Momento fatídico –el 8 de mayo de 19445, tras la caída de Berlín y la firma del armisticio por el almirante Doenitz- cuando Leclercq, jefe de la División que llevaba su nombre –y que incluía una compañía, la Nueve, integrada (en todo o en parte) por rojos republicanos españoles- lleva a la muerte (al paredón) a un grupo de jóvenes franceses voluntarios de la 33 Panzer División SS-Carlomagno, hechos prisioneros por los aliados en las inmediaciones de la capital alemana, en una reacción fulminante a la réplica de uno de ellos, tras verse afeados por el general gaullista el vestir un uniforme extranjero, él que vestía en aquellos precisos momentos uniforme del ejército norteamericano. Un caso que se vio denunciado hace ya mucho en medios del Frente Nacional (primera época) Y como españoles, no podemos menos de sentirnos (mucho) más cercanos -como si fueran nuestros propios compatriotas- de aquellos infortunados jóvenes franceses que de aquellos otros, republicano/españoles, renegados por tantos conceptos -que querían reencender la guerra civil seis años después-, a los que ahora se quiere rendir culto iconográfico en el Congreso de Diputados. Piense lo que piense Marine Le Pen (y su nuevo equipo des-diabolizador) Y piense lo que piense también González Pons (portavoz del PP) sobre el temaNuevo coletazo de la ley de la Memoria que algunos acusan de tener aparcada al gobierno actual. Aparcada dicen. Que nos expliquen lo que quieren decir con ese eufemismo que no viene más que a ocultar o cubrir de un tupido velo la cruda realidad, a saber que el gobierno actual no se atreve ni se les ha pasado (se diría) por la imaginación dar el menor paso por tímido que sea con vistas a la abrogación de aquella por razón de su carácter guerra civilista –léase fautora de guerra civil, de enfrentamiento entre españoles-, ni de denunciarla o de tildarla de lo que es en realidad el mismo episodio de una guerra civil interminable –entre españoles- que todavía dura.
La guerra de los ochenta años como la llamo en un libro que acabo de publicar -"Guerra del 36 e Indignación Callejera"- y que presento mañana miércoles en una librería del barrio de Arguelles (zona Princesa-Moncloa-Cea Bermúdez) En una de las ediciones de la feria del libro de Bruselas –primavera del 2007- conocí personalmente a alguien que tendría su sitio más que merecido en el debate que se anuncia para mañana en el pleno de diputados, por cuenta del proyecto de ley que acaba de ser aprobada en comisión de la cámara bajo propuesta del PSOE, de reconocimiento publico con todos los honores y condecoraciones (y pensiones suculentas me figuro también para sus descendientes)- a presos españoles (republicanos por propia definición) de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial.
Y me estoy refiriendo al escritor oriundo de expresión francesa –miembro de la Real Academia Belga de la Lengua (un respeto)- Michel del Castillo que cuenta en alguno de sus libros sus peripecias en centros de detención y campos de concentración alemanes a donde le arrastró su propia madre que contra la opinión generalizada de los demás miembros de su familia se lo llevó con ella al exilio –a Francia- tras el final de la guerra civil durante la cual tuvo un destacado protagonismo de locutora de una emisora comunista, “Radio Madrid”, después de haberse visto presa por proceder de una familia de derechas, tras estallar la guerra.
Le dieron por lo que se ve la vuelta los nuevos amos en zona roja hasta el punto que como lo cuenta su mismo hijo en sus novelas de corte autobiográfico, cometió actos graves (e imperdonables) de delación que llevaron y asesinato de miembros (falangistas) de la Quinta Columna madrileña y al desmantelamiento de sus grupos-, entre los cuales, alguien que se está en el derecho de pretender –a tenor de lo que el propio interesado habrá vertido sobre él por escrito en sus novelas- que fue el padre biológico del autor.
Al terminar la guerra, esa madre (conversa) republicana cogió a su hijo de corta edad y ni corta ni perezosa se lo llevó al exilio con ella de mascota y de escudo protector a la vez, que no se lo perdonaría nunca del todo por lo que da (sobradamente) a entender en su novelas, ninguna de ellas traducida al español, cosa curiosa, hasta la fecha. Y este nuevo resurgimiento de la problemática de la ley de la Memoria viene ahora como anillo al dedo en plena campaña electoral y en pleno debate en torno al partido de Podemos que viene reivindicando en la práctica –en cuanto que la ocasión se presenta- la enseña tricolor republicana. En una operación de altos vuelos con vistas sin duda a dividir (aún más) el partido en el gobierno (el PP) tan dividido de antiguo en esos temas, aunque en la práctica a la hora de bajarse los pantalones (con perdón) –ante la izquierda des legitimante y deslegitimadora- en esos temas de historia y de memoria relacionados con la guerra civil, se noten poco sus divisiones.
