sábado, octubre 31, 2015

JAIME GIIL DE BIEDMA, MUERTO DEL SIDA

Jaime Gil Biedma (a la derecha en la foto) junto con José Manuel Caballero Bonald (a la izquierda) y el premio Adonais (1952), Claudio Rodríguez, tres nombres emblemáticos de la llamada generación de los cincuenta, catalanes o afincados en Cataluña en su mayoría, de los que el denominador común lo era no obstante el legado que arrastraban –por la vía de la herencia biológica o ideológica, o simplemente de prestado (como en el caso de Gil de Biedma)- de una memoria de vencidos (de la guerra civil del 36) Los catalanes de la generación de los cincuenta acabarían convertidos en “gauche divine” una década más tarde (al calor del mayo francés del 68) Puño en alto y catalanizados lingüísticamente todos ellos (faltaría) Memoria histórica obliga. Uno de los capítulos sin duda más decisivos de la guerra civil (del 36) interminable, la Guerra de los Ochenta y Tantos Años (como yo la llamo) Sin él no se explica nada en absoluto de lo que hoy está pasando en Cataluña
Jaime Gil de Biedma murió del Sida. Algo vox populi que me resistía a transcribir (por pudor) en este blog hasta que buceando en la red me doy cuenta que el rumor, que me diga lo sabido de todos se vería consignado por escrito, en la necrológica, por ejemplo, que le dedicó un diario tan afín a él (y a los suyos), el País, en el 96 en el momento de su muerte.

Jaime Gil de Biedma fue un poeta de la (llamada) generación de los cincuenta, a los que el escritor y poeta –en lengua catalana- José María de Sagarra, de una generación anterior (la que hizo la guerra, en el bando nacional en su caso, nota bene) acabaría bautizando casi veinte años mas tarde en la resaca del mayo francés del 68 –y de su versión española- gauche divine que traducido del francés quiere decir izquierda divina (o más bien divinizada)

Y no cabe mejor botón de muestra, se me antoja, de la contradicción (in terminis) que encierra esa imagen iconográfica de Gil de Biedma, de poeta/maldito –léase prohibido, censurado, condenado a la muerte/civil (o literaria) , puesto en cuarentena-, y la realidad de su trayectoria en vida y post mortem, de miembro por propio derecho de una nomenclatura, léase de la casta cultural que acabo segregando el régimen de Franco en la posguerra, tras el desenlace de la Segunda Guerra Mundial en el 45 y la rendición de aquel a los aliados (por mediación vaticana) que se seguiría.

La (llamada) generación de los cincuenta se vio compuesta en su mayoría de nombres catalanes, quiero decir de autores afincados en Cataluña y sin duda allí nacidos pero no forzosamente catalanes de estirpe todos ellos, y de un común denominador en cambio que era el legado que arrastraban todos ellos -y digo bien todos- de la memoria de los vencidos de la guerra civil, ya fuera por la vía de la herencia biológica o ideológica, o simplemente de prestado, como le ocurrió a Umbral por culpa de la experiencia traumática de su niñez sin escolarizar y la cohabitación forzosa en aquella tesitura tan dramática de su vida -tirado en la calle con once años todo el santo día(…)- con las minorías sociológicas (léase quinquis y gitanos)

Y se puede decir que ese préstamo de la memoria de los vencidos del 36 se daba también en Jaime Gil de Biedma y de una manera propia y arquetípica además, en la medida que se trataba de una familia de una posición social privilegiada y envidiable, originaria de la provincia de Ávila y afincada en Cataluña, en la Ciudad Condal a donde regresaron terminada la guerra, que vivieron en aquella capital castellana –el poeta, entonces un niño incluido-situada en zona nacional desde el principio al fin de la contienda.

