martes, mayo 13, 2014

SANTA LUCÍA CARAM VIRGEN...Y NECIA

Con la turbo/canonización de San Wojytla de Polonia se me van ya las teclas en ciertos temas. A la hora de arremeter -sin paños calientes-, por ejemplo, contra tanto santo de palo como produjo la iglesia católica en las últimas décadas. Al decir de Umbral -así lo deja claramente a entender en una de sus novelas- la madre Mararavillas de Jesús sufrió violación a manos de la horda/roja, en Madrid durante la guerra. De monjas políticas -dentro o fuera de sus claustros- dios nos libre, y mas aún de monjas extranjeras y separatistas/catalanas (argentinas o argentino/libanesas para más señas)
La campaña electoral en Cataluña para las elecciones del próximo 25 de mayo se ven dominadas (se diría) por el auge de una estrella indiscutible con su luz y su (mala) sombra inseparables y me estoy refiriendo a la monja argentina Sor Lucia Caram que tiene el mérito por lo menos de no andarse con tapujos. Las cosas claras y el chocolate espeso.

La monjita que nos ocupa -que se autodefinió ya en alguna ocasión y sin el menor rubor de monja cojonera (sic)- heredera se diría de un pathos (pasión incontenible en castellano) de dar lecciones por partida doble, por monja (de cofia y hábito) y también por argentina (y más si cabe en argentinos entre españoles) se habrá acabado revelando una ardiente partidaria del presidente de la Generalitat –de apellido Mas- y de la independencia de Cataluña.

No me topé yo mucho con monjas en mi vida es cierto, mucho menos desde luego que con curas y papas y obispos (o arzobispos) como de aquí de todos es sin duda más que sabido. No arrastré pues ese anticlericalismo virulento casi vitriólico por lo que a monjas se refiere que sería un distintivo de generaciones y generaciones de chicas españolas de buena/familia educadas en buenos colegios (de monjas) que salían en su inmensa mayoría echando pestes de sus educadoras. Sus motivos tendrían (...)

Pero ya digo que era algo que se me antojaba más bien panacea (en exclusiva o casi) del sexo femenino. En mi blog de Periodista Digital defendí incluso en su momento a la pobre monja aquella ya muy mayor acusada de los mayores horrores en el tema de los niños (pretendidamente) robados del franquismo aunque en los casos más cacareados en los medios se hubiesen ya dado en democracia. Pobre mujer, era ya de edad avanzada y era lógico de prever que no resistiría mucho tiempo aquellos linchamientos, como así fue. El muerto al hoyo y el vivo al boyo, debieron decirse algunos (y también algunas)
Cartuja de Aula Dei junto al Ebro, en las afueras de Zaragoza, estuve allí alojado durante varios días en el verano (abrasador) del 74. Recé incluso el oficio de noche en la capilla (en la foto, célebres pinturas de Goya por cima de la sillería) con los monjes -de edad muy avanzada casi todos ellos- que me invitaron amablemente, impresionados sin duda por mi presencia allí. Estuve a punto de convertirme en uno de ellos. ¡Qué vertigo!(cada vez que lo recuerdo) Enterrarse en vida ¿Por qué, y a santo de qué o de quien? Y en una mujer, más cruel y más inhumano todavía
Fuera de toda sospecha pues, así me siento a la hora de arremeter contra una de esas moscas argentina (un decir) que llevan en los genes a lo que parece el enmendarnos la plana y tocarnos ciertas partes del cuerpo (y con perdón) a los españoles, que con los que no lo son en cambio -cuando están en casa ajena me refiero- acostumbran a comportarse mucho más suaves y discretos, o como dicen los porteños mucho más "piolas"

El poeta portugués Fernando Pessoa escribió aquello de que el separatismo era una forma de ser española, y la idea se la apropió décadas más tarde un político de aquella nacionalidad, Mario Soares, que ponía el ejemplo de la emancipación americana -léase de la implosión (en catorce países) del Imperio español de América- comparada con la independencia del Brasil que no dio lugar (es cierto) a ningún desmembramiento

El argumento –más allá del alegato (portugués) pro domo- tiene su miga y mucho hueso de roer sin duda alguna, y parece verse ahora inmejorablemente ilustrado en esta monja criolla de apellido libanés (para complicar más el rompecabezas) y que parece haber hecho del catalanismo separatista una bandera y un forma de vivir permanentemente en el candelero, sin que parezca vedárselo en modo alguno su condición de monja de clausura. Y tal vez haya que comprenderla, un poco.

La clausura de las monjas es uno de esas rémoras del pasado judeo/cristiano que arrastramos los pueblos católicos como también los de tradición ortodoxa aunque la vida monacal entre ellos no se reviste así a primera vista al menos de esos rasgos de muerte o de enterramiento en vida que tiene entre católicos el religioso contemplativo -en particular el monje cartujo- y en mucha mayor medida la monja de clausura.

