domingo, octubre 12, 2014

¿POR QUÉ SOY PRO-RUSO?

Esta litografia, "El orden reina en Varsovia" (1831) -con un cosaco en el centro de la imagen y la cabeza (degollada) a sus pies de un insurrecto polaco-, del dibujante francés de ideas republicanas, Grandville, fue un poco el Guernica de Picasso del siglo antepasado. Tan sectaria y beligerante y partidista -y mendaz- como este útimo. Entre los que sufiririán su influjo se encontró sin duda el español Juan Donoso Cortés, y su célebre Discurso sobre Rusia (y Europa) que tanto impacto y repercusion alcanzó en España y por cima de los Pirineos. La Rusia de los zares no era un amenaza para Europa, si acaso para el Imperio británico, en eso sí estamos de acuerdo
De "pasión española" habló en un su libro tardío “Le passé d’une illusion” el historiador francés François Furet refiriéndose al apasionamiento que inspiró la causa de los rojos republicanos españoles durante la guerra civil en la opinión pública y en particular en la izquierda internacional, y que según él se pondría de manifiesto en la actitud y en las declaraciones de algunos de los comisarios y consejeros rusos presentes en zona roja y encausados en los procesos de Moscú –a partir de 1937- tras su vuelta de España, y en particular uno de ellos que habría declarado ante el juez, “mientras haya fascismo, somos todos españoles

Setenta años después la pasión/rusa que despierta de pronto un sector –significativo- de la izquierda y de la extrema izquierda española (jóvenes y menos jóvenes) parece haber cambiado la consigna aquella en otra no menos guerracivilista, de “mientras haya fascismo somos todos rusos” (de la cuenca del Don), como un eco del ¡Viva (o ¡Biba!) Rusia! de la guerra civil o del “¡Viva Rusia manque pierda!” que le oi yo hace ya mucho (a finales de la década de los ochenta) a unos rojillos (con gracia) del barrio de Malasaña ufanos y alegres y no muy convencidos en lo que decían (…) Rusia para esos antifascistas (de nacimiento, la mayoría) es un pasión visceral más que ideológica, para la inmensa mayoría no deja de ser un enigma hoy como hace un siglo y dos, por lo lejana y (relativamente) desconocida.

Una amenaza lo fue la Rusia soviética en nuestra guerra civil y con aquello parecían revestirse de un valor profético las palabras de advertencia de hacia casi un siglo del escritor y filósofo y parlamentario Juan Donoso Cortés que ponía en guardia contra la amenaza rusa, pero la Rusia a la que él se refería no tendría nada que ver con Unión Soviética de los tiempos de Stalin, quien demostraría fehacientemente no compartir ni poco ni mucho esa pasión (anti) española de los comisarios soviéticos destacados en zona roja durante la guerra civil española. A los que bien purgaría (...) En realidad, con la visión retrospectiva del tiempo –de casi dos siglos- transcurrido hay que acabar concluyendo que Donoso Cortés se equivocaba.
Nicolas Berdiaeff, escritor ruso -nacido en Kiev (...)-, ejerció gran influencia en la Europa de entreguerras y en particular entre algunos de los espíritus mas birllantes de aquel tiempo (entre ellos José Antonio Primo de Rivera) Propugnó "una Nueva Edad Media", con lo que sin duda apuntaba más o menos conscientemente a un pasado mitad mítico mitad histórico, de antes de la consolidación de la ruptura confesional -entre el Occidente latino y la Ortodoxia oriental (greco/rusa)- que desgarraría la historia de la civilización europea hasta nuestros días
Preso sin duda de la imagen negativa que arrastraba el Imperio de los Zares en la opinión publica europea desde el aplastamiento de la primera insurrección polaca de 1830. La propaganda de los medios en lengua francesa y por extensión en el resto de Europa consiguió convertir a la ocupación rusa de Varsovia en un símbolo de crueldad y de barbarie, lo que sin duda no se correspondía en modo alguno con la realidad de los hechos. Y Donoso Cortés de una manera u otra, de por su bagaje de liberalismo doctrinal sobre todo, heredaba fatalmente esa visión negativa y caricaturesca –y calumniosa- sobre el Imperio ruso. En realidad el Imperio de los zares ya desde los tiempos de Iván el Terrible -y posteriormente -salvado el interregno de los tiempos oscuros y difíciles de la rivalidad y enfrentamiento (armado) ruso/polacos- tras el advenimiento de la dinastía de los Romanoff que le dio a Rusia grandes soberanos como Pedro el Grande, Catalina la Grande y Alejandro I, el vencedor de Napoleón-, no dejo de ser factor de estabilidad y de progreso en el continente europeo, en su papel de ariete de contención de amenazas exteriores a nuestra civilización del lado del continente asiático, y por la labor de sus grandes soberanos más arriba mencionados de insignes protectores y mecenas de las letras y de las artes.

