¿Por qué me ofusqué a ese punto?
¿Por qué te odié tanto, mujer?
Sin conocerte siquiera
¿Desdén? ¿Miedo de ti? ¿Por qué?
Para al cabo de mil vueltas
-de un mundo vuelto del revés,
de una vida en el trapecio,
la que yo escogí (¿yo? ¡no sé!)-
y al cabo de mil jornadas
-a cual más negra ¡cuánta fe!-
¡Rendirme así ante tus pies!
Te vi tan tuya, tan alto
que no me atreví a toser
(¡te lo juro!) en tu presencia,
temiendo jugar…y perder
o acabar roto y vencido
ante unas torres de altivez
sin igual, como la tuya
¿Quién te creías, Salomé
o lady Macbeht? (¡Oh qué sed
la suya!) : dueña y señora
del destino (y de mí también)
Hasta que te miré un día
de sol (y vida) y te calé
sin disfraz, como tú eras
¡Que misterio el de tu niñez!
Que descubrieron tus ojos,
hoy tan niños como ayer
cuando ríen o me miran
espantados, sin querer,
como una niña traviesa
¡Qué ojos, qué flash! (así fue)
Mujer tímida y resuelta
que cogiste miedo a un mundo,
tan revuelto, loco (y cruel)
y sintiéndote indefensa
te fijaste en mí ¡Lo sé!
De una mirada tan mansa
tan dulce –y “perversa”- a la vez
de tierna oveja (bé, bé, bé)
llamándome suplicante
y diciéndome ¡ven, Juan, ven!
“En el circo de los grandes
-cantó el poeta en francés-
son los niños los que sufren”,
que escucho, la tarde al caer,
mientras paseo despacio
esperando el anochecer,
sintiéndome igual que un niño
sin su madre (no yo, él)
siempre soñando con ella
e inventándola en el papel,
Y sonámbulo yo también
me puse a soñar contigo,
un sueño insensato ¡Mujer!
La bella rubia se mira
y se remira al espejo
hablando consigo misma
o escrutando su destino
Más joven -a fuer de bella-
tal vez que rubia ¡Bueno y qué!
¡Con esa cara de rubia!
Que lo rubio va por dentro
y eso es lo que cuenta (y brilla)
¡El espejo y la Mujer!
¡Qué idilio y qué misterio
de encanto y seducción! ¡Dios!
Entre gatos –o entre perros.
Santuario femenino,
sagrado como el de Delfos
santo de los santos, arcón
de sus mañas y secretos.
Por eso nosotros –poetas-
que practicamos (sinceros)
la religión de la Mujer
como devotos, posesos,
gustamos tanto de ellos
y de locales antiguos
de espejos grandes y bellos,
y los que no gustan de ellas,
tampoco gustan de ellos.
Por eso yo a tí te encontré
en uno de esos lances
de lunas y espejos ¡Cielo!
Los de tus ojos –¡ojazos!-
y los míos dentro de ellos
Y desde entonces, mi amor,
voy perdido y sin remedio
sin poder ya verme libre
de esos reflejos o espejos,
laberintos sin salida,
paraíso e infierno a un tiempo
do vagan –¡pobres!- mis sueños
pero bien vivos, despiertos,
y cuida bien que no escapen
que son ágiles, ligeros,
rápidos y voladizos,
siempre listos, siempre prestos
a volar por lo más alto
a donde les lleve el viento (…)
Y no es una amenaza, mujer
¡Que vuelan porque te quiero!
No hay comentarios:
Publicar un comentario