jueves, agosto 13, 2015

ACAMPADA DE CIBELES EL RAYO QUE NO CESA

Antonio Gramsci, se diga lo que se quiera, fue un heterodoxo dentro del pensamiento marxista, lo que explica su enigmática actualidad y el interés y la fascinación incluso que habrá siempre ejercido en sectores muy alejados del cuadrante ideológico en el que se vería situado post mortem. Y así habrá sido sobre todo por sus ideas en materia de cultura, de poder y de hegemonía cultural por ejemplo –extraídas en gran parte de autores tan malditos como Darwin o Georges Sorel- que los de Podemos (Íñigo Errejón por ejemplo)- esgrimen bastante impúdicamente, y es en la medida que de los postulados de aquel se puede perfectamente sacar conclusiones contrarias al estado de bienestar, a la economía subsidiada, a la discriminación positiva -léase a la (descarada) protección estatal preferencial y discriminatoria a favor de los pobres/y/desheredados (léase sobre todo inmigrantes de otras culturas)- y radicalmente contrarias también a la hegemonía cultural del ideal o de la idea democrática en el mundo de hoy y en general a todo lo que vienen queriéndonos vender –en los medios y por todas partes- Podemos y el conjunto del movimiento indignado
El rayo que no cesa. Me refiero –todos lo han adivinado- a la indignación callejera. Fracasaron en Sol y en la Plaza de Cataluña y en muchas otras plazas y rincones de España, pero la izquierda española (de donde procedían sus principales mentores y patrocinadores) se diría que acabó sintiéndose en el ineludible compromiso moral (un decir) de cargar ellos mismos con ese fracaso a cuestas. Esa es la glosa que a mi juicio se merece esa nueva tentativa de acampada callejera que (a la chita callando) dura ya varias semanas en la escalinata de la Cibeles, sede del Ayuntamiento al abrigo del paraguas –contra el sol- que les brinda la jueza Carmena, nueva alcaldesa, y con ella, mandos policiales -como Andrés Serrano, el policía “republicano”- directamente a su servicio.

La Cibeles –la acampada allí me refiero- simboliza un poco también el fracaso de su intentona, quisieron acampar en Sol y al final acabaron haciéndolo sin duda en el único sitio donde podían hacerlo de todo el conjunto de la geografía urbana madrileña. No nos representan. No nos representan a los madrileños, ni siquiera a ese Madrid Sur que tanto reivindican, ni siquiera a ese distrito Centro, que tienen convertido –me refiero a indignados okupas inmigrantes conflictivos (musulmanes en su mayoría) yayo flauta y gais insurrectos (que los hay pacíficos y de orden) y en general indignados de toda laya- tras las últimas elecciones municipales en un bastión de la izquierda anti-sistema.

Era de esperar (y de temer) ese nuevo acceso de fiebre okupa –de viviendas de particulares como del espacio público- tras la accesión al sillón consistorial de la candidatura de todos los fracasos, como lo simboliza la nueva alcaldesa (septuagenaria) a su estilo, a su manera. Ahora le pide al Vaticano que expliquen al pueblo fiel esa necesidad irreprimible en algunos (dice) de irse de p… (como lo leen) Entre eso y lo de las almejas de las protestatarias feministas amigas y compañeras suyas consiguen que el personal (como diría Umbral) se ría con gusto y se olvide un poco de los disparates que se vienen impulsando y multiplicando desde la alcaldía.

Libertad de expresión y de manifestación, sí pero dentro de orden, una fórmula que cayó en el desprestigio más absoluto en mis tiempos universitarios –años del tardo franquismo- y a la que sin embargo no le faltan cartas de nobleza en el terreno del pensamiento abstracto me refiero, aunque sólo sea. De aquella otra análoga –de la que tal vez procede- de "prefiero la injusticia al desorden" ya hablé y diserté en alguna ocasión en este blog. Y la fuerza de convicción y la perennidad de ese aforismo (que se atribuye a Goethe) se lo da sin duda -como lo puse de relieve en esas entradas (tras haberlo descubierto no hacía mucho)- el tratarse, en el contexto histórico en el que se vio pronunciada, de una injusticia y de un desorden de signo radicalmente opuesto a lo que comúnmente se cree, o a la interpretación casi unánime que esas palabras siempre recibieron.

El orden (injusto) en la frase de Goethe no lo era el Antiguo Régimen sino el de la Revolución en su fase napoleónica –en el cénit de poder del "Robespierre a caballo" como se denominó a Napoleón- y la injusticia era precisamente, no la de la casta/aristocrática, sino la que infligía ese orden revolucionario y contra la que se insurgía la revolución conservadora (de espíritu romántico) triunfante en toda Europa tras la batalla de Waterloo y la instauración de la Santa Alianza en el Congreso de Viena. Y no es aventurado ni se puede tachar de original –la peor afrenta en los ámbitos universitarios- el formular un lazo de filiación entre el derrumbe del orden napoleónico que tuvo no poco de revolucionario (de signo conservador) y la revolución europea del 48 –del siglo antepasado- en los países germánicos, como lo subraya con agudeza –hay que reconocerlo- la obra Mi Lucha (Mein Kampf) de Adolfo Hitler.

