viernes, noviembre 20, 2015

BERTÍN MI APLAUSO ¡BASTA DE COMPLEJOS!

Esa es la imagen más divulgada de José Antonio –esa y otras del mismo estilo (o parecido)- y la que muchos llevamos anclada hondo en la memoria. La imagen de un señorito andaluz, y a mucha honra. Y que se vería un tanto difuminada y empañada en el último (o penúltimo) José Antonio por culpa del obrerismo azul/mahón que creyó deber imprimir a su movimiento, pero sin llegar a borrarla del todo, ni mucho menos. Y a Bertín –que viene del mismo sitio (la Andalucía Baja, de Jerez) de donde venia el fundador de la Falange- le cierran la boca ahora algunos por lo mismo, por señorito, por señorito andaluz (para más inri) que por lo visto no tienen derecho a terapia ninguna –como es la de desahogarse (o “encabronarse”) en público- como sólo la tienen por lo que se ve los descendientes de los vencidos en una guerra de ricos contra pobres, léase del ejercito contra el pueblo. Y es porque los del bando de Bertín –en la religión judeocristiana (anti-católica) que resurgiría misteriosamente en el concilio vaticano segundo- cometieron el pecado “que no tiene nombre”, el crimen/imprescriptible, a saber el hacerle a la guerra a los pobres, léase al otro/cristo, nos dicen. Para un viaje así no necesitábamos alforjas –ni ornamentos-, Sancho querido
Veinte de noviembre (de madrugada) Cuarenta años de la muerte de Franco. La guerra no se ha re encendido todavía (del todo) –y toco madera- pero quedan aún veinticuatro horas antes de que se acabe la fecha fatídica o emblemática según se mire. Y todo puede ocurrir de cómo andan los ánimos de encendidos a tenor de de las llamaradas que habrá encendido esa entrevista a Bertín Osborne. Un señorito andaluz, con eso esá ya dicho todo (para algunos)

José Antonio lo era también no se olvide, y los falangistas de Sevilla de antes de la guerra –Sancho Dávila a la cabeza, primo del fundador también-, señoritos todos ellos, del Aeroclub- o amigos de los señoritos, como el diestro (taurino) Pepe el Algabeño. Y en toda la Baja Andalucía por el estilo. y en el resto de la región –en la provincia de Jaén por ejemplo- inexistentes o rozando las paredes –como los franceses dicen-, u obligados a esconderse o a desterrarse por la violencia social y callejera que hacían reinar las izquierdas (obreras y jornaleras)

A José Antonio –insisto porque me parece importante- le gustaba vestir bien, lo que es perfectamente legítimo, entonces como ahora, e incluso circulan de antiguo dichos suyos que confirman esa impresión, como cuando dijo aquello que a él que le gustaba vestir como lo que era, como un señor, y que si otros vestían como arrieros (sic) allá ellos (o algo así)

¿Se dejó al final arrastrar de un complejo de culpa cualquiera buscando imprimir un obrerismo de fachada a su organización, por el color (azul mahón) aunque solo fuera? Mi pregunta es legítima, porque hay que rendirse a la evidencia que el obrerismo como estilo persistió no poco en la posguerra en muchos azueles y triunfaría como tendencia en la llamada falange rebelde o de izquierdas o joseantoniana pura hacia el final de tardo/franquismo, tal y como yo la viví o la percibí, por el camino más corto que era el del de militar un tempo –tres años (cumplidos)- con ellos.

No les desprecié pero no me iba (mucho) su estilo –lo confieso- y busqué el mío propio, mi propio estilo (de vida) desde entonces, cuando les di la espalda -como grupo me refiero, no individualmente porque no rompí con ellos contacto nunca del todo-, y no creo que tantos años ya transcurridos me lo tengan o sigan teniendo en cuenta. Bertín es un señorito y como tal no puede tener más que opiniones (execrables) de un señorito, reza el comentario recurrente, un mensaje sí y otro también en algunas discusiones que viene incendiando las redes –si hay que creer a todo lo que nos hicieron creer en la red- sobre el tema en las últimas horas.