La Cartuja de Aula Dei donde hice -con veintipocos años- una visita de tres días en los años del tardo franquismo tardío principios de los setenta, me dejo impreso un sentimiento de vértigo que guardo todavía en el recuerdo, de todos aquellos monjes casi todos ya de edad avanzada -el más joven debía andar por los cincuenta y tantos- que llevaban ya décadas viviendo si aquello se lo podía llamar vivir encerrados dentro de las paredes de aquella cartuja y dentro de ellas sin salir tampoco (durante la semana) de las cuatro paredes de sus celdas personales -de dos pisos- que eran como sarcófagos egipcios de nuestro tiempo, solo que la momia se preparaba ya a serlo en vida, una vida que era lo más parecido a una muerte (en vida)

Y que no fui yo el único visitante por aquellos tiempos y que mi estupor y i sorpresa no eran solo cosa mía, me lo probo del escritor holandés Cees Noteboom que estuvo allí de visita años más tarde en la hospedería del monasterio e intercambio opiniones con un joven postulante o a punto de serlo (como estuvo en un tris de ser mi caso) con el que coincidió los di que estuvo allí hospedado, y que recogería la experiencia en uno de sus libros, que me leí, en uno de sus párrafo que casi hizo que me cayera de mi asiento de la sorpresa.

Y un sentimiento de vértigo análogo aunque en menor medida en la medida que el riesgo de verme atrapado era allí inexistente al contrario de lo que me ocurrió en la Cartuja zaragozana, me acometió un poco más tarde en la visita que efectué al Cerro de los Ángeles, en uno de los conventos de la madre Maravillas (de Jesús) allí fundado después de la guerra por la monja célebre que cuando yo por allí pasé aun vivía.
En este libro de viajes, su autor, holandés amigo de España, narra una visita a la Cartuja de Aula Dei y la impresión que le produjo tanto a  él como a su joven acompañante, en unos términos analogos o comparables a la impresión -surrealista, de mundo (o planeta) aparte, o de muerte en vida para ser exactos- que me produjo a mí. Con la pequeña salvedad que él estuvo allí bastantes años (diez o quince) después que yo, y la mitad por no decir la casi totalidad de la comunidad de monjes con los que yo recé el oficio de noche en la capilla ya no estaban sin duda, porque debían haber ya muerto (la mayor parte de edad muy avanzada cuando yo por allí pasé, verano del 73 o del 74)

La clausura monacal femenina la monja de la clausura serían un tema inevitable -e insoslayable se diría en la mente de su autor- de la prosa narrativa de Francisco Umbral que haría de él motivo preferido de algunas de sus imágenes esperpénticas más logradas y más geniales e inimitables. Así por ejemplo en "El Fulgor de África" cuenta la historia de Don Lupicino y señora que tenían una hija monja de clausura a la que llevaban ya años visitando solo de tarde en tarde durante un rato apenas y siempre separados por las rejas de la celosía hasta que el marido ya al cabo de mucho tiempo de verse invadido por la sospechas, llegó al convencimiento que su hija no era (ya) su hija sino que se la habían cambiado y así acabo una noche al acostarse confesándoselo a su esposa, que también había llegado a la misma conclusión sin decirle a él ni pio, hasta que decidieron reanudar las visitas para sonsacarla, tratando de desenmascarar a la monja intrusa que se resistía como gato panza arriba en cada visita ante las preguntas más comprometedoras, cada vez más insistentes. "Ese es vuestro mundo, no es el mío", les respondía la intrusa -escribía con garra Umbral-, "con una voz neutra casi macho" (...)

Pero donde el desgarro iconoclasta de la prosa umbraliana llega a su apogeo en la materia es sin duda evocando a la Madre Maravillas. La monja célebre, figura iconográfica (para muchos católicos españoles) de la historia de la guerra civil y de la posguerra desfila por las páginas de "las señoritas de Aviñón" atrapada en zona roja en unas circunstancias y envuelta en unas peripecias tales que llevan a hacer pensar fatalmente al lector que acabó siendo víctima de violación a manos de aquella chusma miliciana de extrema izquierda. Sor Lucía Caram (o Karam) quiere desesperadamente, a todas luces, escapar a ls horcas del destino de las que no pudo escapar ni la Madre Maravillas en la vida real ni la pobre hija de Don Lupicinio y señora (en la ficción tan realista de la novela umbraliana aquella) y sin duda está en su derecho.

Y en eso se merece comprensión, sin duda, como su hermana en la fe y en la vida monacal, esa otra monja, catalana de pura cepa, que también milita (alegremente) por la independencia de Cataluña. Los que no se merecen la misma comprensión en cambio son los que la dejan volar como un globo o como un cometa o como un pájaro de mal agüero o paloma mensajera (y calamitosa) sin soltar al cuerda. Y me refiero por cierto tanto a sus superiores (o superioras jerárquicas como al presidente la Generalitat gran padrino a lo que parece de la iglesia en Cataluña.

La sor Caram tiene tal vez el derecho de seguir siendo virgen, por todos los medios y recursos posibles e imaginables, incluso el de la acción política, pero no nos podrá negar a los demás de ver en ella en lo sucesivo una virgen necia, o loca (“folle”) como dicen los franceses

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