Y de hecho, Gil de Biedma tuvo la honestidad intelectual de recoger ese detalle biográfico tan poco anodino en uno de los poemas de un producción (la suya propia) de la que no se puede decir –utilizando un eufemismo- que fuera excesivamente prolífica (cien poemas a lo sumo) , y que se vería transcrito en una edición en francés de una (breve) selección de poemas suyos que cayó ante mi vista hace ya algunos años en los contactos esporádicos que mantuve en Bruselas con una amistad de circunstancias, un belga aficionado a la poesía –a leer poesía más bien quiero decir- de ideas (muy) izquierdistas y que llevaba consigo una de las veces que nos cruzamos un ejemplar de aquella selección (en francés) de poemas de Gil de Biedma.

Y la verdad es que tras leerme de un tirón el librito aquél –unas treinta o cuarenta paginas apenas-, me quedé con hambre de poesía, de poesía autentica, no de poesía de denuncia, que se veía alternada en aquella breve selección con auténtica poesía lirica (por lo general poemas de corte memorístico de lo que recuerdo) Y me vino a la mente aquello de en el país de los ciegos el tuerto es rey, y que se no se me tome a arrogancia intelectual, ni a provocación ni atrevimiento.

Umbral, que empezó nota bene su carrera periodística de critico de poesía, no hablaba, no escribió nunca –algo que siempre me dejó un tanto perplejo al menos yo no creo habérselo leído en sus libros que me tengo leídos en su práctica totalidad (más de ciento cincuenta títulos)- de Jaime Gil de Biedma como si no existiera, no hablo de las columnas periodísticas de aquél (que fueron miles)

En sus galerías de autores por ejemplo –que son varias y de lo mas frondosas- no le menciona ni de pasada desde luego, y siempre me pregunté si tamaña anomalía no encerraba uno de esos secretos (de resentimiento) que el alma volcánica de Umbral era tan capaz de albergar como tanta muestra daría de ellos a lo largo de su obra y de su trayectoria.

Al fin y al cabo Jaime Gil de Biedma era un niño bien de Barcelona, hijo de papá, y además papá  era el director de una gran compañía tabaquera (multinacional) –donde su hijito acabaría enchufado (de alto cargo)- y eso podía ya de entrada bastarse y sobrarse para indisponerle humanamente (sin remedio) con un Umbral que tanto cultivó su imagen de paria o maldito, como lo subrayaba con acierto Ana Caballé en la biografía que le dedicaría.

Y estaba escrito en el espíritu de la época, en la lógica de la evolución del régimen de Franco que aquí ya tengo repetidamente descrito y explicado, que el hijo de papa de una familia oveja negra (de fachas) en una generación literaria de hijos de los vencidos y damnificados de la guerra civil –como los Goytisolo, como Juan Benet, como el propio Barral, como Juan Marsé-, acabara rojo como los otros. Me quedé con hambre de poesía (auténtica) leyendo a Gil de Biedma, ya digo.

Y a fe mía que no me parece simple impresión mía, leyendo ahora con ocasión de la edición de cuadernos suyos inéditos, la alusión a la sequía literaria (sic) -la suya propia- que él mismo se permite en uno de la cuadernos ahora publicados, corroborada por el hecho de que dejó  practicamente de escribir ya en la década de los setenta (veintitantos años antes de su muerte)

Una generación de derrotados, de fracasados la de nuestros hermanos mayores –o de nuestro tíos más jóvenes- que nos faltaron (o que nos fallaron), que se vieron condenado a la esterilidad por culpa mayormente de las malas compañías, me explico, las influencias letales, como esterilizantes, de la corriente central e inalienable (sic) de poesía española contemporánea (todos ellos ubicados o ubicables en el bando de los vencidos de la guerra civil stricto sensu)  por emplear la expresión (sintomática) que utilizan los autores de la obra “La Corte literaria de José Antonio”, los miembros de la cual se verían expulsados en cambio o apestados todos ellos –salvo tal vez Ridruejo- de la corriente aquella, léase del número de los elegidos en la poesía (pobre y escasa) que iba a producir la España de la posguerra (tras el 45)

Generación de los cincuenta, bautizada “gauche divine” una década más tarde, rojos y lingüísticamente catalanizados (ya) todos ellos. Un capítulo crucial en la historia de la guerra civil (del 36) interminable, sobre todo en Cataluña

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