“Eppure”, se parecen (en su peinar)(...). En la foto –acabada de publicar en la edición de hoy del País- se ve al padre del poeta Leopoldo de Luis, y a su lado también en la foto, que según testimonio vertido en reportaje que la acompaña, del hijo de Leopoldo (Urrutia) de Luis -Jorge de Urrutia, su abuelo (en la foto los dos)- fue el verdadero padre de Umbral. ¿Colorín colorado este cuento se ha acabado? Es lo que dan a entender o quieren dejar sentado entre efluvios liricos y finuras literarias el autor del reportaje y sus confidente. No es asunto acabado ni mucho menos. ¿Por qué debería estarlo ahora? La pregunta del millón. ¿Por qué solo ahora se le ocurre levantar la liebre a alguien de una carrera académica y profesional a rastras tan brillante –director académico del Instituto Cervantes (un respeto) entre el 2004 y el 2009- arrogándose en público, él y los suyos, un lazo de parentesco (biológico) con el autor de la Leyenda del César Visionario, de padre (oficialmente) desconocido, a siete años ya de su muerte? Un padre literario perfecto, eso desde luego, demasiado literario para creérnoslo. Salvo prueba en contrario del reclamante, al que aquí emplazamos a que la ostente, públicamente por supuesto. Con la fuerza moral que nos da el libro (de casi quinientas páginas) publicado sobre el tema, que no se merece mención ninguna en el reportaje del País. Un poco de decencia (intelectual) ¿No les parece?“Eppure”, se parece. Cabría decir parafraseando a Galileo –“eppure se muove”- sobre la redondez de la tierra ante los inquisidores, a la vista de la foto que ha publicado en su edición de hoy el diario el País donde se presenta en un amplio reportaje de uno de sus colaboradores al último de los “pretendientes” al título o al reconocimiento de padre biológico (verdadero) de Francisco Umbral, que en paz descanse.
“Una realidad y una apariencia”, decía el general De Gaulle que se dejaba traslucir en el putsch de Argel (abril del 61) contra él y contra su régimen. Una realidad aparente -la foto del “pretendiente”- otras dos o tres apariencias de verosimilitud, y además, lagunas clamorosas –como la foto del autor del testimonio- e inexactitudes más o menos flagrantes que no dejan de cruzarse (o chocarse) con aquellas a lo largo del reportaje.
El autor del reportaje se diría que le echó un vistazo de urgencia a la biografía casi exhaustiva –a fuer de “no autorizada” (por el interesado)- de Ana Caballé, el autor de estas líneas en cambio se la estudió y trabajó durante varios años, como creo haberlo demostrado en mi libro (de cerca de quinientas páginas) sobre el tema (central) que se aborda en ese artículo reportaje, que a fe mía que se hubiera merecido una citación por somera y de pasada que hubiera sido, por una razón de simple urbanidad (o corrección) aunque solo fuera. Y por eso sé un poco de lo que hablo, y por eso y muchas otras razones me siento en el derecho que tras leer el reportaje del País de darme por aludido.
El presunto padre de Umbral que patrocina ahora el País ofrece todos los visos del pefecto padre literario de nuestro autor, eso es cierto. Un autor o escritor que no llegó a triunfar un tanto bohemio y soñador, y sobre todo, un republicano irredento que se paseaba en los años treinta –según su nieto- con el periódico “El Socialista” por la calle debajo del brazo: el modelo original del personaje –por llamarlo así- que presenta Umbral por cuenta de su padre en algunas de sus obras y que Ana Caballé se encargó de desmontar por lo surrealista e incoherente e inconexo y desparatado -sin pies ni cabeza- se coja por donde se coja. Un mito, el padre republicano de Umbral y como tal le aguarde tal vez un futuro (aún) por delante como a muchos mitos, como lo deja presagiar el artículo que aquí comento.