Y yo creo sin embargo que su reacción herida en el programa televisivo -de la Sexta ¿no?- es de buen augurio en la medida que anuncia un sacudirse complejos de ese estamento asocial al que no pertenezco ni pertenecían los míos. Señorito, no, pero sí amigo de señoritos, ya les estoy oyendo algunos. El que esté libre de pecado que tire la primera piedra. Aunque ya llevan tirándola muchos siempre en contra de los mismos desde el reinicio de la guerra interminable en Andalucía hace cuarenta años.

Entre ellos la iglesia andaluza que después del concilio y en tardo franquismo se agenció una nueva lista de buenos y malos, y entre estos último figuraban los señoritos/andaluces por supuesto, léase (para ellos) los descendientes de los desamortizadores –que no lo eran todos- que la iglesia oficial había perdonando hacía siglos –ya en el reinado de Isabel II- y que la iglesia progre venía a incriminar y a emplazar y poner de nuevo en la picota y a entregarlos a la vindicta publica -y al escrache- como me sucedió ser testigo de cerca en ciertos casos que tampoco eran señoritos, sino partidarios del régimen anterior, de nuevo para ganarse nuevos amigos y aliados.

El señoritismo andaluz, el señorito como grupo social más o menos identificado o identificable fue víctima de genocidio en la Andalucía en zona roja. Esa es la cruda verdad histórica. Y un vez libres de complejos judeocristianos hay que acabar proclamándolo por los tejados –como aconseja predicar la verdad la biblia (canónica) En Mancha Real, un oficial del ejército al que pilló el Alzamiento en la localidad fue arrastrado, enganchado el cadáver al para coches del automóvil del jefe de las milicias comunistas -paralitico de nacimiento- que lo paseó por la Calle Maestra arriba abajo, completamente borracho.

¿Fueron siete, fueron seis, los muertos de Bertín? Como fuera, fueron muchos, se me reconocerá. Y él también tiene derecho a una sesión de terapia –léase a desahogarse (o a encabronarse) en público- y no solo los que buscan o dicen que buscan a los suyos en las cuentas. Enterrar a los muertos –que me diga desenterrarlos primero, la séptima y última obra de misericordia –léase de compasión auténtica-, y raíz de todos los males y árbol de la discordia y me refiero a esta polémica envenenada que arrastramos desde hace ya más de diez año –exactamente desde los atentados del 11 de marzo- los españoles y que re encendería la ley funesta de la Memoria. ¿Acaso será al revés? la pregunta inocente? La pregunta del millón.

La obra más necesaria y más misericordiosa ¿no lo será precisamente el dejar que los muertos entierren a los muertos creo que lo dijo hasta el mismo Unamuno? No debería ese precepto verse erigido en el mandamiento nuero uno de un anti decálogo -tan transgresor como el de Nietzsche pero más actual y más preciso aún que el suyo- en aras de la paz social de la verdadera reconciliación entre españoles y de la condición sine qua non de esta última a saber la terminación (de una vez) de la guerra civil interminable, que por lo que se ve en los foro de discusión sobre el tema Bertín, arde en llamas más que nunca en sentido figurado, o a punto de re encenderse en un sentido literal y material de termino de un momento a otro.

Aunque tal vez para ese anti-decálogo nos quede todavía un trecho a los españoles, en el plano de las creencias y de las mentalidades. Porque si seguimos diciendo amen, a ese mantra que los pobres son el otro/cristo, está claro que tenemos para rato –in saecula saeculorum- con ese film de buenos y de malos léase, de la guerra de un ejército contra el pueblo, o en otros términos de los pobres contra los ricos que es lo que fue la guerra del 36 en la memoria que (invariablemente) arrastran los descendientes de los vencidos. Y lo fue un poco sí –una guerra a muerte de clases- en unas regiones más que en otras, y en Andalucía más que en ninguna otra.

Serian lo buenos, a fuer de pobres –y harapientos e incultos e irredentos (por tantos conceptos)- pero perdieron la guerra. Y como declaro Felipe González –que su nombre sea alabado- tendrían que haber ganado la guerra a Franco en vida y no querérsela ganar después de muerto. Paraula de deus, te alabamos señor. ¡Y vivir para ver fantasmas míos!

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