jueves, julio 17, 2014

MATAR POR ESPAÑA

Instantánea de la manifestación del pasado 12 de octubre en Montjuich a la que asistí, y con la que me solidarizo por completo. Con lo que se gritó y con lo que se dijo en los discursos. ¿Matar por España? Fue lo que juramos muchos, de jóvenes, ante la bandera española
Mi buen amigo y camarada Pedro Pablo Peña comparecía ayer ante un tribunal de la Ciudad Condal para responder por acusaciones de incitación al odio y a la violencia y aprovechó para reafirmarse en sus postura en unas declaraciones que habrán provocado gran revuelo y desgarre general de vestiduras entre las gentes/de/bien (léase demócratas de toda la vida)

La violencia es un tema tabú desde el final de la Segunda Guerra Mundial en el mundo que vivimos. Ni siquiera los comunistas ni la extrema izquierda se atrevieron a seguir justificándola, per se, desde entonces como lo habían hecho en décadas anteriores en nombre de la dictadura del proletariado o de la lucha de clases. La democracia moderna por definición es pacifista, si no lo fuera, se negaría a sí misma, porque tendría que acabar reconociendo la violencia original que la hizo nacer, con la Revolución Francesa.

Un millón (grosso modo) fue el número de víctimas -cifras propias de un genocidio en toda regla- que se cobró el aplastamiento sangriento –hasta extremos de salvajismo inhumano- de la rebelión monárquica y contrarrevolucionaria en Vendea (Vendée) por los ejércitos de la Convención en el período conocido como del Terror -entre la muerte (guillotinados) del rey de Francia y de su esposa María Antonieta, y la reacción termidoriana (republicanos moderados) y el golpe del 18 Brumario que llevó al poder a Napoleón Bonaparte.

La violencia en la historia del pensamiento moderno encontraría rehabilitación amplia y generosa en la obra de Nietzsche que por paradójico que pueda parecer fue toda su vida un pacifista, un hombre profundamente pacifico me refiero (como lo ilustra el dato biográfico que sirviera de enfermero durante la guerra franco/prusiana)
Somos un pueblo oprimido y humillado en el plano internacional. Y con un complejo de culpa (colectivo) tan arraigado y tan profundo que tal vez seamos el único pueblo de Europa -¿y del mundo?- que honra y premia a los que denigran su pasado y le calumnian a los ojos del mundo entero. Henri Mechoulan (en la foto) -de notoria ascedencia judía- es una vaca sagrada, desde hace decenios, de la investigacion académica y universitaria en Francia. En su calidad sobre todo de especialista (indiscutible) en asuntos españoles...y judeo/españoles (y portugueses) En sus obras, y en una calculada y dosificada estrategia de desprestigio y de descrédito, no deja de denigrar el Siglo de Oro español, por la vía hipócrita de la excepción (des) honrosa como cortada. Como en el titulo suyo (antiguo) que acaba de ser reeditado en lengua francesa con un subtitulo no cabe mas beligerante (y anti-español por supuesto) Nuestro Siglo de Oro (según él) fue la mayor verguenza de la historia, y para hacer tragar -a españoles y amigos de España- el mensaje se sirve de autores más o menos atípicos, disidentes o heterodoxos -en su mente más que nada- para así dejar caer el sobreentendido infamante. No todos los españoles eran así. Increible pero cierto: es miembro correspondiente de la Academia de Ciencias Morales y Políticas. ¿Hasta cuando la afrenta patria?
Otra reivindicación de la violencia que gozó de honda repercusión en el primer tercio del siglo XX lo fueron las célebres “reflexiones” de Georges Sorel que se inspira grandemente de Nietzsche y sus elucubraciones célebres por cuenta de una moral heroica "de señores" frente a “la moral de esclavos” pacifista y resignada (del cristianismo y de la democracia)

En el pensamiento tradicional -del antiguo régimen, me refiero- la violencia se vería doctrinalmente entronizada (y canonizada) en una variedad de sus formas, desde la Guerra justa, la legítima defensa e incluso el duelo y magnicidio (o más comúnmente conocida en España bajo la forma de teoría del tiranicidio) hasta la guerra de conquista como sucedió con la Conquista de América que se vio unánimemente justificada pese a la diversidad de argumentos y de matices tanto por los teólogos como por los humanistas españoles (con la excepción del Padre las Casas, judío converso, que no venía menos a confirmar la regla)

Y en España sin duda por razón de ese pasado tan inequívoco (y luminoso) hubo de esperarse a la mutación cultural (profunda) que se vivió en el tardofranquismo para que una atmósfera (sofocante) de espíritu pacifista acabase imponiéndose hasta hoy en el conjunto del cuerpo social lo que se vería confirmado y forzado y ratificado en el plano institucional con la transición democrática.