Y la propuesta de ahora tan desafiante y provocadora trae a la mente de algunos entre los que me encuentro la polémica que se originó hace años por cuenta de esa enseña tricolor republicana en la que el portavoz del PP, González Pons dio la nota defendiendo aquella por cuenta de los españoles (republicano) que liberaron (sic) Paris, incorporados en una unidad (la Nueve) de la división mandada por Leclercq, que se ven hoy favorecidos de todo los honores –la legión de honor incluso- en el país vecino. El portavoz del PP declaró solemnemente entonces que aquella enseña se veía rehabilitada antes sus ojos por la actuación de aquellos españoles (republicanos) –o republicano/españoles (más lo primero que lo segundo)- que lucharon contra la tiranía/nazi, en otros términos, que estuvieron del lado de los buenos (léase de los vencedores) al final de la Segunda Guerra Mundial en el 45.
Y la misma miopía destapó el referido político “popular” al producirse la eclosión el movimiento indignado y de 15-M con unas declaraciones torpes e inoportunas en extremo en las que venía a decir que unos y otros –populares e indignados- luchaban por lo mismo. Que santa/lucía le conserve la vista. Pero nada trivial ni anecdótica tales puntos de vista en temas aparentemente inconexos, si se tiene en cuenta la carga de memoria histórica -de los vencidos del 36- que arrastraba desde sus inicios el movimiento indignado y si se tiene en cuenta además la carga ideológica antifascista que vendrán sumir apropiándose del célebre manifiesto “¡Indignaos!” en el que su autor preso de los alemanes durante la guerra venía a exhortar –en un mensaje que prendió nota bene sobre todo entre españoles- a las nuevas generaciones de jóvenes indignados, a recoger la antorcha de la Resistencia francesa en la Segunda Guerra Mundial, a la que se ven asimilados aquellos presos españoles que el congreso de Diputados se apresta a llenar ahora de insignias y de honores (y recompensas)
O lo uno o lo otro: o asumir la legitimidad histórica que justifica –la única- el régimen española vigente o el caminar por la vía de la deslegitimación (democrática) y de la revisión (anti-fascista) –bajo el prisma de la memoria de los vencidos- de la historia de la guerra civil y de esas formas de guerras asimétricas (Verstrynge dixit) que entre tormentas y bonazas vendrían a continuarla hasta hoy, durante más de ochenta años.
Hay una contradicción flagrante desde luego, en pretender por un lado, el marginar la tradición republicana y toda su simbología- y el tenerla en lo que fue, a saber un accidente histórico como tiende a presentarlo (in crescendo) un sector considerable de la historiografía española- y al mismo tempo continuar incensando –como vienen haciéndose de antiguo por boca de figuras destacadas del partido actualmente en el gobierno- el protagonismo rojo/republicano en el bando de los vencedores de la Segunda Guerra Mundial de la que la guerra civil española del 36 –como lo explico e ilustro por extenso y en detalle también en mi nuevo libro- no dejó de ser el preámbulo, su primera batalla en resumidas cuentas (…) piensen lo que piensen sobre el tema algunos historiadores de renombre españoles o extranjeros( y fuera de toda sospecha) La enseña republicana es anti-constitucional y su simple cohabitación con la auténtica enseña nacional –rojo y gualda- viene a deslegitimar y hacer ultraje a esta última en definitiva.
El vacío legal (relativo) no obstante y la cacofonía jurisprudencial y doctrinal sobre el tema impone e imprime incluso un toque de urgencia a una declaración de inconstitucionalidad de cara a la ofensiva neo republicana y guerra civilista a la que los españoles venimos asistiendo –grosso modo impávidos- desde hace ya cuatro años (por lo menos) tras la irrupción del movimiento de los indignados, de los que Podemos no viene a ser en ciertos aspectos más que un epifenómeno y en otros en cambio un segundo soplo o impulso o aliento. Proyectos de ley en cambio como el que habrá visto la luz ahora vienen hacer si cabe ese pronunciamiento –de inconstitucionalidad- más urgente y necesario
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