Leopoldo (Urrutia) de Luis, hermano (de sangre) de Francisco Umbral, según el diario El País. ¿Si no lo veo -o si no me lo dicen, que me diga- no lo creo? A menos que se estén refiriendo a esos juegos de niños cuando nos hacíamos aposta una cortadurita en el dedo jugando a bandas de policías y ladrones, o de exploradores y aventureros, y juntábamos a seguir los dedos pulgares –como hacían o nos decían que hacían los indios piel rojas-, y nos sentíamos ya hermanos de sangre todos los miembros de la banda (o como si lo fuéramos) Hablando en serio, Leopoldo de Luis –poeta “social” en el surco o sendero de Celaya –¡uf!- Hierro Otero (etcétera, etcétera), rojo como todos ellos, que empezó su carrera literaria en la prensa de zona roja durante la guerra- es el hermano ideal de Francisco Umbral, como hecho de encargo, como anillo al dedo del mito que construyeron algunos y que sin duda tienen todo el interés en perpetuar de un Umbral rojo, de padre republicano, que Ana Caballé hizo añicos en su biografía no autorizada. Casta cultural (¿quién hablo de eso?) Hereditaria de padres a hijos (y nietos) que llevamos soportando en España –y en el extranjero- desde finales de los años cincuenta ¿Hasta cuándo?¿Un padre literario de remplazo como otros padres de remplazo que tuvo Umbral más políticos o más académicos o más periodísticos y menos literarios? ¿O un parentesco más o menos lejano que le diera aquél un aire de familia con el verdadero padre biológico del autor, ducho –a fuer sin duda de ahondar en sus raíces (el “saber de dónde vengo”)- desde muy niño en el arte –surcado de enigmas y de secretos- de los parecidos físicos? Se admiten apuestas. Hay una objeción primordial no obstante de orden moral o dirimible si se me apura en el terreno del honor en este asunto. Si la historia que cuenta su nieto es verídica –por más que no consiga ser creíble del todo- cabe decir que la imagen -de solvencia moral y de honorabilidad incluso- de su abuelo, el presunto padre de Umbral (en la opinión del País), no sale muy bien parada.
En el reportaje del País se cita repetidas veces la biografía de Ana Caballé -“Francisco Umbral. El frío de una vida” (2004)- quien no se recata en ella en desvelar los aspectos y perfiles más trágicos, mas patéticos, más crudos de la trayectoria biográfica del autor de por la hipoteca tan pesada y tan cruel que le depararía la denegaciónde paternidad –obstinada, persistente hasta el final- en favor del hijo de nadie que fue para el mundo, en vida, Francisco Umbral. En la biografía de Ana Caballé se menciona y explica un detalle de la mayor crudeza de la infancia de Umbral y fue cuando a la edad de once años se vio privado de escolaridad por decisión familiar, de resultas de la presión social (y religiosa) entonces reinante en contra de los hijos naturales (léase no reconocidos) que le hubiera (con toda probabilidad) impedido a la madre de Umbral seguir trabajando de funcionario en el Consistorio vallisoletano (Ana Caballé, óp. cit. pp. 92-93)
A partir de ahí pues hasta la edad de catorce años cuando en el reportaje del País se da entender que Umbral benefició de un “enchufe “ de su (presunto) padre biológico que le hizo entrar en un banco, Umbral fue un crio tirado en la calle, sin escuela al contrario que todos los demás niños de su edad –y de su medio social-, y en su lugar su madre le dejaba en la biblioteca municipal, sí, a sus anchas, sin guía o vigilancia ninguna, sin quedar a cargo de nadie, todo el santo día -con once años- hasta que pasaba al final de su jornada laboral a recogerlo (…)
Un niño de la calle, lo que acabo siendo el niño de derechas, por culpa (sobre todo) de esa denegación –poco honorable lo menos que se puede decir- de paternidad. Y si la versión que cuenta Leopoldo de Urrutia ahora es cierta, debería de verse acompañada de una explicación referente a ese asunto concreto y sin duda tal vez a otros. Por el honor familiar, y en consideración a la opinión publica también, que tiene un derecho indiscutible a conocer la verdad de los origines de una de las figuras más señaladas –si no la que más- del universo de las letras en lengua española del siglo XX