Rusia no dejaría no obstante de ser un gran incógnita para españoles en la medida que la cultura rusa habrá tendido de antiguo poca difusión en España en comparación con la influencia cultural entre españoles de los demás grandes países occidentales. Y me pongo yo mismo por ejemplo, de desconocimiento y también en parte de falta de interés hacia la cultura rusa, hacia su lengua y literatura, que es sin duda propio e intransferible pero que no deja de reflejar un estado de cosas generalizado y arraigado de antiguo en la sociedad española. En mi caso concreto –y en un fenómeno paralelo a la pasión rusa de sectores de la izquierda española a la que aludí más arriba- ese desinterés o apatía ofrece un campo apasionante a la introspección psicológica en la que los aspectos religiosos y confesionales no dejan de jugar un papel relevante y del primer plano.

Los rusos eran cismáticos a ojos de los católicos españoles, punto redondo. Y en la medida que su historia discurrió por caminos en cierto modo paralelos pero siempre divergentes de los del resto de los países occidentales desde los tiempos de las guerras de religión entre católicos y protestantes se puede decir que no gozaron de un armisticio y una declaración de paz religiosa como la que supuso la Paz de Westfalia para el resto de Europa. Y en ese mismo modo y medida la barrera confesional que separaba la ortodoxia oriental de los países católicos permanecería aún más enhiesta y en pie si cabe que la que separaba al catolicismo en los países latinos de la “herejía” protestante.

La memoria rusa siempre se ufanó de esa diferencia histórica y cultural en relación con los países occidentales. “Los ruso no tuvimos edad/media” fue un lugar común de los pensadores rusos en la edad contemporánea. “Porque no salieron nunca de ella” les replicaba, sarcástico, un profesor protestante al que seguí un curso sobre la Ortodoxia greco/rusa -a modo de miscelá,nea, entre otros temas- en la Universidad Libre de Bruselas (…) Y uno de los intelectuales más influyentes en la Europa del periodo de entreguerras, el ruso Nicolas Berdiaeff –un pensador que sedujo innegablemente en el plano intelectual al fundador de la Falange- propugno “la vuelta a la Edad Media” con lo que sin duda apuntaba a un pasado mítico e histórico a la vez –el Año Mil- donde esas fronteras confesionales entre el Oriente y el Occidente europeo no se hallaban aún consolidadas (…)

Para Dostoievski –un escritor de gran influencia también sin duda alguna en la cultura occidental- la encarnación del mal en su célebre obra “los hermanos Karamazov” lo era el Inquisidor (trasunto del monarca español Felipe II) Todo un síntoma de esa barrera confesional infranqueable a la que más arriba aludo. Y sin embargo no se puede negar la proximidad psicológica que el lector medio español siente instintivamente con el escritor ruso mencionado, mucho más que con otros, de ascendencia anglosajona por ejemplo, como si él en cambio fuera (un poco) de la casa (…)

