lunes, agosto 03, 2015

POTSDAM ESPAÑA Y LOS PROTOCOLOS SECRETOS

Hongo atómico sobre Hiroshima el 6 de agosto del 45, cuatro días después de la terminación de la conferencia de Potsdam donde se decidió el destino del mundo y también del régimen de Franco. El mismo Truman que ordenó los bombardeos nucleares ¿se contentó acaso con consideraciones de orden humanitario a la hora de otorgar al régimen español nacido de la victoria del Primero de Abril una moratoria -por draconianas que fueran sus condiciones- frente a Stalin y a sus designios de arrasamiento, como lo pretende el diario ABC en su edición de ayer, sin garantías de rendición por escrito cualesquiera de la parte del jefe del estado español de entonces? ¡A otro perro con ese hueso!
Se cumplió ayer, dos de agosto, el setenta aniversario de la terminación de la conferencia de Potsdam (en las afueras de Berlín) que dio inicio dos semanas antes en la fecha efemérides nada trivial del 18 de julio (del 45) y con ese motivo el diario ABC dedicaba un articulo al tema en el que enfocaba lo tratado sobre España en la cumbre aquella que con las dos anteriores de Yalta y (anteriormente) la de Teherán iban a decidir el destino del mundo en la posguerra. El tono un tanto beatifico del articulo recuerda el de otro más antiguo –también del diario ABC- del que me hizo eco en una entrada reciente sobre el encuentro de Bordighera –en la Riviera italiana (febrero del 42)- entre Franco y Mussolini.

La historia de la diplomacia secreta de la Segunda Guerra Mundial está sin duda aun por escribir como está pendiente de ello también la historia secreta del régimen de Franco, y cuando esa historia oculta vea la luz acabara fatalmente arrumbando al cuarto de los trastos viejos todas esas versiones hagiográficos piadosas y un tanto legendarias (que me diga folletinescas) que circulan en la historiografía en curso hace ya tanto, después de haberse visto hondamente ancladas en la memoria colectiva.

Y esa leyenda o vulgata en lo que se refiere a la conferencia de Potsdam tal y como la volvía a recoger ayer el diario ABC en su artículo conmemorativo era que tanto Churchill como Truman habrían parado los pies a Stalin en la cumbre aquella en relación con España con consideraciones de orden (exclusivamente) humanitarias, del genero de evitar una nueva guerra civil a los españoles, y de asegurar la paz en el continente europeo devastado por el conflicto que se acababa de terminar entonces, y que se había cobrado tantos millones de víctimas. ¡A otro perro con ese hueso!

Los enfoques de política/religiosa –en el sentido que dio Charles Maurras al término- que vengo esgrimiendo en estas entradas de un tiempo a esta parte, como lo habré hecho también en mi reciente libro “Guerra del 36 e Indignación Callejera”, permiten de poner seriamente en duda esa versión tan color de rosa y tan piadosa y edificante –d’Epinal le dicen los franceses – a cuenta de una conferencia internacional (una de las tres mas grandes) en la que se habría decidido el destino del mundo al final de la Segunda Guerra Mundial, y por ende el de los españoles y el del régimen que conocían entonces.

Aquí ya evoqué en una reciente entrada el protocolo secreto poco divulgado que Franco firmó –de motu proprio o más o menos obligado a hacerlo- en la conferencia de Hendaya con el Fuhrer. ¿No hubo nada de secreto de no divulgado en cambio en Yalta ni en Potsdam sobre España y los españoles?

En otros términos ¿acaso no contaron los aliados y en particular las dos potencia anglosajonas que concurrieron a aquella conferencia internacional con garantías –de rendición española- directamente o por mediación vaticana que les permitieron realmente parar los pies del líder soviético y no solo puras consideraciones de orden humanitario de poca pertinencia o relevancia (se me reconocerá) tratándose de un personaje como Stalin, verdaderoo vencedor del conflicto?

La hipótesis, al contrario, se puede avanzar tantos años ya transcurridos y a la vista de la evolución del régimen de Franco en la posguerra que lo mismo que Franco ofreció en secreto en Hendaya la adhesión de su régimen al pacto Tripartito y a la entrada –fijada al más corto plazo- en la guerra mundial del lado de Alemania, en Potsdam también se comprometió –indirectamente, con ayuda de mediadores, pero de forma no menos explícita y por es-cri-to (por la cuenta que le traía)- al desmantelamiento de su régimen conforme a un calendario y a una hoja de ruta que serian a todas luces fijados por las potencias aliadas participantes en la conferencia. Y del signo de chantaje y de imposición y de rendición en resumidas cuentas de todo aquel proceso que dio inicio precisamente entonces, da cuenta también el bloqueo internacional que sin duda se urdió entre Yalta y Potsdam aunque el articulo de ABC no diga del tema ni pío.

