Ramiro Ledesma en esta obra suya principalísima escribió que sólo gracias a España el catolicismo había sobrevivido en Occidente. Debía haberlo hecho extensivo también al Extremo Oriente. Y sobrevivió tanto en Filipinas como en la América (ex) española a costa de enterrar el recuerdo de España en su memoria colectiva bajo pesadas losas de oprobio y de entredicho, y a costa de adulterar el propio catolicismo que heredaron de los españoles en versiones irreconocibles de superstición y de papolatría, sobre todo en Méjco y en FilipinasNo voy entrar aquí ex professo al trapo de las recientes declaraciones del premier británico David Cameron replicando desde los Estados Unidos en donde se hallaba de visita las recientes declaraciones (polémicas) del papa Francisco sobre el atentado a Charlie-Hebdo, habida cuenta aunque solo sea del cariz o significación especial que da fatalmente a las palabras de un premier británico en temas de religión –sea de la orientación política que sea-, el dato insoslayable que el jefe de la corona británica –in casu la actual reina de Inglaterra- no se ve menos reconocido el título de cabeza de la iglesia (anglicana) en su país lo que daría fatalmente también a lo que aquí pudiese yo escribir sobre el tema una refracción inevitable a la luz de ese antagonismo histórico –entre catolicismo protestantismo- que t el vez esté muerto pero no oficialmente enterrado por lo menos.
Me voy a centrar en este artículo pues en la reciente visita del papa Francisco a Filipinas que es el contexto inmediato de esas palabras suyas que habían causado tanto revuelo y un innegable escándalo entre muchos, católicos y no católicos. Y entre lo mucho publicado sobre el viaje papal a aquel país del Extremo oriente retuve algo de la mayor pertinencia y fue que el papa -sin duda como otros líderes religiosos- juega un papel de mediador del primer orden en los conflictos de orden político a escala del planeta. Sobreentendido por cuenta de las grandes potencias, y en particular de la mayor de ellas –en vías tal vez de dejar de serlo-, a saber los Estados Unido.
Entre la primera y a la segunda guerra mundial el liderazgo planetario pasó de un ldo l ogro del atlántico, un hecho histórico comúnmente admitido, y así si el Vaticano en el periodo de entreguerras dio muestras de perseguir una apuesta anglosajona –como lo ilustra el caso de la condena de la Acción Francesa (tal y como ya lo tengo aquí registrado)- esa apuesta que en aquellos año se mantenía por así decir a caballo de las dos orillas (opuestas) del Atlántico, se decantaría claramente del lado de los Estados Unidos tras el 45. Y la ilustración más cegadora de lo que aquí decir pretendo lo fue sin duda el pontificado de Juan pablo II y lo fueron más todavía tal vez sus viajes apoteósicos en territorio de los Estados Unidos en la era Clinton.
Rizal, un indigena (o mestizo) que renegó de España y de todo lo que le debía. Y un mito de piel dura y longeva entre filipinos y entre españoles incluso, como lo ilustra la última novela de Juan Manuel de Prada (fuera de toda sospecha) “Morir bajo tu cielo” que le toma prestado el título a un poema de aquél. No me consta que lo escribiese en castellano, como sea, sus descendientes o herederos espirituales renegaron incluso de nuestro idioma. En nombre (o bajo la coartada) del papa de RomaQue haría visible a la faz del mundo el papel (verdadero) –en el mundo de hoy- de un papa católico al servicio de la diplomacia planetaria de una gran nación protestante y “pari passu” la mayor potencia del planeta. Filipinas es un caso emblemático en extremo en particular para españoles, una antigua colonia hispana que tras el 98 se convertiría –como Cuba lo fue, hasta la llegada del castrismo y el triunfo de la revolución cubana- en un virreinato USA en el Pacífico, lo que se vería acentuado tras el desenlace de la segunda guerra mundial en el 45. Un país que rengo incluso de la lengua española –que los países de América en cambio conservaron- para adoptar masivamente el inglés (lo que se consumaría durante la larga era de la presidencia Marcos) pero que siegue siendo –como lo habrá lustrado la visita papal- una de los enclaves católicos (o vaticanos) en aquella zona del mundo en la que el catolicismo frente a las grandes religiones del oriente representa una exigua minoría (del orden del lodos o el tres por ciento)
Un catolicismo “sui generis“ de los filipinos. Con un toque hispano o pos hispano un tanto comparables al de algunos piases (ex) hispanos e América y pienso en particular en Méjico. Los españoles se fueron de allí –o más bien los expulsaron, cuando la Emancipación o más tarde, en el 98- y dejaron detrás de ellos unas secuelas en el plano religioso que si las llevaron ellos –los misioneros me refiero- o si las desarrollo la propia población autóctona (y sus descendientes) a posteriori, es algo que a fe mía se discute. Esa papolatría por ejemplo sin freno y sin límites (se diría) que es un sello distintivo del catolicismo en países como Méjico o Filipinas, no el algo que enga su igual o equivalente entre españoles.
