazas y delante de edificios y lugares públicos, como las puertas de los cementerios. Y cuando parecía que la situación volvía poco a poco a la normalidad, nos llegó el electrochoque de la suspensión de los fuegos de artífico de la San Silvestre en el centro de Bruselas que los que aquí residen saben lo que eso significa.
Un gesto del mayor impacto, muy fuerte, como me lo hacían observar agudas y perspicaces, dos jóvenes españolas con las que me dieron las doce de la noche en el tren el lado día 31, volviendo de Ostende. Y no sólo al nivel mas o menos presente y a la vez imperceptible de la amenaza imprecisa en el momento especial (especialísimo) que estamos viviendo en Bélgica sin duda más que en otros países europeos-, otros signos o indicios dan idea de la gravedad de la situación como el incendio (intencionado) la noche de fin de año del árbol de Navidad instalado delante del edificio consistorial de la "comuna” de Anderlecht, de fuerte presencia inmigrante magrebí (y también española, de antiguo)
O las amenazas inauditas y escandalosas que habrá sufrido por internet –nada anónimas con nombres y apellidos (de la mujer de un terrorista del EI)- un dirigente emblemático en extremo de una formación anti-inmigración de Bélgica flamenca –el Vlaams Belang (antiguo Vlaams Blok)- al que se trataba de perro (sic) y al que –en consonancia- se le prometía (sic) la misma muerte (horrible) del cineasta holandés Theo Van Gogh, muerto hace once años asesinado en la vía publica en Rotterdam en un degollamiento ritual a manos de un musulmán fanático, de la comunidad inmigrante marroquí en los Países Bajos.
Para un viaje así no necesitábamos alforjas, se estarán diciendo sin duda los tiempos que corren muchos belgas (valones y flamencos), acordándose por razón de fuerza mayor de su pasado común con los españoles, léase de los siglos de Reconquista. Que a fe mía que para acabar volviendo al enfrentamiento secular –con un Islam de conquista- no habrán hecho falta cuatro siglos de modernidad y dos siglos de estado belga independiente tampoco. Las cosas claras y el chocolate espeso
La matanza de Charlie Hebdo y lo que vino después no es, probablemente, el suceso más importante de los últimos años, pero probablemente sea el más simbólico de nuestros tiempos.
ResponderEliminarhttp://gaceta.es/noticias/charlie-hebdo-asesino-dios-04012016-2106
Para el semanario Charlie Hebdo, el asesino es Dios