Y así la ETA se vería mayormente catalogada durante décadas por los poderes encargados de combatirla y de reprimirla no como separatista o o secesionista –y como tal reos de un crimen de alta traición- sino por violenta apenas y el remedio a la violencia terrorista no lo era la violencia (horresco referens!) de signo contrario sino un uso legal de la fuerza que se cuidaba mucho el mensaje oficial de deslindar y distinguir de la violencia a secas. Pamplinas o cantigas, como los portugueses dicen.
España Una Grande y Libre. La libertad de España era un tema central en el ideario jonsista, de clara impronta alemana: nazi, y antes, romántica. Y la opresión de España en el plano internacional -por culpa sobre todo del peso de nuestra historia y de la leyenda negra que la oscurece- nos habrá llevado a la situación actual de amenaza inminente de desmembramiento, en Cataluña
La violencia está en la esencia misma de las cosas. Como lo es la Guerra, ley de bronce de la historia y de la vida (y muerte) de los pueblos y de las naciones. El ejemplo más reciente nos llega de Ucrania las horas que corren donde una revolución/democrática y por medios pacíficos no violentos sic) –como no hacían más que cacarear los medios occidentales- desembocó primero en un escabechina urbana en el centro de Kiev y habrá acabado degenerando en un conflicto bélico en toda regla en plena escalada en el Este del país a tenor de las útimas noticias (mientras escribo estas líneas)

Nadie esta propiciando una guerra civil de nuevo ni siquiera una mini guerra civil a escala de Cataluña pero las instancias responsables a nivel de los partidos políticos y de los medios deberán acabar comprendiendo que la secesión es la mayor violencia que se puede hacer a una nación y a un pueblo y que frente a esa violencia es moralmente licita y un imperativo incluso de moral patriótica y de memoria histórica y de dignidad individual y colectiva el responderla con la violencia.

“¡Cataluña, la maté porque era mía!” declaró en uno de sus discursos (floridos) de propaganda en la posguerra inmediata, Ernesto Giménez Caballero. Ni GC mató a Cataluña ni la mató nadie, ni se murió ella sola tampoco, pero sí que se mató mucho en Cataluña a causa de la guerra civil, e incluso antes, durante la revolución de octubre del 34. Y se mató porque a la violencia separatista respondía lógicamente la violencia legítima de los que no podían soportar la secesión entonces como ahora.

Los españoles hoy por hoy somos un pueblo humillado y oprimido en la esfera internacional, y tal vez haya que llevar ya largo rato fuera para acabar cayendo en la cuenta. Humillados esencialmente por culpa de nuestro pasado y de nuestra historia. Y esa es la raíz última de nuestra opresión y de la situación de vasallaje en el plano internacional que se reviste sin duda también (como lo denunció en su tiempo Ramiro Ledesma) factores de orden económico (y financiero)

Pero en esa situación de opresión el peso de la historia es primordial y determinante sin lugar a dudas. Un pequeño botón de muestra. En la vitrina escaparate a la entrada de la ULB –Universidad Libre de Bruselas- ha reaparecido de pronto (en reedición reciente) una obra ya antigua –publicada por vez primera en el 45- de un judío francés de origen sefardí miembro (me entero ahora a mi gran sorpresa) de la Academia de Ciencias Morales y Políticas, Henri Méchoulan, en la que se ve plasmada una investigación del autor a través de autores emblemáticos españoles –teólogos, humanistas y arbitristas- de nuestro Siglo de Oro.

La tesis de la obra en sí -"académicamente" considerada- sea tal vez inocua e imparcial en la línea de la célebre obra sobre el erasmismo español de autor francés siempre citada y recordada en medios académicos y universitarios por cima de los Pirineos. No es óbice que la leyenda negra que arrastramos pesa sobre toda otra consideración y en la reedición (reciente) de esta obra a la que hago alusión más arriba “La sangre del Otro” –acompañada de un subtítulo que no admite equivoco ninguno “Indios, moriscos y judíos en tiempos de la Inquisición”- se ve ilustrada de una portada no cabe más beligerante a base de capiruchos y sambenitos de la inquisición con el telón de fondo de las hogueras de los autos de fe, faltaría.

De esa imagen colectiva de denigración y de escarnio se salva en cambio la Cataluña separatista, esos españoles que no son como los otros, en esa imagen beligerante en negro siempre en vigor hoy como hace cuatro siglos. Si se le añade además nuestra derrota en el 45, por la neutralidad pactada en favor del Eje –Umbral dixit- que mantuvo durante el conflicto el régimen de Franco, se comprenderá y se calibrara mejor el fardo de opresión que tenemos que soportar los españoles que pretendemos mantenernos –dentro y fuera de España- fieles a nuestra Patria y a nosotros mismos.

Y la violencia de esa opresión corre el riego de degenerar las semanas venideras –como aquí ya lo tengo expuesto- en una situación de secesión declarada que no sería más que el desenlace del proceso de desmembramiento que llevamos viviendo los españoles desde hace décadas por culpa del Estado de las Autonomías. Y si quieren evitar la reacción violenta de los verdaderos españoles que empiecen atajando la violencia secesionista. ¡Suspensión ya de la autonomía traidora y secesionígena!


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