Nos duele España, sí ¿Y qué? Y cómo nos duelen -¡dios!- estas líneas en vísperas de unas elecciones de infarto mañana domingo en Cataluña. Y como escuecen –¡redios!- esos comentarios frívolos y torpes e irresponsables de la prensa extrajera y sus análisis a años luz de la situación sobre el terreno y tal y como la vienen viendo y sufriendo en lo más intimo una inmensa mayoría de españoles.
De la prensa belga por ejemplo, de su diario católico y monárquico -¡ay dolor!- La Libre Belgique, que nos viene vendiendo –con todos los níhil óbstat posibles e imaginables- un separatismo en casa ajena, o digamos que en España sobre todo, que no quieren en casa de ninguna manera, como lo vengo comprobando día a día todos los largos años que llevo aquí viviendo.
Y casi me dejo vencer por la tentación del abatimiento y de la melancolía, cuando unas bocanadas me invaden de pronto –¡maretazo dios!- de aire español, entrañable del Caribe caliente -el de la España de “entonces”- de esos dieciochescos boleros (castellanos) que resucitaron no hace mucho unos alonsos/quijanos de la música romántica joven en lengua española –que descubro (absorto) ahora en mi reciente visita madrileña- y que consiguen resucitar también en mi (¡de pronto!) tantas cosas tantos sentimientos que parecían en mí y en tantos otros muertos, en vísperas de esta jornada tan crucial y decisiva para España y para todos los españoles, tanto de dentro como de fuera de Cataluña.
¡Cataluña española por siempre aunque nos dejemos la vida (o lo que de ella aún nos queda) en el empeño! ¿Un puñado de votos pueden decidirlo todo por cuenta de la diosa democracia? ¡No me hagas reir trol, fantasma, un poco de respeto! A una aplastante mayoría que se ve reducida trágicamente al silencio, por culpa de unos pocos, de hábitos eclesiástico (de quita y pon) algunos de ellos (¿los que más pueden?)
A José María Aznar y a su partido –no precisamente santos de mi devoción, mi palabra- les faltaron (trágicamente) unos puñados de votos –que les robaron (arteramente) en los púlpitos y en los confesonarios por cuenta de San Wojtyla y de sus escrúpulos de conciencia- y fueron a parar in extremis tras los atentados del 11 de marzo al partido de la guerra civil interminable.
Y juro por lo más santo que querría equivocarme esta vez pero mucho me temo que ese mismo puñado de votos les basten (de un pelo) mañana a esa banda de agitadores y traidores que están llevando adelante la intentona secesionista las hora que corren. ¡Iglesia traidora! Y lo digo alto y fuerte por mi cuenta y riesgo mas fuerte y más alto que nunca. ¡Más alto y fuerte que en Fátima incluso!
Mientras el papa argentino luce su estrellato -y el palmito- en los medios de la prensa global aprovechando su viaje a la meca de la democracia mundial (marca USA), a años luz de la tragedia que estamos a punto de vivir los españoles, sus ministros y siervos y peones (legos) se están bailando –boca contra boca- una sardana siniestra con los traidores a España en Cataluña.
Como siempre hicieron, como en los tiempos de la Restauración, de la Segunda República –tal y como lo denunció Rafael Sánchez Mazas-, y en tiempos del régimen anterior a partir del 45, y sobre todo desde principios de la década de ls sesenta cuando Cataluña se convirtió en un proconsulado del Vaticano en la Peninsula.
El Cardenal Cañizares –me objetará aquí alguna voz piadosa- ha levantado la voz (desde Valencia) por la unidad de España, Muy bien, un aplauso, pero el silencio y el mutismo atronadores del resto de sus hermanos (catalanes o catalano/parlantes) en la fe y en el episcopado pesa infinitamente más en la balanza, en la de la diplomacia vaticana y sobre todo en la balanza electoral de cara a las elecciones de mañana. Y esos son precisamente los votos que puede que echemos trágicamente en falta mañana domingo por la noche los españoles.