En Potsdam al final ya no estaba Churchill que había perdido las elecciones unos días antes, a manos del laborista Attlee partidario de la intervención a favor de los rojos durante nuestra guerra civil. Cabe deducir pues que caso de debatirse (de nuevo) en Potsdam –como lo afirma el ABC- de la suerte de España y de los españoles en ausencia de Churchill, la voz cantante frente a Stalin la llevaría de toda evidencia Truman (Harry Salomón) y a fe mía que en alguien que iba a ordenar cuatro días más tarde apenas el lanzamiento de la bomba atómica sobre Hiroshima y Nagasaki, consideraciones estrictamente de orden humanitario al contrario de lo que da entender el diario ABC –que todos conocemos y sabemos de dónde vienen y donde estuvieron en su momento(…)- no deben ser tenidas por decisivas o determinantes en modo alguno.

A todas luces Truman sólo se avino a renunciar a darle la puntilla (militar, o atómica) al régimen de Franco al precio de condenarle a una muerte lenta (sic) como así lo reconoció Harry (Salomón) Kissinger en sus memorias, lo que vendría a traducirse en una auto demolición por dentro como la que emprendieron mutatis mutandis el concilio y sus pontífices de la iglesia católica, léase por una auto demolición pactada por escrito –en latín o en español o en inglés o en esperanto o en la lengua que fuera-, y esa es sin duda una de las certezas apodícticas de la historia contemporánea que no exigen propiamente hablando de pruebas concretas tangibles.

El protocolo de acuerdo (discreto que no propiamente secreto) que la iglesia polaca –sin duda con la firma den futuro primado Wyszinski- concluyó con el régimen comunista estaliniano el 14 de abril del 50 (una efemérides nada trivial para españoles como no lo era la del 18 de julio fecha del inicio de la conferencia de Potsdam) permaneció prácticamente sin divulgar, como lo ilustra el que el presidente y fundador de la TFP (brasileña), el profesor Plinio, en el (corto) ensayo -"La libertad de la Iglesia en el estado comunista"- que dedicó durante el concilio al tema, léase al compromiso histórico entre la iglesia católica y el comunismo en Polonia –de cara a las tentativas de renovar en las aulas conciliares la condena pontifica del comunismo que se verían saboteadas (y abortadas) por la intervención decisiva de los obispos polacos presentes en el concilio (en particular el entonces arzobispo de Cracovia, Karol Wojtyla-, se abstuviese rigurosamente de mencionar por implícitamente que fuera aquel documento esencial sin el cual no se entiende nada o muy poco de la evolución de la iglesia y de la diplomacia vaticana en la posguerra europea y en particular a partir del concilio vaticano II y de su desenlace.

Y sin embargo, ediciones de l’Osservatore Romano de las mismas fechas daban cuenta fehaciente de aquella efemérides y de aquel acuerdo, como tuvo ocasión de comprobarlo el autor de estas líneas, en un viaje que hice a Roma y la Ciudad del Vaticano (diciembre del 81) unos meses antes apenas de mi gesto de Fátima. Sin duda para consumo interno de la gente (gens) eclesiástica y a condición que no transcendiera las opiniones públicas de los países católicos.

El protocolo o las cláusulas secretas o las notas informales –con firma- tal vez no acaben descubriéndose nunca y el pretender lo contrario se revele asía a primera vista tan utópico o novelesco como la tarea de descifrar el código Da Vinci o el Libro de la Rosa o el testamento del Gran Maestre de los Templarios. Historia de un pasado muerto convertido fatalmente en literatura y en historia ficción.

El problema no obstante en el caso que nos ocupa es que ese pasado no está muerto en modo alguno, ni la guerra civil española siempre en ascuas como ya lo tengo expuesto y explicado en estas entradas –y en m reciente libro- ni tampoco la segunda guerra mundial en la medida que esta fue una continuación de aquella, y que mientras que la guerra civil española no se vea dada oficialmente por finalizada –a escala de las más altas instancias dirigentes de las grandes potencias que presiden los destinos del planea- tampoco se puede decir que la historia de la segunda guerra mundial se vea convertida en historia apenas (y por ende en literatura)

En otros términos, la revisión de la historia de la guerra oficial que me diga de la versión revisionista que acabó imponiéndose en la historiografía española en vigor –poniéndose así al diapasón de la historiografía extranjera en la materia-, y a la que tanto habrán contribuido algunos autores marcados –en ciertos medios y en los ámbitos universitarios ya académicos- con el estigma de lo políticamente incorrecto como es el caso de Pío Moa lleva fatalmente implícita una revisión de la historia de la Segunda Guerra Mundial y de su desenlace y en particular de las grandes conferencias internacionales que la llevaron (oficialmente) a término.

Y a fe mía que esa revisión que se impone no la vemos aún emprendida por nadie, en ninguna parte. Y sin embargo sólo ella acabará aportando la prueba fehaciente de la rendición (pactada) del régimen de Franco a los aliados y de la muerte lenta por agonía –léase del desmantelamiento (por etapas) que se seguiría- del régimen surgido de la victoria del Primero de Abril. Y a fe mía que me gustaría saber lo que Pio Moa piensa del tema

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