La teología católica (de Contrarreforma) definió al pontífice romano como “el vicario de cristo en la tierra”, pero está claro que los mejicanos en el anterior papa Wotjyla lo mismo que los filipinos en aquel pontífice y en el actual en mayor medida si cabe todavía, veían o ven mucho más que simples vicarios de lo alto, como otro/dios en la tierra o a encarnaciones –una hipótesis perfectamente creíble- de divinidades antiguas propias de la culturas pre colombinas en el caso de Méjico, y ancestrales de antes de la dominación española, en el caso de Filipinas. La lotería de los millones, en las visitas pontificas por aquellas tierras, no me digan.
Recuerdo en los primeros meses del año 1994 paseándome tranquilamente por la calle en Bruselas –con la espada de Damocles no obstante sobre mi cabeza de una visita del papa polaco en Bélgica anunciada para unos meses más tarde (al final cancelada in extremis y pospuesta hasta el año siguiente cuando efectivamente tuvo lugar), cundo ojeando el periódico al parchar me impactó–como un rayo en el cielo azul que dicen los franceses, que digo como si se me vienes de golpe el mundo encima- la noticia que el papa Wojtyla había congregado a diez millones (diez) de fieles en su visita a Manila, la capital filipina. Los diarios estos últimos días rememorando aquella efemérides con ocasión de la visita a aquel país de su sucesor el papa Francisco son unánimes en estimar (retrospectivamente) en unos cinco millones (cinco) las cifras de asistencia en aquella visita papal, mientras que dan unas estimaciones de los asistentes a la misa del papa Francisco el pasado domingo en la capital filipinas entre los seis o los siete millones.
Instantánea de la reciente visita del papa Francisco a Filipinas. Un catolicismo papólatra y supersticioso (en extremo) que borró todas sus huellas hispánicas, incluso la del idioma. Y una papolatría sin parangón en ningún otro país del mundo –si se exceptúa Méjico- que no es más que una cortada del haber renegado de España, el país que les llevó el catolicismo. Y de seguir escupiendo más de cien años después sobre la memoria de los últimos de FilipinasY está claro que en los medios de la priesa global existe –ahora como entonces- una voluntad clara, como una puja al alza (“de los millones”) a la hora de magnificar el éxito y la fuerza de” impacto de los últimos papas, más si cabe en unos países que otros, por motivos de orden innegablemente extra-religiosos y que son fácilmente ubicables en cambio en el plano de la geopolítica. El Imperio español se hundió hace cuatro siglos, pero en la órbita de influencia que le sobreviviría se vería suplantada por las grandes potencias con ayuda preciosa e indispensable de agentes medidores, y en primera fila de todos ellos, la institución eclesiástica y su organización jerárquica –legado en gran parte de los españoles- existente y plenamente operante cuatro siglos después en aquellos países.
El papa fue a llorar (un decir) junto con los filipinos los males (endémicos) que sufre ese país martirizado por la historia y sin duda también no poco auto flagelado por sus propios habitantes, a la imagen de esa tradición de flagelantes que sobrevive en aquel país como en mocos lugares del mundo. Y no fue menos a tomarle el pulso y la temperatura al estado de la opinión publica en aquel país, que conoce altísimos índices de inmigración –especialmente de mujeres jóvenes- en Arabia Saudí y en otros países (árabes) del Golfo Pérsico, que las coloca en situación (no poco trágica) de rehenes potenciales en situaciones de crisis como la desatada por el atentado contra Charlie Hebdo y las raciones en los países occidentales.
Filipinas cuenta además con una minoría musulmana y una guerrilla del mismo signo ("moro") en la isla Mindanao que lleva humeando y echando chispas intermitentemente hace ya más de treinta años. Eso explica en gran parte, en mi opinión -aunque no justifique en modo alguno- la declaraciones polémicas del papa de la semana pasada y también sus puntualizaciones, léase sus rectificaciones, diciendo dije donde digo diego.
Decía Ramiro Ledesma que el catolicismo había sobrevivido gracias a España en occidente, lo mismo que decir a costa nuestra, le falto añadir también una mención análoga al Extremo Oriente, léase a Filipinas donde el teorema ramirista que acabo de enunciar se cumpliría de una forma si cabe más completa y acabada. El catolicismo sobrevivió en Filipinas –tras la expulsión de los españoles en una versión oriental de la rebelión mestiza que tradujo la Emancipación Americana- a costa de la memoria (hoy prácticamente extinta) de España por esas tierras, y a costa de seguir manteniendo en entredicho el recuerdo de nuestra presencia allí en la memoria colectiva de sus habitantes. Y a costa también de la adulteración del catolicismo hispano en unas versiones locales (indígenas o mestizas) marcadas por una fuerte carga supersticiosa irreconocibles en el país que les transmitió el catolicismo.
¡Un papa ítalo/argentino predicando en ingles a los católicos filipinos! Un poco extravagante por no decir esperpéntico, no me digan. ¿Es de extraña pues la pérdida de credibilidad que erosiona su figura y que cobra ritmos de vértigo a medida que se agrava el choque de culturas?
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