Esa era la glosa que en la interpretación más común habría merecido a Goethe –un ilustrado alemán que acabó al servicio de los nobles y de los príncipes tras el vendaval revolucionario- una escena de linchamiento de la que fue testigo y de las que se produjeron tras el derrumbe del orden revolucionario napoleónico en su tierra natal de Weimar. Y esa es la moraleja que se desprende también de la supervivencia del régimen de Franco, lo que los indignados motejan de régimen del 78, en realidad el régimen surgido de la victoria del primero de abril del 39 al cabo de sus sucesivas metamorfosis frente a las sucesivas embestidas a las que debió hacer frente entre ellas la del mayo español del 68.

Y ese es también el desafío que nos plantea a europeos occidentales la Rusia post-soviética de Vladimir Putin que representa nolens volens un principio de orden en el mundo global en pleno advenimiento al que asistimos en fase de convulsión al calor de la crisis financiera dese hace ya casi una década, y de la expansión planetaria de la democracia USA en fase de hegemonía imperial o imperialista desde el final de la guerra fría tras la caída del Muro. La ex Unión Soviética perdió la guerra fría, y con ella la hegemonía cultural que había sido la suya en el mundo surgido de la derrota de los nazi fascismos. Fórmulas o nociones como la de políticamente correcto, pensamiento único o simplemente cultura democrática o valores democráticos vendrían a traducir juisto a seguir una realidad omnipresente en el universo de las ideas contemporáneas, a saber, la de la democracia universal travestida en ideología hegemónica en el mundo que vivimos.

Y eso es lo que da su fuerza de agarre y su capacidad de penetración en los medios y lo que hace peligrosamente imprevisible a la indignación callejera, y no una pretendía adhesión más o menos masiva de determinados sectores sociales o demográficos o una penetración por significativa que sea en el cuerpo social frente a otras corrientes que se disputan con ellos la opinión pública. Y eso es lo que explica también que los poderes hegemónicos sigan apostando por ellos, como lo ilustra esa acampada bajo alta protección política (y policial incluso) en las escalinatas de la sede del ayuntamiento madrileño, tras el estruendoso fracaso del 15-M y de la sucesión de protestas y algaradas que protagonizaron –en cuarto menguante- desde hace cuatro años.

Y explica el que la tutela de la izquierda convencional sobre el movimiento indignado haya crecido proporcionalmente a su pérdida de apoyo entre la población como lo ilustra también a las mil maravillas la clara evolución que registraron desde la eclosión de la indignación callejera en lo referente a la prioridad o a la escala de preferencias de sus reivindicaciones principales, que eran, cuando hizo eclosión el 15-M, (preferentemente) del orden general o universal de lucha contra la corrupción y por la democracia real y por la transformación radical del sistema político, a través de un proceso constituyente etcétera, etcétera y ahora se ven acantonadas en cambio en reivindicaciones de política concreta en un ámbito estrictamente nacional –de política española- restringido, donde el contenido o la carga ideológica registran un notable descenso, como ocurre con su campaña en curso –en la acampada de la Cibeles- en contra de la ley de Seguridad Ciudadana.

¿Un análisis de prestado el mío como podrán reprochármelo aquí algunos, en alusión a la figura –compleja y controvertida- del (neo) marxista italiano Antonio Gramsci o a las obras de Darwin y de Spencer –o en la del francés Sorel- en las que al decir de muchos aquél se habría inspirados? Que se piense lo que se quiera, no es óbice que el fracaso del movimiento indignado pone de manifiesto por paradójico que parezca el fracaso del estado de bienestar social –léase de la economía subsidiada y algunos de sus corolarios principales como el de la hegemonía sindical (de izquierdas) en el ámbito laboral de cara a los efectos de largo alcance de la crisis financiera que sigue sacudiendo ocho años después de su estallido al conjunto del planeta.

La discriminación positiva (sic) a favor de los más desfavorecidos, de los pobres (sic) y los desheredados y la caridad institucionalizada -y dscriminatoria- en detrimento de una autentica justicia distributiva, eso es lo que el fenómeno de la indignación callejera y su fracaso clamoroso pone clara y flagrantemente en entredicho. Por eso sus portavoces y propagandistas principales acaban sintiendo necesidad de la protección y de la tutela, ellos también, de los poderes públicos, a escala nacional como a nivel de los grandes poderes mundiales que les incubaron, y manipulan y promocionan

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