Arrancarnos de raíz ese poso judeo cristiano que arrastramos de la noche de los siglos anntes de que sea demasiado tarde, purificar de raíz ese pasado -que fue precioso (como canta el poeta joven) pero que nos miente- sacudiéndonos de paso la hipoteca que pende sobre nuestro futuro individual como colectivo: el reto de a vida o muerte que se nos presenta en las horas de un patetismo tan extremo que estamos viviendo a los españoles. ¿Católicos los judeo cristianos? ¡A otro perro con ese hueso!
Católicos y catolicismo son palabras mayores, antiguas sobre todo, que irguieron (los primeros) de bandera los arrianos –o arrianos o ario/arianos- en la España visigoda. Católico quiere decir universal, nos enseñaron desde niños ¿Y qué le queda de universal a esa España decadente presa (indefensa) de un proceso de desmembración y de desintegración y de recaída en los particularismos (locales y regionales) más estrechos y mas abyectos?
Si los judeo cristianos –vistan camisa azul, de paisano, de boina roja o de chaqueta y corbata o como sea- quieren seguir hipotecándose el futuro por cuenta de ese pasado de cuento, maravilloso –y no menos embustero (el que nos fueron mistificando y falsificando, con todos los níhil óbstat a costa nuestra y por cuenta de terceros)- que se lo hipotequen ellos, pero que no cuenten con nosotros.
¡Antes muerta la Cataluña española! ¡Y vivirá ¡Y viviremos! ¡O vivirán los que pasen por encima de nuestros cuerpos!
ADDENDA De la Cigoña –heraldo periodístico (digital) de judeo cristianismo ante/el/altísimo- se presta en su blog de la blogosfera oficial u oficiosa vaticana a unas acrobacias dignas de mejor causa en estas vísperas electorales tan tensas que estamos viviendo. Es el juego clerical de siempre que dejó de irritarme y apasionarme a la vez hace ya mucho, años y decenios, el de intentar hacernos tragar la píldora del acatamiento/debido a la jerarquía eclesiástica española y vaticana, sobre cuestiones de orden/temporal y a la vez en el fuero interno, donde mas duele por cierto, y que dejaría pasar una vez más si no fuera por lo que está en juego. Y asi, en las últimas entregas de su blog el vaticanólogo citado (versión española) arremete contra el obispo de Solsona –de la que fue longeva diócesis en el franquismo, del Tarancón de infausta memoria- a modo de coartada perfecta para así poderse permitir exonerar e incensar a la vez (una vez más) al cardenal de Barcelona, valedor –y protector- de aquel. Y es por una nota de lo más remilgada que éste último ha hecho publicar en la prensa distanciándose de opciones concretas (sic) ante las elecciones de mañana en lo que Cigoña quiere ver una alusión o una censura o un golpe de báculo incluso al obispo (descaradamente) separatista, del cardenal cripto nacionalista. De la Cigoña engaña a sabiendas a su lectores, porque sabe perfectamente como yo que la opción concreta (sic) a la que alude el cardenal catalanista no lo es el voto por tal o tal partido, por tal o tal lista sino la que se ventila a favor o en contra de la independencia, que es en lo que está realmente en juego en las elecciones de mañana y no otra cosa. Y no el que haya que votar a Podemos o a la lista de Mas y demás cómplices (que es lo que parece separar al cardenal citado y al obispo de Solsona) Y si lo peor llegase a consumarse –temporal o provisionalmente me refiero- toda esa casta de obispos y eclesiásticos y de turiferarios eclesiásticos o seglares que les siguen y rodean (asalariados o benévolos) tendrán que acabar pagándolo contante y sonante. ¿Mayor ambigüedad la del cardenal anti-español –léase nacionalista o cripto nacionalista- que las que se permitió el gobierno actual en materia de aborto con unas indefiniciones (cargado de motivos y razones, hay que reconocer) que le merecieron a De la Cigoña flechas y venablos rociados de cólera bíblica. Se les ve (una vez más) el plumero y tendrían que acabar pagando, ya digo. Porque si la lista independentista llega mañana en cabeza y triiunfa -que sería por la mínima como lo predicen algunos sondeos-, el culpable supremo llevará un nombre fuera de toda disputa desde luego. El del cardenal de Barcelona, enemigo declarado de la enseña nacional y confesor y amigo íntimo -vox populi- del felón (traidor) de la Generalitat. Y tras su nombre, el de todos los tartufos que de antiguo le inciensan (y le arrullan)
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