Jorge Urrutia, hijo del poeta Leopoldo de Luis, y sobrino (según él) de Francisco Umbral. En la entrevista reportaje que le publica en su edición de hoy el País invoca el parecido físico de su padre con Umbral, y también el de su propio hijo. Una laguna clamorosa la foto de éste -a decir verdad, la de uno y otro- en el reportaje, lastima. La versión de un padre republicano en Francisco Umbral que defiende el nieto de aquél –alto funcionario cultural de los gobiernos Zapatero (y estrecho colaborador del director del Cevantes entonces, César Antonio Molina)- se vería así mucho más autentificada. Mientras tanto, a las pruebas me remito, yo y muchos otros
ADDENDA Se me pasó Leopoldo de Luis hasta hoy en mis lecturas, lo confieso, como se me pasaron Diego Jesús Jiménez, como Félix Grandes, como Eladio Cabañero, como Meliano Peraile, Ángel González incluso y tantos otros nombres que forman como el mobiliario de la obra de Umbral –donde lei sus nombres por vez primera (mi palabra) y puestos en medio y por todas partes allí dentro de sus párrafos- y que fuera de ella no digo que no les conociera nadie (a alguno) pero mucho menos. Y Blas de Otero incluso, y Gabriel Celaya. E iba a decir Raúl del Pozo, pero sin duda que la columna de Umbral –en la que le sucedió- le redime de una forma u otra. Exponentes como fuera de una casta cultural (y poética y literaria) – particularmente en poesía- que se iría imponiendo en las instancias culturales de la España de la posguerra particularmente hacia finales de los cincuenta aunque en algunos casos ya antes, de vencidos e hijos de los vencidos de la guerra civil del 36 –la regla (de tres) en todos ellos (y emplazo a quien sea a contradecirme)- que le servían a Umbral de coartada existencial por así decir, por su tremendo problema de orígenes (o de filiación, oficialmente desconocida) Y que se prolongarían hasta nuestros días, amenazando incluso con un una mutación (sic) –como ciertas clases de virus- que les permitiría perpetuarse todavía más durante las décadas que se avecinan, en concreto con el auge de Podemos, sus criaturas propiamente hablando, tanto en un plano ideológico como biológico (o genealógico)
Al hijo de Leopoldo de Luis Jorge de Urrutia que levanta ahora por su cuenta la liebre de la identidad del padre de Umbral no le conocí pero digamos que le sufrí sin conocerle de una forma u otra, por esa tortura (horresco referens!) de la gota de agua –como un suplicio chino- que me infligía la visita frecuente (hasta que dejé de ir, hasta hoy) a las estanterías de la biblioteca del Cervantes de Bruselas, que se iban llenado progresivamente de literatura sectaria de la memoria de los vencidos del 36 –lo que sufrió un fuerte acelerón con la llegada de Zapatero- y por lo que ahora deduzco de lo que parece publicado sobre él en la redy -de lo que declara en al artículo reportaje del País-, era él directamente en persona el que los llenaba, desde su influyente puesto de director académico (un respeto) del Instituto Cervantes –de su sede central y de sus antenas extranjeras- y brazo derecho de César Antonio Molina, director del Cervantes y ministro de Cultura con José Luis Zapatero, y próximo de la Fundación Umbral, a quien conozco en persona. Focos de anti-España en el plano cultural –como aquí ya lo denuncié- así me parecieron entonces los Cervantes del extranjero –vistos desde el balcón privilegiado de la capital de la UE- de difusión (privilegiada, subvencionada) de los peores clisés, los más infamantes, de leyenda negra –en la más pura tradición de la izquierda española, lo que tal vez se vea más claro y más diáfano desde Bélgica un país con siglos a cuestas (o a rastras) de presencia española. Focos de incubación sobre todo de guerra civilismo, de la guerra que no se acaba. De una guerra que Umbral contribuyo a alimentar, es cierto –sin duda por razones de fuerza mayor, de imposibilidad moral de hacer o escribir lo contrario-, pero del que algunos acabamos extrayendo el antídoto (desmitificador) ¿Por eso vuelven a las andadas –con el mito de un Umbral rojo y de padre republicano- sólo ahora?
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