Y así lo sentí un poco yo también es cierto, y las que por haberlo leído, por haberme visto comparado con él por un pastor protestante holandés –antiguo sacerdote católico- que veía semejanzas o analogías o si se prefiere una impronta rusa –a lo Dostoievski- que yo no había leído entonces (lo confieso), con mi libro autobiográfico "El loco de Dios" –“Le fou de Dieu”- que escribí tras salir de la cárcel portuguesa (…) Y ese “problema ruso” de los españoles tal y como lo acabo de exponer explica en gran parte lo incómodo e inconfortable que una mayoría de españoles –entre los que me encuentro- se sienten en la tesitura de tener que asistir a la guerra de propaganda entre pro-rusos y anti-rusos (pro/ucranianos) que está teniendo como teatro la opinión pública y ciertas universidades españolas en el tema de la guerra en Ucrania.

Aquí ya expliqué mi postura, que reitero, defendiendo las razones (a espuertas) de la insurrección pro-rusa en el Este ucraniano. En paralelo a la repulsa que me mereció desde el principio el Maidán de Kiev y el fenómeno okupa subyacente en ese movimiento insurreccional, tan jaleado en los medios occidentales. No es óbice que los españoles no podemos tampoco sustraernos a un papel de mediadores en lo que no deja de cobrar todos los visos de un guerra civil entre rusos o ruso/ucranianos si se me apura. Una tesitura análoga la nuestra a aquella a la que colocó a buena parte de la intelectualidad europea de la época –obligada a definirse por un bando o por el otro- la guerra civil española.

Como lo ilustra el caso del escritor fascista francés Drieu-la-Rochelle -de raigambre liberal- que tomó claramente partido por la España nacional pero del que los escritos sobre el tema aquellos años finales de la década de los treinta no dejan de sorprender por el tono apaciguador del que se veían revestidos. El embajador de Ucrania en Madrid habrá salido recientemente al paso de unos actos y manifestaciones propagandísticos favorables a la postura pro/rusa en ámbito universitarios, en particular en la facultad de Políticas de la Complutense, a raíz de unos incidentes de los que ya noticié en mi anterior entrada. Y lo habrá sido con una nota pública en el País en la que devuelve la acusación de fascismo y de fascistas a los pro/rusos del Don, lo que así de entrada no parece de mucho rigor dialectico.

Porque en vez de empeñarse en una defensa de la postura ucraniana (nacionalista) en el plano histórico o simplemente a base de una relación enumerada y detallada -en un génesis de causas a efectos- de los hechos que habrán llevado a la actual situación de conflicto bélico, parece limitarse al argumento fútil del “tú más que yo”, de que “los fascistas (o los nazis) lo son ellos” Por qué somos pro rusos? Esa era la pregunta que se hacía y a la que respondía en el diario ABC el escritor Juan Manuel de Prada hace uno meses, en base a argumentos histórico que no dejan de mostrar cierta debilidad argumental en mi opinión y es en la medida que como lo acabo de dejar aquí sentado la historia de Rusia es diferente y como tal irreductible a los baremos y coordenadas aplicables a la historia de los países occidentales, España entre ellos. ¿Por qué soy pro-ruso yo? Me preguntará a mí en concreto –en voz baja o en su fuero interno- más de uno de mis lectores?

Sin trampa ni cartón. Soy pro/ruso porque la Rusia de Putin –con él y no con su sucesor y predecesor Medvedev- se erigió tras el estallido de las primaveras árabes -que alcanzaron sus punto álgido con la ejecución barbara (a los ojos del mundo entero) del coronel Gadafi- en un dique infranqueable –y a fe mía que algunos no nos lo esperábamos- contra la locura de la globalización (democrática), contra el fantasma (espectral, horripilante) de la aldea/global que habrá venido propagando contra viento y marea –con insensatez e irresponsabilidad crasas y flagrantes- la Casa Blanca bajo la presidencia del afro/americano Obama. Como se demostró hace poco más de un año en el momento más álgido de la crisis internacional por las armas químicas que estuvo a punto de llevar a una Tercera Guerra Mundial (declarada) ahora hace justo un año en Siria. Las cosas claras y el chocolate espeso

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