¡Cuestión de ritmo, princesa,
toda la angustia y zozobra
de un siglo, de una época
-y de sus hijos (“malditos”)-
que perdió el tino y el ritmo
y lo busca y no lo encuentra!
Cuestión de ritmo mi vida,
mi quehacer, mi día a día
entre bonanza y tormentas
sucediéndose a su aire,
a un ritmo de guerra (y fiesta)
que me arrastra, que me lleva
como el viento huracanado
-sin perder la compostura
y en su sitio la cabeza (...)-,
esperando la mañana
o mi noche bruja (“¡el “Grand Soir”!)
y el retorno de los brujos
de en medio de la maleza
Que mi vida se eche a bailar
y entren los duendes en danza
y me embriague de amor (por tí)
siempre cuerdo siempre sobrio,
sin perder el ritmo (o casi)
siempre entre danza y danza
al sol, o bajo la luna
o a la luz de las estrellas
(como el baile de Zaratustra)
Que me llaman, que me invitan
entre guiños y entre risas
a una gran fiesta en los astros,
y voy y cojo y pierdo el paso
y el ritmo en la gran danza astral
Y una vez y otra (¡y no decaiga!)
como un beodo o un poseso,
bailando y bailando sin más
y siguiendo el ritmo del sol,
de los astros, que viene y va
como aquella danzas negras
-¡único blanco yo (u otro quizás)!-
bailando y nadando al compas
de las olas de aquel mar
(negro) de luces flotantes
de un brillo de nácar (dental)
bajo un signo en negro y blanco
(cuando sali de Portugal)
Que así se pase mi vida
hasta que llegue la hora
de actuar, de vivir o morir
(de un tris todo y sin parar)
A tí mi Dulcinea (de luz)
en este Solsticio Invernal,
estos versos y esta fiebre
que no baja, que no cede
desde que te conocí
¡Que me hace vivir (y soñar)!
Vientos de guerra. Noche de Paz
Dan las once (es de noche)
mi mente se pone en danza
entre mil sueños y sombras
en un baile de fantasmas
¡Oh noches belgas de invierno!
(¡noche oscura de mi alma!)
que alumbraron mis poemas
como señales de alarma,
que hicieron de mí poeta
cuando menos lo esperaba,
cuando dudaba el destino
y se me iba la esperanza,
cuando aún estabas lejos
de mi vida (y de mi errancia),
lejos del momento justo
que te abriste a mi mirada.
Que estaba escrita en los astros
la clave de tu jugada (…)
que vi, y que cogí al vuelo
antes de que tú me hablaras.
¡Almas predestinadas, sí,
no te rías, descastada!
Que fue verte y te amé,
pensaran lo que pensaran,
perdido errante -¡y en guerra!-
y hundido en una hondonada,
sin la menor sombra o duda
que serias mía, reina,
“mañana por la mañana”
(que cantó el poeta loco)
Sin violencias ni mordazas
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